HISTORIA CORTA | El Unicornio de Brightview

¡Saludos, queridos Steemians!


Como es costumbre, les comparto por aquí la traducción al español del cuento con el que obtuve el segundo lugar en la edición de la semana pasada del Concurso de Historia Corta de 24 Horas de nuestro buen @mctiller. Aunque el cuento tuvo una muy buena acogida, tanto que es mi post más votado hasta la fecha, sentí que me quedé corto con algunos aspectos del cuento con los que quedé insatisfecho. Lo que hoy les comparto es una versión levemente revisada del cuento, que siento es más fiel a la visión original que tenía del mismo.

Dicho esto... Les dejo con El Unicornio de Brightview.


Mesa Unicorn.jpg

Unicornio de las mesetas, Winona Nelson | Wizards of the Coast

Oh, vamos. Que no te de pena. Ven y siéntate.

Voy a contarte una pequeña historia, muchacho. Y más te vale que escuches con atención.

Ya debes haber oído algo acerca de la vieja dueña de la plantación Redwood, a las orillas del río Tinred. Pobre señora Redwood. Nunca se casó, y nunca tuvo una familia de nuevo después de que la tragedia marcó su vida cuando apenas era una tierna muchacha. Y estoy seguro de que morirá sola en ese rancho, apilando monedas como una rata, vendiendo cacao como si mañana fuera el mismísimo Apocalipsis, pero incapaz de conocer de nuevo la felicidad.

¿Te ha contado alguien cómo ella perdió a su padre?

Toma. Bebe esto… Y te contaré cómo sucedió.

Hace cincuenta años, la pobre ‘ña Redwood era Marissa Redwood, la más joven de los tres niños Redwood. Su padre, Jebediah Redwood, era uno de los rancheros más poderosos del río Tinred, un hombre bien conocido por proveer a su familia de prosperidad, riqueza y de tesoros de todas partes del mundo. El cacao cosechado en su plantación era el mejor cacao del país, y aún lo es. Y cómo se aprovechó de eso ese viejo bastardo. No había político o abogado que no pudiera comprar, ni rival que no pudiera desaparecer, ni mujer que no pudiera llevar a su cama. ¿Y sus hijos? No había cosa en el mundo que no pudieran pedirle.

Cuando su primogénito, Anthony, le pidió un mosquete – aficionada al tiro al blanco como era la pobre criatura -, el todopoderoso Jebediah no le compró cualquier mosquete, no, no, no. Le compró un mosquete de pedernal, traído de Europa, que supuestamente estuvo en las manos de un guardia nacional francés en la mismísima Toma de la Bastilla, en el ’89. Sí, lo sé, eso fue hace, qué se yo, sesenta años, pero recuerda que hablamos del primogénito de Jebediah Redwood y no de cualquier hijo de vecino. Naturalmente, el buen Jebediah pagó una fortuna por ese mosquete. Y ese muchacho nunca estuvo tan feliz como ese día.

Su hermano, Dade, era un niño más, digamos, artístico. No que no le gustase salir a disparar o cazar una que otra vez, así de llena de esa tontería llamada testosterona como lo estaba la plantación Redwood. Pero al niño le gustaba pintar, ¿sabes? Le gustaba mucho. En su cumpleaños número dieciocho, Dade se fue de viaje a Londres y se enamoró de la obra de un pintor y paisajista de la zona, un tal Turner. Tal fue su encariñamiento que, según dicen por allí, hasta llegó a conocer en persona al tipo. Como era de esperarse, cuando Dade regresó a casa, lo único que le decía a todo el mundo era que quería ser el Turner de Brightview.

¿Y qué crees que recibió Dade de cumpleaños para su cumpleaños número diecinueve?

Claro que recibió una pintura de Turner. Aún está colgada en el gran salón de la mansión Redwood; esa cosa es tan enorme que casi cubre por completo una de las paredes. Y, claro está, es una pintura de un río.

Así que, cuando la pobre, hermosa niña Marissa pidió, a sus nueve años, un unicornio… un unicornio vivo…

Jebediah Redwood no podía darse el lujo de ser visto como un padre que no pudiera satisfacer los deseos de su hija. No, no. Sería un deshonor.

