Cayó violentamente al suelo, con gran estruendo. Su cuerpo quedó en una inmovilidad de piedra, a lo mejor debido al impacto de la caída.

Era un animal de una belleza sorprendente. Su verde figura te llevaba velozmente a eras antiguas de la naturaleza, del planeta, podías imaginarlo surgiendo señorial de las aguas.

Ahora era sólo un recuerdo de bestias gigantes, una remembranza de esos fantásticos dinosaurios que alguna vez reinaron sobre la tierra, hasta que su tiempo concluyó.

El árbol que lo cobijaba, que era su hogar, tenía, era posible apreciarlo a simple vista, muchos años iluminando el planeta, esa casa, con sus ramas amplias y pobladas de hojas, con su tronco grueso y retorcido,

su seno cobijaba a esos saurios, pero también aves, acojía con su temblor vegetal mucha vida. Sus hojas acariciaban el viento al paso de los días, de los años, de los siglos.

De repente alguien se acercó, a lo mejor con intención de coger a la bestia. Entonces, con movimiento de rayo, desapareció.

Pensamos que lo habíamos perdido para siempre.

Entonces, lentamente, emergió de una de las hendiduras del Cují su figura magnífica y hermosa, dueño y señor de esa casa arbórea.