Las polillas

Cada noche pongo mucha atención a los sonidos emergentes; porque de ellos escucho los murmullos de ciertas criaturas, aladas y nocturnas, que buscan refugio en el interior de árboles arcaicos.

Son las polillas las causantes de mi esmero, puesto que de ellas he colocado todo mi interés. Sus parloteos con como pequeños fragmentos de cristales, que impactan con el suelo con una fina sinfonía.

Se deslizan con el viento, bailan al son de la noche y vuelan alrededor de hojas nocturnas, bañadas con una brisa húmeda, afable y espectral.

Entran en los juncos profundos con sus ojos ciegos y espantosos, para después ascender al cielo en busca de la luna. Van hacia las casas buscando la lumbre más preciada y luego se detienen para descansar de su correría.

Leyendas diversas y hasta interesantes, la gente relataba sobre estos insectos enclenques de la penumbra.

Algunos dicen que son mensajeras de las brujas, que al llegar a un lugar, un alma será arrebatada del mundo de los vivos. Otros dicen que son acompañantes de las banshees —plañideras fantasmales— y que son atraídas por sus alaridos al pasar.

Finalmente para otros, aquellos escépticos de fantasías legendarias, son una gran molestia; una plaga que debe ser liquidada, ya que las polillas devoran hambrientas los tejidos de los muebles y cortinas, de los ropajes y decoraciones con tejidos hilados.

Yo las veo como hadas de la noche, protectoras de los bosques somnolientos y fúnebres, que guardan silencio a su señora la luna. Su belleza resplandece y yo me quedo para escucharlas, buscando la calma entre sus susurros portentosos.

Ilustración

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