¿Pero cómo diablos iba a obtener un unicornio vivo, a este lado del Atlántico, lejos de las tierras mágicas y prístinas de Avalon, donde fueron vistos por última vez? Bueno…

… el viejo se puso en contacto conmigo.

No iba a decirle que no a Jebediah Redwood. Era buen dinero. Inclusive pude haberle pedido el pueblo entero y me habría hecho el alcalde en menos de lo que canta un gallo.

Pero no le pedí eso. No, no, no. Verás, tengo algo que no cualquier hombre tiene. Un ojo muy fino para predecir qué tan hermosas serán las niñas cuando crezcan. Y yo sabía que Marissa iba a ser una damita muy preciosa cuando fuera mayor.

Así que me armé de valor y le pedí la mano de Marissa. Ah, vamos… Claro que se la pedí cuando cumpliera la mayoría de edad, ¿a quién carajo crees que le hablas? Por supuesto que no soy un pervertido. Sólo soy un… caballero conocedor.

Pero el todopoderoso Jebediah se lo tomó muy mal. Los ojos del viejo estaban inflamados de rabia, tanto así que pensé que le diría a sus matones que me fusilaran en el sitio. Pero no. Él sabía que no podía meterse conmigo. No cuando yo sabía tanto acerca de él. Acerca de todo lo que hacía.

Tras un tiempo prudencial de consideración, el viejo aceptó.

Eso sí, le dejé algo muy en claro. Los unicornios son… Son criaturas peligrosas, niño. No son lo que creerías a primera vista. Dicen que los cuernos de unicornio son capaces de despertar una avaricia tan intensa y malsana en cualquier humano como la que siente un barquero borracho después de cobrar su cargamento de plátanos del día. Y yo estaba informado de eso. Muy bien informado.

Pero, ya sabes. Uno no le dice que no a Jebediah Redwood. Si la pobre Marissa quería su unicornio, pues tendría su condenado unicornio. Sobre todo considerando que, bueno, su padre sería mi suegro en nueve años.

De más está decir que logré conseguirle el maldito unicornio, apenas dos semanas antes del cumpleaños de Marissa.

¿Qué demonios? ¿Quieres que te cuente cómo cacé o capturé al unicornio?

Esa es una historia diferente, niño… Estamos hablando acerca de ‘ña Redwood, no del unicornio. Además, un hombre que es bueno en algo no revela sus secretos así de fácil…

Volviendo al tema de los Redwood. El día de su décimo cumpleaños, la mansión Redwood había sido convertida en el condenado castillo de cuentos de hadas de Marissa. La trapería, los candelabros, la comida… Ese día, la mansión Redwood parecía más un lujoso bastión alemán que el polvoriento rancho americano que siempre fue. Sería un día para la posteridad, y Jebediah Redwood lo sabía.

Después de ponerse sus mejores galas, el viejo bajó por las escaleras principales de la casa, con sus espuelas rechinando por todo el pasillo como cristales finos. El todopoderoso Jebediah estaba inflado y regio como Napoleón después de Austerlitz. Con su condenado sombrero y su sonrisa de tiburón mordiendo orgullosamente su puro, y las manos firmemente apretadas contra cada solapa de su chaqueta como si fuese a cabalgar al Cielo la mañana siguiente. Y ese hombre sólo tenía ojos para su hija.

Marissa, vestida en un dulce y hermoso vestido blanco, con una tiara digna de las más bellas princesas y guantes de seda a juego, le esperaba al final de las escaleras, con los párpados cargados de lágrimas de emoción a sabiendas de que ella era la estrella de la noche. Al llegar al último escalón, Jebediah le hizo una reverencia a Marissa y ella le extendió su mano; el orgulloso padre la tomó y entró a la recepción con ella.

Aplausos y vítores se escucharon por toda la recepción, a medida que Jebediah estrechaba manos y saludaba a sus invitados. Yo observaba desde la distancia, esperando para darle a mis hombres la señal de traer el regalo de Marissa a la sala. Mi dote adelantada por nueve años, si quieres verlo así.

Tras regodearse con los aplausos de la multitud, Jebediah invadió el recinto con su estentórea voz.

