Energía.

La luz dorada iluminaba sus oscuras pestañas, no eran abundantes, no eran espesas, no eran curvas… pero eran de ella, formaban parte de su humanidad y eso le resultaba insoportablemente hermoso.

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Verla dormitar tan confiada y vulnerable era una experiencia sutil.

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Observaba. No hacía nada, no le estaba sosteniendo la mirada como solo ella lograba hacerlo, no le hablaba con su tonta y desesperante voz, no le acariciaba con el dorso de su mano repartiendo cariño y erizando su piel… Sólo estaba ahí, respirando con una armonía que le empalagaba.

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¡Cómo la contemplaba! Y no se aburría. Increíble.

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Ella ni siquiera era tan bella pero le cautivaba. Hacía que pensara cosas sin querer, que respirara profundo y que su exhalación se convirtiera en suspiro, que sintiera sin sentir algo por dentro, no solo en el pecho sino también en la mente ¡Maldita mujer! ¿Cómo hizo para meterse en sus pensamientos? ¿Cómo hizo para echarle escarcha en el corazón?

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No sabía… Y ahora mismo tampoco le importaba.

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Una mueca parecida a una sonrisa le surgía de a ratos sin darse cuenta. Sonaban melodías inexistentes en sus oídos. Disfrutaba del momento, disfrutaba de sus emociones. Por una vez no quiso controlarlas. Y se sintió feliz, ahí, recostado junto a esa mujer que en nada se parecía a lo que él pudiera haber deseado alguna vez y sin embargo era todo lo que quería, no ahora, no mañana sino por siempre.