Noche, noche helada, noche saboreada. Luego más noche, noche con saborcillo a recuerdos, noche que no acaba nunca, noche que se queda atormentando los silencios. Momentos, tan lejanos, aquel muchacho que le cantaba para alegrarla, después más momentos, más memorias llenas de vida, con alguna que otra lágrima incluida.
Mil noches, mil lunas de testigo, el viento soplaba fuerte mientras aquellos jóvenes se perdían entre música, entre letras, entre tantas palabras a la distancia. Kilómetros, kilómetros crueles, kilómetros que intentan ignorar su daño en el caso irremediable de un amor sin remedio, de un amor tirado al olvido solo por su culpa, por su causa, por el simple hecho de no querer reducirse a centímetros.
Centímetros, él a centímetros del mar y ella a centímetros de una gastada pared verde. Olas de remordimiento ¿Arrepentidos de no haberlo intentado? Ella lo advirtió, enamorarse sería algo absurdo en un caso en donde no podían sumar uno más uno, ya que con la distancia y el temor ya serían cuatro. Cuatro farolas que no llegarían a alumbrar ni una mínima parte del mar, de sentimientos que las olas arrastrarían hasta la orilla.
Él llevaba el conteo de los mil rubores en aquellas mejillas juveniles, con palabras amorosas, incluso dichas apresuradamente sin darse cuenta. Uno, dos, tres…cincuenta besos prometidos que se perdieron en el aire del vacío. Entonces se abre paso la fría noche, trayendo consigo estrellas de poco brillo, meteoritos de realidad que aterrizan al subconsciente de dos jóvenes que soñaron con algún día verse.
Tour por las playas, por los parques, los mejores restaurantes, todo, todo juntos, pero quedando en la nada. Comenzaron a darse cuenta que ya las charlas no eran lo mismo, la incomodidad que reinaba era notable. Ya no cantaba, ya no habían versos musicales que los describieran “Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma”, solía cantarle, ella solo sonreía y cantaba a todo pulmón como si pudiese verle, como si se le permitiese ver la sonrisa que adornaba el rostro de aquel muchacho con la primavera en el alma.
Otoño, hojas secas de recuerdos empezaban a caer, ya no solo existían los kilómetros, ahora reinaba el silencio, las discusiones, la frustración de querer y no poder, porque tanto dicen que el que quiere puede, pero ni siquiera amando llegaron a poder. Tomaron rumbos diferentes, jamás se sintieron tan lejos ¡Qué más da! Ella suele recordarle siempre con alguna que otra risa y una que otra lágrima, mientras él, él solo desapareció entre las olas del olvido.
Fuente de la imagen empleada:
Portarda;Chica en el agua 2;Chica en el agua 3
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