Empoderasangriento I.

Día 200.

Corría descalzo, asustado, con la mirada perdida, apenas era capaz de enfocar, se iba apoyando contra los árboles al tiempo que continuaba avanzando. No sabía hacia dónde dirigirse pero sí que no podía parar, que no podía estarse quieto.

Estaba medio desnudo, con las ropas arrancadas debido a toda la violencia vivida previamente, estaba convencido de que no saldría de esa situación, pero su instinto de supervivencia le hacía continuar y tratar de no rendirse hasta la muerte.

De vez en cuando debía parar para coger un poco de aire, la amenaza seguía ahí fuera. Escuchó un ruido detrás de sí y sin siquiera mirar de qué se trataba, salió de nuevo corriendo a toda velocidad, sin control, tropezándose con todo lo que encontraba a su paso.

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Vio una casa, decidió que podía ser un buen escondite, comprobó las ventanas hasta encontrar una abierta y entró. El interior estaba muy oscuro, apenas se veían las siluetas de las cosas, pero sus ojos se fueron adaptando a tal oscuridad.

En el exterior se escuchaba mucho ruido, alguien o algo lo estaba persiguiendo sin descanso, se quería hacer con su carne, con su sangre y con su vida. Y no pararía hasta conseguir su objetivo.

Comenzó a golpear la puerta con una enorme fuerza, hasta que ésta cedió y se abrió, por un momento se hizo el silencio, un silencio previo al despertar definitivo de la bestia.

La matanza de hombres no era nada nuevo, llevaba un tiempo sucediendo, la guerra de género comenzó mucho tiempo atrás hasta que finalmente desembocó en toda esa locura, el empoderamiento de las mujeres había llegado hasta tal punto que habían recurrido a experimentos que las habían transformado en seres despiadados y sedientos de sangre y venganza.

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Lo vio agachado en el suelo, asustado y pidiendo clemencia, pero esa clemencia jamás llegaría. Se acercó, lo agarró del pelo y lo elevó por encima de ella, lo miraba con los ojos fuera de sí saboreando ese momento previo…

Comenzó a morderle su maltratado cuerpo, arrancando toda su carne, desgarrando sus tejidos y disfrutando al ver cómo la sangre de ese “cerdo” la impregnaba por completo, masticaba y saboreaba lo único bueno que tenían esos seres, esos hombres, su carne.

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