El gallito de la mañana

in #cervantes6 years ago
Siempre ha sido difícil publicar en Venezuela, sobre todo para los escritores de provincia. Por eso, la mayoría de mis cuentos viven por allí: debajo del colchón, en una gaveta donde hace poco se volteó el café, en una carpeta enmohecida, víctima de roedores y ácaros.
Hoy, gracias a una operación de limpieza saltó este cuento y aterrizó a mis pies.
Si no fuera por Steemit regresaría a la carpeta y continuara durmiendo el indetenible sueño del olvido.
Aquí se los dejo y quiero dedicárselo muy especialmente a mi amiga @sandracabrera.

El gallito de la mañana

Cuando Orlando estudiaba en la escuela era realmente terrible. Siendo de quinto grado dominaba a los de sexto.

Fuente

Su fama se extendía hasta los confines del turno de la tarde. “El gallito de la mañana” es un tal Orlando García. Todos estaban enterados de su coraje en las peleas de la salida. Todos, menos la maestra; ella no se imaginaba que Orlando controlaba la escuela a fuerza de puños y coscorrones; y cómo lo iba a pensar si Orlando fingía ser tan ordenado, que siempre lo nombraban Jefe de la Comisión de Disciplina.
Cuando la maestra salía, “El gallito” quedaba al mando.
—A sacar la merienda todo el mundo
—decía en voz alta desde el escritorio.
Los alumnos le obedecían; entonces, revisaba las meriendas y se quedaba con la mejor.
“El gallito de la mañana” organizaba combates donde los pupitres eran escondites; la tiza, un avión de vuelo impredecible; el borrador, una amenaza para el mundo; el pizarrón, una pantalla al revés mirándolo todo sin proyectar ninguna imagen.
—A ordenar los pupitres —decía— “El gallito” al darse cuenta de que la maestra se acercaba.
En un relámpago, el salón quedaba como un templo.
Entraba la maestra, se dirigía al escritorio, los miraba, se sentaba y, después, sin poder evitarlo, dejaba escapar un suspiro por su jefe de disciplina.
Una mañana de junio, quince de junio exactamente, lunes lluvioso y aburrido, “El gallito de la mañana” se paseaba por el patio. Era la hora del recreo. El sol luchaba por ganar un espacio entre dos nubes gordas cargadas de amenazas de lluvia. Hoy no corren los niños en el patio, la garúa mojó sus primeras intenciones de vuelo; el recreo de hoy no se mueve como los de mayo; el recreo de hoy parece la foto de un recreo.
Entonces, de repente, hacia la cantina se asomó el sol en las manos de un niño de sexto grado; un sol de jamón y queso envuelto en un pañuelo blanco, transpirando mantequilla, retando al “Gallito de la mañana”.
“El gallito” esponjó las plumas, cantó dos veces, irguió la cresta y encaró, decididamente, al de sexto grado.
—Mira, tú, ven acá ¿Cómo te llamas?
—¿Yo?
—Sí, tú, insistió “El gallito” mirándolo fijamente.
—David, David Fuentes, contestó el de sexto grado.
—¿Tú sabes quién soy yo? —preguntó “El gallito” acercándosele lentamente, listo para comenzar la pelea.
—¡Caramba, cómo no voy a saber quién eres tú! Tú eres “El gallito de la mañana”.
—Entonces cae con esa arepa –dijo “El gallito”, sabiéndose triunfador, orgulloso de su fama.
Fuentes sonrió. Después contestó con suavidad, pero sin miedo:
—Este es mi desayuno, no veo por qué tengo que dártelo.
— “El gallito” no podía creer lo que estaba escuchando.
“Los de cuarto me temen; los de sexto aprendieron a respetarme desde hace mucho tiempo. Cómo va a venir este pajarito; este uniforme de maniquí a desobedecer una orden mía”.
Estaba indignado. Sus palabras fueron determinantes: —Nos vemos a la salida, David Fuentes.
“El gallito de la mañana” dio media vuelta y se fue hacia su salón, dejando tras de él un plumaje de furia.
David lo vio alejarse. Sonrió. Caminó lentamente sin rumbo. Miró cómo las nubes de lluvia se iban como el viento y pensó: “pronto saldrá el sol”.
“El gallito de la mañana” fue el primero en salir; se enrolló las mangas y se puso a esperar.
Era la hora de la salida: venían los alumnos, los de cuarto hasta los de sexto. “El gallito” buscó a David entre los de sexto. Una idea se cruzó por su mente “Ese no se va a atrever a venir solo. Seguro que se buscó a unos de sexto”. Así que decidió esperar detrás de un árbol, “no me van a agarrar desprevenido”, se dijo en silencio.
Al fin lo vio venir. Bien peinado, como si acabara de entrar a clase; uniforme impecable, podría asegurar que estaba perfumado.
Y no se equivocó “El gallito de la mañana”. No venía solo, venía con los de sexto grado, pero no muchachos, sino muchachas de sexto grado.
“El gallito” salió de su escondite y lo interceptó decididamente.
—Mira, David Fuentes, te dije que te esperaba a la salida.
David lo miró con la misma actitud del receso. Se pasó la mano lentamente por el cabello y después contestó, con un tono cargado de contrariedad, como si ignorara que estaba delante de un reto de “El gallito de la mañana”.
—Es cierto Orlando García, lo había olvidado. El problema es que te fuiste tan rápido que no tuve tiempo de decirte que me había comprometido con las muchachas. Pero te propongo algo: vamos juntos hasta la casa de ellas, y después hablamos.
Ellas escuchaban la conversación sin entender, hubo una pausa incómoda, y David intervino oportunamente:
—Disculpen, chicas, conozcan a García.