‘Mis queridos ciudadanos de Brightview’, dijo. ‘En el día en el que celebramos el décimo cumpleaños de mi amada hija, quiero recordarles también que soy un hombre que cumple sus promesas. Y por ti, Marissa, mi hermosa Marissa, sabes que movería cielo y tierra si así me lo pidieses. Por eso, le he traído a ella algo tan precioso, algo tan único, que será recordado en los años por venir. ¡Y así, lo comparto con ustedes!’

Con un chasquido de sus dedos, Jebediah me dio su bendición para iniciar la noche.

Le hice la señal a mis hombres, quienes hicieron pasar a la criatura, escondida en un viejo carruaje de carga por el que el endiosado Jebediah pagó una fortuna para convertir en una carroza de ensueño, con filigrana de oro y antorchas de bronce colgadas a lado y lado de la cabina. Mis hombres empujaron cuidadosamente el carruaje a través de las enormes puertas principales de la mansión, apenas tocando su arcada. Al chasquear mis dedos, uno de ellos abrió las puertas del carruaje y desplegó la rampa pesadamente contra la alfombra del salón.

La audiencia, expectante de lo que pudiera pasar, estaba abrumada por el más profundo de los silencios. Como si de un ritual arcano se tratase.

Cuando uno de mis hombres entró a la negrura tras la puerta del carruaje y salió con su premio, las gentes de Brightview quedaron hechizadas de una manera que nunca había visto.

Era una cosa hermosa como ninguna, ese unicornio. Nunca tuve tiempo de saber qué tan viejo era, pero estaba seguro de que ese era el caballo con cuernos más hermoso y elegante jamás visto sobre la tierra. Su crin marrón parecía brillar en tonos verdes y azules cuando se le exponía a la luz; sus cascos hacían un sonido tan melodioso como comedido a medida que iba bajando por la rampa y trotando lentamente por la alfombra de la recepción. Y su cuerno… Su cuerno reflejaba las luces del salón y brillaba como una estrella recién nacida, cautivando por completo a los presentes.

De más está decir que Marissa, visiblemente sobrecogida, salió corriendo a abrazar al unicornio por su cuello, sin poder contener las lágrimas un segundo más.

Y el aplauso que se escuchó esa noche en la mansión Redwood fue el más estremecedor de todos los aplausos que jamás haya escuchado hombre alguno. Jebediah Redwood sentía que había cumplido su misión…

… pero su alegría, lamentablemente, duraría poco.

De entre los aplausos, hubo uno que, por su ritmo y forma, causó estrépito a medida que el resto de vítores fueron apagándose. Uno que, al contrario de los demás, sonaba cargado de sarcasmo y desdén; seguido eventualmente de una risa seca y pérfida que hizo que todos los presentes se miraran entre ellos para localizar al responsable.

Era el primogénito de Jebediah, Anthony, ni más ni menos. Haciéndose paso a través de los invitados, con una mirada tan retadora como llena de ironía, y con los labios fruncidos en una sonrisa hipócrita.

‘Pues qué maravilloso regalo, padre. Qué espléndido.’

Anthony se acercó al unicornio, con sólo la corpulencia y la suspicacia de Jebediah interponiéndose entre él, el mítico caballo y una Marissa que, aferrada al cuello del caballo, miraba la escena incrédula.

‘Ahora bien… ¿Podrías explicarnos al resto de los presentes qué demonios es esto?’

Una de las manos de Anthony dejó la mueca de su aplauso, apuntando al unicornio y a Marissa como el primogénito de los Redwood solía hacerlo con los pedigüeños, las esclavas de la plantación o con cualquier cosa que le causara encono. No que fuera un hombre muy crédulo, el buen Anthony. Tanto yo, como los invitados que lo conocían, bien sospechábamos que Anthony sólo estaba buscando el hilo invisible que mantuviera el cuerno del caballo atado a su entrecejo, o la pintura escarchada que caería de su crin con el removedor apropiado.

Pero había algo más en los ojos de Anthony esa noche que no era escepticismo.

Y la respuesta del amo de la mansión Redwood, con las cejas tan cruzadas como cerrados los puños, no se hizo esperar.

‘Esta es la noche de Marissa, Anthony. No la tuya. Y ese es su regalo. No el tuyo.’

