Cada vez que entro a la oficina y veo esa pintura, de inmediato me viene a la memoria su triste historia. La conocí en la universidad. Su carácter desenfadado hacía imposible imaginar la historia familiar que en extremo la deprimía. Cuando llegó a la oficina con ese cuadro sin marco y con una firma que apenas se percibía, enseguida le interrogué acerca de su origen. Sonrió y me respondió: -La pintó mi padre.

La miré incrédula. Ella jamás me había hablado de su padre. Para mí, su familia era un pequeño puñado de personas entre las cuales no había figura paterna ni para ella ni para sus hijas.

-Dime la verdad. La compraste en una venta de garaje y olvidaste ponerle un marco antes de traerla para decorar la oficina.
Se sentó tras su escritorio y me miró solemnemente antes de decir:

"Este fin de semana visité a mi padre. Después de casi treinta años, decidí ir a su casa porque Daniela debe empezar a trabajar con óleo y, al parecer, en la Escuela de Artes los dejan al garete. Ella me dijo que ahí no aprendería esa técnica sino que derrocharía los materiales. Le dije: <Hay alguien que sí sabe trabajar con óleo y te puede enseñar>.

Mi hija me miró con la misma carga de escepticismo que tú cuando le dije que la llevaría a conocer a su abuelo quien era un pintor muy hábil aunque poco conocido.

De niña fui a su casa. Mi madre llamó y me dejó en la puerta. Cuando él salió a recibirme, voltee a ver la silueta de ella que se alejaba agitando su mano en señal de despedida. “Ella vendrá en la tarde”. Me dijo él y me sonrió. Por supuesto que no había sido aquel nuestro primer encuentro pero sí era la primera vez que abría la entrada a su mundo.

Mis hermanos me recibieron con mucha curiosidad. Había una chica de mi edad y dos niños menores que nosotras. Como niños, rompimos el hielo de inmediato y comenzamos a jugar. La esposa de mi papá nos llamó a comer. Nos reunimos a la mesa y compartimos un abundante desayuno. Volvimos al juego tan pronto nos levantamos de la mesa. Así pasamos el día.

En una pausa del juego, me acerqué al taller de mi padre. Descubrí muchos cuadros a medio trabajar colgados en las paredes. Otros, hermosamente acabados. En un largo mesón, muchos pinceles y tubos de pinturas, trapos, envases con agua y frascos tapados, muchas hojas llenas de bocetos que para mí eran dibujos hechos sin ánimo de llegar a perfeccionarse. Había dos caballetes. Cada uno con un lienzo enorme. Todo muy ordenado.

El almuerzo fue igual de abundante y todos sentados en torno a una mesa que daba hacia un jardín interno. Tomamos sopa pero no sudé ni un poquito porque el ambiente era muy fresco. Estuvo deliciosa. Mi papá no hablaba pero yo sentía que estaba contento. Quizás tanto como yo.

En la tarde salimos de paseo a un circo que habían colocado en un terreno que quedaba cerca del hospital universitario. Era la primera vez que salía de paseo en familia. Sería también la última pero en ese momento yo no lo sabía.
Regresamos a la casa cansados y felices. Como a las cinco, llamaron a la puerta y mi papá me hizo despedir de mis hermanos. Mi madre había ido por mí.

La casa, treinta años después, se mantenía igual de hermosa. No me perdí en su interior cuando la atravesé ahora en compañía de Daniela. Le expliqué a mi padre el motivo de nuestra visita y él le preguntó a mi hija:
-¿Y tú vas a ser pintora? De eso no se vive.
-Será mi hobbie.- aclaró ella con su actitud resuelta de siempre.
Saludé afectuosamente a la esposa de mi papá quien dejó algo que estaba haciendo en la cocina. La mujer miró el lienzo en las manos de Daniela y dijo:
-Ahora sí tienes a quien heredarle tus pinceles.
-Aquí más nadie pinta.- aclaró mi papá.

Pasamos directo a su taller y allí curioseé un rato mientras Daniela explicaba, lienzo en mano, lo que deseaba pintar al óleo.
Luego mi padre observó su boceto y sonrió complacido. Aprobaba aquello que sus ojos miraban. Sus pupilas brillantes iban del lienzo al rostro de Daniela para seguir su conversación.
Yo quise despedirme pues no iba a hacer nada ahí aparte de molestar pero mi padre me dijo:
-¿Tú no quisiste dibujar nunca más?
-No. Me ocupé con otras cosas.- forcé una sonrisa y jugueteé un poco con un pedazo de trapo que colgaba del mesón.
-Guardé esto para ti.- me dijo y me entregó, envuelto en una hoja de periódico del año 1987, ese cuadro del mar".

Ella guardó un extraño silencio. Me sentí incómodo y en ese momento me arrepentí de haberla interrogado acerca del origen de aquella pintura.

-Afortunadamente, no tuve que volver, como mi madre, a buscar a mi hija al final del día.
-¿Dejaste que Daniela regresara solita? .- me atreví a indagar.
-No. La tecnología me ayudó. Le envié un texto avisando que la esperaría a una cuadra de ahí.