Al principio, los admiro, quiero parecérmeles, intento que sean mis amigos, pero ellos me disparan primero y no preguntan, no tienen la gentileza. En cambio, yo sí, yo les di la oportunidad de ser geniales y terminaron acá, encerrados, prisioneros de mis expectativas…

Soy un tipo especial, con mucha empatía, buen humor, me gusta ayudar a los demás. A pesar de ello, hay una parte de mí que no tiene contemplación con lo falso, no doy piedad a quienes me decepcionan, odio a aquellos que carecen de autenticidad, quizás por eso quiero deshacerme de los que se aprovechan de la pulcra benevolencia con la que, en admiración, los recibo.

Sé que tengo una obsesión insana. Padezco de exceso de confianza. Me ilusiono con conseguir la misma honestidad que poseo, con hallar un espejo de mi entusiasmo por ser diferente, ser íntegro, y transparente, pero como cualquier deseo extremo, he desviado el exceso de mi utópica codicia y la he transformado en una sádica y mórbida estación de mi pituitaria, en la que torturo a los que poco a poco se van desainando de sus verdaderas identidades.

Acá los tengo, amarrados, amordazados. La mayoría están completos. A otros los he ido cercenando, ruñéndolos, moliéndoles las pieles y huesos, hasta irles desvaneciendo, ¿por qué?, es simple, me desharé de aquellos autores que cometen plagio, que no intentan ser mejores, que no ayudan a los demás, que vitorean talentos que no poseen y que se aprovechan del sistema, creyéndose invisibles.

Entro a la habitación, tomo a uno de los rehenes y me lo llevo a otro lugar para que ninguno de los que permanecen en cautiverio pueda escuchar el homicidio que está por suceder. No quiero que se enteren que alguien morirá. Ellos, podrían ser los próximos. Pero hay que dejarlos ser, porque al final nadie puede disimular lo que es realmente.

Estoy en la sala de rituales, acompañado por el hombre que hoy he elegido. En verdad fue aparentemente ingenioso, como todos los que han perecido, pero no lo es, por eso lo he sentenciado.

Como está amarrado y con los ojos vendados, no opondrá resistencia. De hecho, no se enterará que se va a desaparecer, así que manos a la obra.

Lo tomo por el cabello nevado, mientras está sentado frente a una mesa de vidrio, para sacudirle el rostro, con mucha fuerza, contra el cristal que explota a la par de sus párpados. Cae al suelo, se contorsiona como puede y yo le pego una patada entre la sien y las orejas que le desprende el lóbulo, le fractura el cráneo y le hincha la mente, que ya yo le veía podrida.

Luego, agarro un bate y le propino otros golpes entre la clavícula, la mandíbula y el cuello. Está desfigurado, con los dientes salidos, ojos explotados. Le chorrea mucha sangre, incluso me salpica… Ya no tiene vida

Tú moriste de la manera más sádica, Jota Jota. Tu muerte ocurrió de una vez y no por partes, como con los otros. En realidad, no te enteraste, pero tampoco sufriste.

Así como no ves que has muerto, tampoco entiendes el daño que genera tu actitud, tu soberbia y tu originalidad enjuiciada de fidedigna.

Nos haces daño, me haces daño, pero no cambiaste, no evolucionaste y por lo contrario, solo llegabas a todos lados a herir descortésmente, a arrancar costras y dejar fruncir los ceños ajenos ante tu egoísmo.

Te asesiné, sobre todo, por aquel silencio que solo irrumpías para fracturar los ánimos ajenos, en vez de levantarlos. Adiós, no fue un gusto conocerte, pero sí fue un gusto descartarte de mi admiración.

Luego de eso, cierro la habitación oscura que se halla en mi mente, donde he secuestrado a tantos buenos autores para inmortalizarlos y también he asesinado a los piratas, para olvidarlos. No quiero intoxicarme con sus conductas, deseo más bien redimirme ante quienes planean, al igual que yo, ser grandes ballenas.

_{Fotos de mi autoría y gif hecho en Giphy}