Anthony no hizo sino reírse a carcajadas ante la aclaratoria de su padre. Rodeándolo a paso lento, acercándose a lo que de seguro pensaba que era un mal chiste, el hijo mayor de los Redwood siguió mirando con una mezcla de asco y burla al caballo… hasta que sus ojos le demostraron que no era cualquier caballo.

Y, hasta para el hombre más incrédulo, resulta que la verdad tiene una forma muy violenta de poner a prueba sus creencias.

Cuando entendió que no había hilo alguno sosteniendo el enroscado y afilado cuerno dorado, que surgía naturalmente de la pelambre y la frente del unicornio, la expresión de Anthony cambió a una sorpresa llena de indignación.

‘¿Esto es… esto es un unicornio, padre? ¿Un unicornio de verdad?’

Oliendo a millas lo que podría pasar, comencé a abrirme paso entre los visitantes, sosteniendo mi lazo, colgado de mi cinturón, poniéndome a una distancia segura detrás de Anthony. Alcancé a mirar a Jebediah, haciéndole señas con la mirada de que me dejara intervenir… Pero el todopoderoso patriarca de los Redwood me devolvió la mirada con ojos penetrantes que advertían que ese no era asunto mío.

Y, claro está, le respondió con los mismos ojos a su hijo.

Anthony se acercó al caballo, con su comportamiento aterrando a Marissa, haciendo que se abrazase más al cuello del animal y se cubriera tras sus grupas. Hechizado, pasó sus dedos sobre el cuerno del animal, rozando su frente y su hocico. El animal, totalmente inconsciente de los influjos que su afilado regalo causaba en los hombres, lo miraba con la misma ternura inocente que a cualquiera de los demás seres en la habitación.

El primogénito de los Redwood volvió a mirar a su padre, con ojos inflamados de ira y codicia.

‘¿Y… qué hay de mí? ¿Qué hay de Dade? ¡¿Le… le traes a Marissa un maldito unicornio… y a nosotros qué?! ¿Qué no somos tus hijos también?’

Ahora las carcajadas estaban de parte del amo de la mansión Redwood. Lo grave y estremecedor de su voz hacía que las risas se asemejaran a las de un gigante, apenas conteniéndose.

‘¡Por favor, Anthony! Es bien sabido que un unicornio es cosa de niñas… ¿O acaso tu hermano y tú son niñas y yo no estaba enterado?’

El viejo Jebediah haciendo su típico acto de hombre fuerte. Ridiculizando la escasa hombría de los demás por encima de la suya, haciéndose el resistente. Como si yo mismo no hubiese visto la forma en la cual sus ojos perdieron el brillo cuando vio, hacía apenas dos semanas, el unicornio por primera vez. La única razón por la cual Jebediah no tomó un machete o una sierra del establo y le arrancó el cuerno al unicornio en el sitio fue por el divino amor que sentía por su hija…

… después de que cinco de mis hombres lo amarraron con mi lazo y lo arrodillaron de golpe en el suelo del granero, eso sí.

‘¡¿Qué… qué estás queriendo decir, padre?! ¡¿Me estás… me estás llamando marica?!’

En menos de un abrir y cerrar de ojos, Anthony sacó su revólver de la pistolera que siempre llevaba bajo su chaqueta, apuntándola directa a la frente de su padre. El brillo del arma hizo que Marissa soltara un gemido de asombro y dolor, cada vez más asustada.

Como siempre, Jebediah trató de parecer la cabeza más fría de la habitación.

‘Por todos los cielos, Anthony, baja esa cosa. ¿Estás borracho? Es el cumpleaños de tu hermana.’

Ebrio estaba, el pobre Anthony. Simplemente no estaba ebrio de ron, ni de licor.

El arma temblaba entre sus dedos, no a causa del miedo, sino a causa de una ira que parecía cada vez más difícil de contener. La incredulidad de Jebediah seguía allí, sin embargo, impidiéndole ver que este no era simplemente uno de los desmanes habituales de su hijo. No le permitía creer que su hijo estaba tan inflamado de ira, y tan sospechosamente callado, que un intento de parricidio comenzaba a parecer muy real.

Yo, que sí lo veía muy claramente, me acerqué a ambos con el lazo ya dispuesto para desarmar y someter a Tony…

… pero una firme seña de Jebediah, que pareció mirarme detrás de él como si tuviera ojos en la nuca, me detuvo.

