El alcalde y el médico

El alcalde salió de su casa sin escoltas ni chofer. Prefirió caminar solo. No se dirigía a su oficina en la sede de la municipalidad. Iba al único consultorio médico del pueblo y no quería compañía de empleados ni nadie. Empuñaba su pañuelo blanco en la mano derecha.

Aunque no era raro verlo caminar por el pueblo, su rostro transmitía una tristeza terrible. Se sentía mal, y las personas con las que se cruzó se alertaron. El rumor, como en buen pueblo pequeño, se corrió rápido: el alcalde no está bien.

Llegó sin cita al consultorio y la enfermera casi se cae de la silla cuando lo vio aparecer en la puerta. Aunque la claridad de afuera la deslumbró pudo ver perfectamente la silueta fuerte del alcalde, que siempre usaba camisa arremangada, jeans y gorra, a pesar que ya hacía rato había pasado los 50 años.

-Buenos días -dijo el alcalde y pasó directo al consultorio sin esperar ni la respuesta de la enfermera, ni el anuncio de que ya el doctor lo verá. Los pacientes sentados en la sala no se atrevieron a reclamar.

El médico dejó lo que estaba haciendo cuando el alcalde se sentó frente a él y le puso de frente un pañuelo con rastros de sangre que escupió justo antes de salir de su casa.

-Ahorrémonos saludos y estupideces -espetó el alcalde.

-Quítate la camisa y recuestate en aquella camilla -respondió el médico sin exaltarse  ni quitarse los lentes.

Fuente

Antes de que fueran médico y alcalde, ambos eran buenos amigos. Siendo jóvenes hicieron la promesa de irse del pueblo para volver con una profesión que le sirviera a la gente que allí vive. Lo cumplieron. Uno volvió como abogado y político de gran carisma y el otro como médico amable y bondadoso.

Pero la amistad se acabó.

-Respira profundo y bota suavemente -pronunció muy suavemente el médico con el extremo del estetoscopio en la espalda del alcalde-. ¿Te ha dado fiebre?

-No sé, creo que sí.

-¿Duermes bien?

-¡Jum! ¡No!

-Respira otra vez…

El alcalde más que respirar, soltó un suspiro. El médico calló.

-No viniste a verla en sus últimos días -dijo finalmente en tono conciliador.

-Ella estaba contigo... ¿para qué iba a aparecer yo? -se refugió el alcalde.

-Ella te esperó… Hasta el último momento...

Los ojos marrones del alcalde se perdieron en el pasado no muy lejano. Volvió a suspirar. Su mente lo llevó a cuando ella era todo para él. Recordó su cabello castaño enredado en sus dedos y su sonrisa cada mañana al despertar. Recordó su olor a jazmines, que inundaba su cama todos los días que compartió con él.

No pudo contenerse más. Las lágrimas corrieron por su tez morena. Tomó aire y sentenció:

-Parece que la volveré a ver antes de lo que creía.