Cuando Alicia había terminado de comerse todas las galletas de canela y avena, supo enseguida que había cometido un terrible error. Sí, ella estaba consciente de que este delicioso postre era para su abuelita que siempre olía a madera porque vivía en una casa de pino, pero “Caperucita” como le decían todos, no pudo resistir al dulce aroma de las galletas, fue una esencia tan dulce la que se subió por sus fosas nasales y bajó hasta su garganta, de modo que Alicia pudo sentir el dulce sabor de las galletas aun sin haberlas probado. ¿Cómo podía resistir tal tentación?

Pero una vez que las galletas fueron devoradas, la culpa de Alicia olía a Flor Cadáver, un hedor fétido y nauseabundo le bailaba en la cabeza, Caperucita sabia que la única forma de deshacerse de esta pestilencia era quitándose el sentimiento de culpa.

Tal vez si busco nuevas galletas para mi abuela, todo comience a oler a miel y rosas – Imaginó la maloliente Caperucita. Entonces salió de su casa con su cesta vacía, sin saber cómo se las arreglaría.

Ella caminaba inquieta, su amarga preocupación de olor a neem, similar al azufre y ajo, se albergaba en su pecho. Alicia estaba asqueada de su propia hediondez a preocupación y culpa, pero pudo percibir un olor empalagoso, Caperucita siguió el aroma exageradamente dulce hasta encontrarse con una increíble casa hecha de galletas, azúcar, chocolate y muchos otros dulces más. Corrió desesperada para tomar algunas galletas pero una niña y un niño la detuvieron.

¡Oye pequeña putrefacta! ¡Nosotros llegamos primero! Largo de aquí – le gritó la niña

¡Sí!, tu pestilencia nos vas a hacer vomitar – agregó el niño – Está arruinando mi apetito.

Pero ustedes no entienden, necesito algunas galletas para acabar con este inaguantable hedor – intentó explicar Alicia.

¿Qué piensas Hansel? – Le preguntó la niña a su compañero y sus palabras olían a chocolate de tanto dulce que había comido ese día – ¿dejamos que tome algunas galletas?

Pero el niño negó con su cara provocando el enojo de Alicia. Su rabia olía a chile picante, que hacía arder un poco sus fosas nasales, haciéndola pronunciar palabras de odio que olían a Wasabi y pimienta negra: ¡Ojala aparezca una bruja y se los coma, por mezquinos!

Hansel se rió a carcajadas llenando todo con su aliento olor a caramelo y luego aclaró: ¡Es más probable que nos la comamos nosotros a ella! ¡Ya nos comimos a un lobo que intentaba comerse a unos cochinitos! ¡Y nos comimos los cochinos también!

Alicia comprendió entonces el porqué del olor a tocineta y marrano frito que procedía de la ropa de los niños y se marchó agradecida con su pestilencia, tal vez si no repugnara tanto a culpa y preocupación, los niños la hubiesen devorado.

Caperucita ya no soportaba su propia hedentina y no sabía dónde podría conseguir más galletas, caminaba ansiosa por el frondoso bosque que olía a musgo, cuando tropezó con un conejo olor a algodón de azúcar, el animal a percibir la desagradable peste de Alicia, usó como excusa que estaba muy apurado y huyó corriendo.

Alicia lo persiguió pero se detuvo cuando observó una mesa entre los árboles, la mesa olía a té de limón y toronjil, había tazas y hermosas vasijas, pero lo mejor de todo es que había galletas de avena y canela. La niña se sintió feliz, y su alivio tenía una fragancia de menta.

Caperucita corrió rápidamente a la casa de su abuelita con las galletas encontradas, esperando una agradable recibida pero lo que obtuvo fue una reprimenda, Alicia comprendió que su olor a carne podrida no provenía de la culpa y la preocupación si no de la falta de un buen baño con agua y jabón.