‘Anthony Randall Redwood, te diré esto una sola vez más. Baja ese revólver. Por un demonio, yo no te eduqué como lo hice para que anduvieras por ahí apuntando un arma en el cumple…’

Anthony no dejó que su padre terminara de hablar.

Una bala de alto calibre pasó a través del cráneo de Jebediah James Redwood como si fuese hecho de heno, haciéndolo puré sin mayor esfuerzo. El silencio que se hizo después del disparo fue total. El viejo patriarca de los Redwood, con medio cráneo hecho añicos, siguió de pie unos segundos, como una estatua, antes de caer de lado entre Anthony y yo.

Y así comenzó una noche, tan horrenda y larga, que pasó a los libros de historia como la Masacre de la Mansión Redwood. Tan terrible, que he olvidado la mayor parte de los eventos que ocurrieron esa noche. La mayor parte de la carnicería que dio lugar en el gran salón de los Redwood.

Sólo recuerdo detalles.

Recuerdo la sangre roja y oscura manchando el vestido blanco de Marissa. La recuerdo tratando de proteger el cadáver descabezado de su padre, sosteniéndolo en lágrimas sobre sus piernas, a medida que mis hombres trataban de atrapar y asegurar a un Anthony que se resistía a ser el segundo en morir. Y recuerdo cómo la ira y la codicia se apoderaron de absolutamente todos los presentes. Cómo no fue, ni mi lazo, ni mucho menos mi pistola, lo que acabó con la vida del buen Tony; fue un tenedor clavado en su ojo izquierdo, a manos de un invitado indignado por el parricidio cuyo nombre y rostro ni siquiera recuerdo. Uno que terminó abaleado como un colador por acción de otros visitantes.

Al llegar el amanecer, después de que todas las balas en el recinto habían sido usadas y a virtualmente toda la vajilla y a la cubertería de la familia Redwood se le había dado una utilidad asesina, sólo tres personas estábamos vivas en la mansión.

Marissa, yo… y ese maldito unicornio.

Dade no estaba esa noche allí. Para su fortuna. Pero cuando las noticias llegaron a su ciudad, decidió que jamás regresaría a Brightview. Algunas gentes del pueblo dicen que se suicidó años después, incapaz de creer cómo su propio hermano mató a su padre simplemente porque no le trajo una bestia mítica que la razón le decía que llevaba años extinta.

Y por qué sobrevivimos Marissa y yo… Eso me es algo más difícil de responder.

Presumo que, como a su padre en una ocasión, el amor que por ella sentía me salvó de hacerle daño, o de morir. Eso y, claro, saber que no había nada lo suficientemente valioso en la Tierra como para matar a ese unicornio. Ni nada que pudiera matarlo. En medio de la masacre, a través de la balacera y los gritos, no hubo ni una bala, ni una metralla, ni un solo cubierto arrojado que le hubiese hecho apenas un rasguño. Salvado por su inocencia, el pobre animal sólo trotó torpemente por la alfombra, acercándose a Marissa y rozando su cabello ensangrentado con su hocico. Y, desde allí, ese animal nunca se apartó jamás de Marissa.

Estoy seguro de que, aún ahora, en el ocaso de sus días, la vieja ‘ña Redwood aún va de vez en vez a visitar a su unicornio a su granero. Si es que sigue vivo.

Y, de hacerlo… Su padre tenía toda la razón al pensar que los unicornios eran cosa de niñas.

Que eran guardianes de niñas, más bien.

"El deseo que causa su cuerno mágico inspira una codicia tan grande que todo quien lo vea matará al unicornio para poder conseguirlo"
Dionus, arquidruida elfo | Magic: The Gathering, set de Magic Origins


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- JD

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Me encantó, volví a querer a ser una niña :D

¡Gracias, @debbiebeats! 😋

Créeme, mientras lo escribí también pensé que no me habría molestado tener un padre como Jebediah, HeHeHe 🤣

Me gusto tu cuento , me encanta la mitología y eres muy descriptivo , te felicito , lograste atraparme en la lectura y lo leí hasta el final , saludos

¡Gracias, @popurri!

Ese es exactamente el tipo de reacciones que me gusta causar en mis lectores 😋

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