La libertad religiosa en los Estados monovidentes y en los Estados pluralistas

En esencia, la religión es una cualidad humana de pensamiento y de emocionalidad caracterizada por la búsqueda en las dimensiones más profundas de éstas, de un sentido de compañía capaz de atenuar en diferentes grados, tanto la situación de inexplicación del origen, sentido y destino de la vida, como el dolor propio de la soledad afectiva. Como es bien sabido, la religión (sobre todo cuando adopta formas corporativas -vale decir, iglesias-) ha venido históricamente desempeñando su respectivo rol de apañamiento pensamental y emocional, generando efectivos niveles de eficiencia; y aunado a esto ha venido produciendo disímiles conflictos entre los seres humanos hasta límites extremos. Límites extremos como la guerra.

Uno de los logros histórico-sociales de mayor relevancia, unido a tal fenómeno religioso, lo constituye el Estado laico. Sí. El modelo de Estado el cual asume, por un lado, la libertad que todos los ciudadanos tienen de adoptar posiciones en cuanto a la religión y las iglesias, y por otro lado, que su funcionamiento sistémico ha de estar ajeno a militancia alguna en esos sentidos. Cuando a través del devenir, se estabiliza este virtuoso modelo estatal laico, sin duda que el valor paz toma ventaja ante su contrario.

Aun así, vemos con más asiduidad de la que se espera, cómo en los días de hoy existen Estados que flagrantemente se asumen como confesionales. Quizá los árabes y la alineación monovidente al Islam, sean los más extremos. Tal situación de Estados islámicos no ha conocido signos de diferencia entre la tal izquierda y la tal derecha. Tanto Estados reconocidos como "de izquierda" (lo que fue la Libia de Gadafi, la actual Irán...), como otros de signo contrario (Pakistán, arabia Saudita...) trazan la misma monovidencia.

Ah, pero hay algo peor. Existen Estados que se declaran laicos, pero que "agachaditos" permiten que en la práctica se milite en la racionalidad cantinflérica de "aquí todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros". Hay naciones en cuyas Constituciones se declara libertad religiosa, pero en sus textos de principios se hace invocación a dios; como es el caso de nuestro país, Venezuela, y no pocos de América Latina. Ello como si se ignorase que lo genésico de lo religioso es precisamente la creencia en dios. La Constitución de los Estados Unidos de América, es explícita en tal materia. Es coherente, además. Por parte alguna baja la guardia en cuanto a la condición laica. Aun así vienen ocurriendo disparates en la práctica.

En un agosto de los años iniciales del presente siglo, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos ordenó desmontar un sólido monumento hecho a base de granito y otros materiales fuertes (de varios miles de kilogramos de peso), ubicado en el interior de la máxima institución tribunalicia correspondiente a una entidad federal de esa Nación norteamericana. El precitado monumento simbolizaba un tributo al valor religioso-cristiano de los llamados “diez mandamientos”. El argumento de la orden judicial en referencia, tenía que ver con el criterio de que tal monumento (denominado, sin más, “Diez Mandamientos”) encarnaría una suerte de promoción a una religión determinada; lo que representaría un acto en contravía con la Constitución de la Nación, habida cuenta que ésta declara al Estado, no confesional. Esta situación generó una desobediencia temporal por parte de un alto funcionario del órgano provincial, y, como es advertible, una enorme polémica. Por un lado, la central Corte hacía rígida la orden emanada de su seno (“armada” de tan principista criterio), y por el otro, el funcionario del regional tribunal apoyaba su oposición en varios argumentos (al tiempo en el cual, corporaciones religiosas cristianas acompasaban a este último), voceando con vehemencia que…

Eran los años iniciales de la ola de gobiernos "izquierdistas" en Latinoamérica. Comenzaba el siglo XXI. Ocurre que el no siempre bien recordado Hugo Chávez envía a Uruguay, un conjunto infantil de música tradicional venezolana, como parte de un intercambio cultural. Gobernaba en el país sureño Tabaré Vázquez. Bueno, el punto es que la comisión de protocolo de allí hace que el grupo de infantes actúe en el contexto de una escuelita uruguaya. Asiste al acto hasta la mismísima embajadora venezolana. Arranca la primera pieza interpretativa y, como es natural, vinieron los aplausos. Luego la segunda y la tercera cancioncitas; y la misma suerte de aplausos. El problema aparece cuando empieza la cuarta interpretación musical. La letra de ésta poseía un fuerte contenido religioso (católico); contenido que a todos los venezolanos les pareció, aparte de cotidiano, sencillamente natural. A algo así como al minuto de que el número musical comenzara, los anfitriones comienzan a intercambiar miradas de angustia; ello hasta el punto de interrumpir disciplinariamente el acto. Se desactivan los modestos sistemas de altavoz, los telones comienzan un zigzag de subir y bajar, en fin...

Pero, ¿qué pasó?, ¿qué pasó? dígannos qué pasó..., decían los adultos que coordinaban la delegación artística venezolana. Los niñitos añadían al compartido desconcierto de sus paisanos, diversas expresiones de tristeza...

Bueno, ocurre que Uruguay es el país suramericano que más toma en serio el asunto del Estado laico y los consecuenciales hábitos sociales de respeto al principio de la libertad religiosa, siendo la institución escolar, de importancia singular.

Al propio Chávez le costó entender lo ocurrido. Sin duda que tal dificultad para justipreciar el problema estuvo unida al aciago hábito que él demostró (al igual que casi todos los presidentes que esta digna nación ha tenido) de desconocer en la práctica, la esencia de la laicidad estatal y el contenido democrático de ello.

Con estupor nos ha tocado ver, además, cómo en otros países de nuestra América Latina, los presidentes y otros altos funcionarios, se juramentan oficialmente ante un crucifijo y velas, besándose sus propios dedos. "¡Que dios los perdone a todos, por tanto disparate civil!"...