Cuento que te cuento- Relatos locos de la vida misma

Esto que estás próximo a leer, no es falso, no es un invento, no es "paja", como se dice en países caribeños, es la verdad pura de un suceso que le ocurrió a este servidor. Ven y te cuento.

Vamos a remontarnos a Choroní, ese bello lugar perteneciente a las costas venezolanas, perdido en una suerte de jungla no amazónica en el estado Vargas, si se te ocurre buscarlo en Google Imágenes te van a aparecer fotografías agradables como la siguiente:
[https://tierradegracia.net/noticias-turismo/las-bellezas-tropicales-de-choroni-14028]

Lo que se aprecia en la imagen en un lugar de ensueño, que fue elegido como destino de las vacaciones decembrinas de mi familia hace aproximadamente 2 años. Soy una persona curiosa y aventurera por naturaleza, si algo me llama la atención no voy a tener reparo en averiguar lo que pueda hasta que mi sed de conocimiento sea saciada.

El pueblo de Choroní solo es comparable a una casa de 4 paredes, ya que una vez que mi familia y yo nos instalamos en la posada, solo para ver que había de bueno y matar el aburrimiento me fui a caminar por ahí a la buena de Dios a ver que cosas interesantes lograba ver o descubrir. Mi ingrata sorpresa consistió en que el pueblo se puede caminar de cabo a rabo ida y vuelta en menos de 6 horas, si tardé eso fue porque me detenía a contemplar las calles coloniales (que mi descripción no te engañe, ese pueblo a no es bonito a excepción de una que otra casa) para comprobar que era un lugar aburrido donde no pasa nada, vive en una inercia irrevocable de tranquilidad ignorante y tercermundista, que supongo solo se quiebra ante las festividades de carnaval.

Estaba yo viendo que hacer, y me encuentro irritado de aburrimiento, y veo una calle que lleva a las afueras del pueblo, a su vez esta calle colindaba con un rio de agua dulce que desembocaba en el mar. Sin pensarlo dos veces me voy caminando por esa calle.

Tras 15 minutos de caminata donde solo pude ver los ranchos de tierra de los más desfavorecidos en la ladera de una montaña, veo que la calle forma una T de tierra que lleva hacia dentro de la selva. Igual que antes, sin pensarlo sigo el camino de la T.

Ahora tenía yo una gran duda, izquierda o derecha, a la izquierda seguía el camino de tierra por donde se supone debían andar los vehículos, o por lo menos eso es lo que daba a entender las huellas de ruedas, y a la derecha un sendero hecho por los pasos que se metía a la selva, en el fondo se divisaban muchos arboles cacaoteros. Dejaré a su libre interpretación la labor de deducir que camino elegí.

Siguiendo el sendero zigzagueante pude sacar interesantes conclusiones, la primera fue que ese sendero era recorrido con relativa frecuencia, eso lo deduje gracias a las botellas de gaseosa que no estaban desgastadas tiradas en el suelo del camino, y lo segundo es que debía tener cuidado, porque mi persona estaba sola en la selva sin saber a dónde estaba yendo.

Hubiese sido muy buena idea aplicar la técnica de Hansel y Gretel y dejar algún rastro para no perderme a la hora de regresar, pero no tenía pan ni imaginación, así que confié ciegamente en que me iba a acordar de pequeños detalles que avistaba en el andar para regresarme. Pasaron como 20 minutos adentrándome, y todavía no acababa el sendero, ya en ese punto me estaba empezando a preocupar (me faltó agregar que naturalmente por lo fortuito nadie sabía donde estaba yo, sin embargo aunque tenía el teléfono con recepción no había manera de explicar donde me encontraba parado) y la única razón por la cual seguía caminando era sencillamente porque deseaba saber en qué terminaba ese sendero.

Gracias a Dios un árbol caído en el medio del sendero fraguó mis planes, no era un árbol común que sencillamente pude haber saltado, ya que estaba completamente forrado de espinas punzantes como las de un cactus, y era tan grueso que resultaba imposible saltarlo sin salir herido, ladearlo era inviable ya que estaba en el medio de dos paredes montañosas.

Una parte de mi agradeció que ese árbol estuviese allí, ya que el sendero seguía y seguía hasta Dios sabe donde, me di la vuelta, y me percaté de lo que más temía, estaba inevitablemente perdido, y carezco de memoria eidética como para regresarme a punta recordar el camino. Seguí el sendero de vuelta, lo que consideré más razonable, pero con el corazón en la garganta, en este punto solo tenía un gran temor: encontrarme a alguien en ese lugar, y no hay que pensarlo demasiado, estar subitamente con un desconocido en un lugar perdido donde se crea una inevitable atmósfera íntima no es una idea atractiva en lo absoluto, en especial cuando no sabes que clase intenciones pueda tener. Otro miedo que tenía era que me hicieran la pregunta "¿Qué haces aquí?" ya que no la habría podido contestar al no nisiquiera yo saber que hacía perdido allí. Sin embargo, eso no pasó.

Lo que si pasó, es que seguí el sendero por una via alterna que me encaminó hasta las ruinas de una antigua quinta colonial devorada por la selva. En sus buenos tiempos debió haber sido hermosa, y esos buenos tiempos debieron ser hace 100 o 200 años, de algún español cuya estirpe se desapareció de ese lugar, ya que las paredes gruesas y blancas estaban caídas y carcomidas, el techo despedazado, el cimiento era impresionante, concreto de metro y medio de espesor garantizaba la estabilidad que el suelo selvático corrompe. Encontrarme esa casa no fue bueno, ya que habían prendas colgadas secándose, vacíos de cerveza y pipotes de agua, en resumidas cuentas, alguien vivía allí, y por las condiciones de su vivienda no debía ser alguien de buenas costumbres. Dado a que estaba completamente indefenso y no poseía habilidades de combate o una pistola, opté por irme inmediatamente de ese lugar, aunque con la inmensa disposicion de que de haber estado armado lo hubiera explorado.

De vuelta en el sendero, asustado, paranoico y expectante, se me ocurrió una genial idea proveniente de la crisis: ubica el río. Eso hice. Salí del sendero hacia la dirección donde supuse debía estar el río, lo cual no era difícil, para mi agradable sorpresa, escuche la corriente a pocos metros de caminar bien selva adentro y me ubiqué, extasiado, en las poco elevadas faldas que ladeaban el río, toscamente descendí la hojarasca muerta llena de tierra húmeda, y con la corriente hasta un poco mas abajo de las rodillas me dispuse de cruzar, con los brazos estirados y las manos bien abiertas en caso de una caída, ya que el fondo del río era altamente resbaladizo.

Pude cruzar con éxito, tenía los shorts mojados, el corazón bombeando a toda máquina, pero ahora me sentía fuera de peligro, ya estaba en campo abierto. Regresé al pueblo con el aburrimiento bien despejado y deseoso de hacer una actividad menos riesgosa y más relajante, y habiendo aprendido la cautela necesario antes de emprender desventuras como esa.

Este es uno de 3 relatos que me sucedieron y que quedaron para la posteridad en el pequeño pueblo de Choroní.

En la siguiente foto se muestra la desembocadura del río con el mar.
[http://retratos-del-mundo.blogspot.com/2010/01/choroni-y-puerto-colombia.html]

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