UNOS CULOS UNA VAINA UNA GUEVONADA

Patti Smith y Robert Mapplethorpe en los años setenta, en Nueva York. Fuente de la imagen: https://elpais.com/diario/2010/03/25/cultura/1269471604_850215.html Fecha: 18/02/2018 08:15 pm

Karen tenía casa, contactos y dinero, y yo me defendía con más dinero, con mi leyenda, con los libros y la pasión. Aquello era un sentimiento incondicional, una furia de fiera herida, el sentimiento de quien sabiendo que la derrota es próxima; aun así pelea como animal acorralado.

Ya era tarde, y lo pude constatar porque se fue todo el mundo. Mi cabeza iba a estallar del dolor, así que busqué una cava llena de hielo y por fin encontré un lugar en donde meter la cabeza, aunque olía a agua putrefacta, a cerveza, a ron, a coca-cola, a sevillana: a ambiente familiar.

Y llegó otro viernes, pero nos tocó ir a una de esas fiestas llena de gente X. Decir que me cogí a Julia en ese momento, sería mojonear. La vi. Sentada en un mueble, en el medio, junto a Karen y Jove (filósofo Hegeliano, quien, según confesión personal, no fornica desde 1999, año, según él, en que las mujeres renunciaron a entender la filosofía hegeliana).

Me pareció que cuadraban. Todo entonces adquirió un aire hipócrita. La gente empezó a jalarme bolas y hablar con Karen. Los panas esperaban uno de mis ataques o que ignorara, antiparabólico, toda la escena, o me fuera con Karen u otra tipa (quizá ambas) a una de las habitaciones, preferiblemente la principal, donde había un edredón persa, y el techo tenía en espejo, donde te puedes ver, donde nos vimos Cecilia y yo mientras tirábamos.

Quiero decir: se convertía en espejo al arbitrio de nuestras sacudidas.

Sacudidas hormonales, orgásmicas.

Ya, aburrido de estos recuerdos y apurado ante la necesidad de una dosis de morfina, aparecí con libro en mano, en el podio que me prepararon (¡por Dios qué desfachatez!) para que leyera mis poemas.

Sin embargo, no ocurrió nada. O sea, no hice nada. Todos los ojos me miraron, escuchaban, todo eso siempre me pareció irreal. Nunca recuerdo mucho de lo que hago en esos momentos, sólo me lanzo a leer y luego, como pacté conmigo mismo, me olvido de eso, bebiéndome un trago, como si aquel líquido fuera agua de Leteo. Todo volvió a la normalidad del mal gusto. Escuché y saludé algunos, luego escapé afuera, donde, de alguna manera, la piscina me llamaba.

Julia salió y bailaba sola y una hora después seguía bailando sola. A las cinco de la mañana entró en una de las habitaciones de la casa. Yo la llevaba de la mano. Sin desvestirla (o sea, bajándole las pantaletas, subiéndole el vestido y arrimando su camiseta para sacar sus senos) nos pusimos a tirar enfurecidos.

Ella acababa con facilidad, se vino tres veces mientras yo respiraba en su cuello. Yo tardé bastante más.

En la semioscuridad distinguí a Karen y otra persona, en un ángulo de la habitación. Fumaban. Murmuraban. La tercera era Vero y comprendí que estaba tirando en su cama; pero ésa no era su habitación, sino que era la concha en donde según las malas lenguas hacía el amor con Karen.

Pero ahora la que hacía el amor era Julia y yo trataba de ser dulce con ella y lo único que me distraía era que aquellas dos estuvieran mirando, tal vez masturbándose mutuamente, en aquel tiempo, en aquel tiempo, nada importaba en realidad.

Entonces comenzó el desastre: acabé, respirando ahogadamente y metiendo mi cabeza entre su cabello, a ella parecía no importarle que hubiera acabado adentro, quizá, como luego me dijo Karen, no le molestaba la posibilidad de tener un hijo mío.

Después se levantó y se acercó a las mujeres. Karen de ellos le puso una mano sobre el hombro. Vero le entregó un sobre. Yo me tomé 6 pastillas de codeína y me quedé viendo a Julia quien se enfiló al baño, sin mostrar más que su pose de niña buena. En la casa quedaban aquellos que habían sobrevivido a la fiesta.

En el baño Julia comentó, en voz alta, que había una chica durmiendo en la bañera. Se lavó la cara y el coño, se peinó, cuando volvió a salir Karen estaba despachando a los que aún estaban operativos. Vero preparaba el ajenjo, para terminarnos de escoñetar.