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Una de ellas, la más alta, la de pelo largo y ojos grises se adelantó.
Extendió la mano y dijo:
—Así que tú eres el famoso García, cuánto había querido conocerte.
La otra saludó con una sonrisa.
Luego, dijeron sus nombres, casi en coro: “Alexandra”, “Evelín”.
Cuando la mano de Alexandra, la más alta, estrechó la suya, “El gallito de la mañana” se quedó sin palabras. En su corazón, se retorcía un gato asustado, la idea de pelear con David se puso las alas, se fue muy lejos, donde viven las cosas que no han pasado nunca. Un miedo parecido al rostro de la primera pelea se clavó en su lengua como un alfiler; pero haciendo uso de su gran capacidad de recuperación “El gallito de la mañana” también estrechó la de ella y balbuceó con el alma:
—Orlando García.
Alexandra lo miró a los ojos, y Orlando, “El gallito”, sintió por primera vez algo que se repetiría por muchos años, toda su vida; tal vez, en sus sueños más felices; sintió que la vida era de nísperos. Miró a un lado buscando fuerzas, luego miró de nuevo al frente. Y ella lo seguía mirando. Ahora sí fue demasiado, estaba a punto de no querer ser quién era; extender las alas sin ninguna vergüenza y pedir un chance en el equipo de los cobardes.
David, percatado de la difícil situación en la que se encontraba Orlando García, fue en su auxilio.
—¿Por qué no nos acompañas, García? La casa de las muchachas está cerca.
—¡Qué bueno, sí, García, acompáñanos! Así estaremos más que seguras —dijo Alexandra, la más alta, la de pelo largo y ojos grises.
En el camino, Orlando no pronunció palabra. David hablaba con los ojos encendidos, como si su voz reemplazara la lluvia que se quedó guardada en las nubes del recreo. Y ellas lo escuchaban sin paraguas, entregadas a la lluvia de su encanto:
“Los chinos tejieron una muralla de piedra, entonces, nadie pudo meterse con ellos. La gente dice que la hicieron del tamaño de su fe, y que es por eso, que puede verse desde el cielo”.
Dejaron a las muchachas en su casa, continuaron la marcha, y en unos minutos estuvieron en el punto donde cada uno debe tomar su camino.
David se despidió de Orlando García con una palmadita en el hombro:
—Mañana hablamos con más calma, García, le dijo, entregándole su sonrisa de siempre.
Los padres de Orlando no comprendieron jamás por qué la televisión estuvo apagada aquella noche.
Nadie se supo explicar por qué cambió tan repentinamente: zapatos limpios, un espejo en el cuarto, perfume escondido debajo del colchón, un olor a limpio, un andar caminando despacio.


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Pero, sobre todo, absolutamente nadie se supo explicar su inusitada pasión por los libros; los mismos que hasta hacía nada ocupaban un espacio muerto en el oscuro rincón de sus días de quinto grado.

Sort:  

Oye mi amigo que cuento tan fresco, aleccionador y simpático y poético. Pobre Orlando García, quedó en cortocircuito, en shock fulminado, pobre muchacho y qué seguridad y sabiduría la de el tal David Fuentes, sabe dar una buena lección a esos Frank kromer que hay en cada escuela. Recuerdo haber vivido un pasaje parecido en mi vida infantil. Gracias @acostacazorla por tus cuentos tan hermosos.

Me gusta leer tus cuentos bonitos @acostacazorla, ojalá sigan apareciendo por ahí.

Gracias,eva maria gavilan de las alturas

Precioso!! Una lección de vida contada de una forma muy amena y con final feliz, me has alegrado la tarde gran @acostacazorla ;)
Un saludo.

Halagado y emocionado por su lectura y comentario. Saludos de su pana burda de Venezuela.

Hermoso y aleccionador. Una historia para leer a los más pequeños de la familia. Un abrazo, @acostacazorla.

Gracias amiga,tanto me alegra cuando me leen

Estupendo cuento, @acostacazorla. Con la sencillez, uso de la vida ordinaria y toque de humor e ironía que suelen caracterizar a tus relatos. Me hizo recordar tu libro Me estoy tranquilo. Ojalá aparezcan otros manuscritos tan ricos y gratos como el que guardaba este magnífico cuento, por el bien nuestro como lectores y de nuestra narrativa. ¡Gracias!

¡Buenísimo, como todos tus cuentos, querido @acostacazorla!

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