Sala de ensayos

Abrió con la antigua llave una herrumbrosa puerta de chapa y madera medio desvencijada por los años. La galería no estaba como la recordaba, plantas descuidadas se habían abierto paso entre el cemento y las baldosas del piso, como solo la fuerza de la naturaleza puede hacer.

La antigua fuente con el querubín en lo alto, otrora dejaba caer agua sin fin desde un pequeño jarrón, ahora sucia, mohosa y rajada era solo un recuerdo de aquella que alguna vez fue clara y límpida donde su rumor era una invitación al romance de amor.

Las escaleras no estaban mejor que el resto de la casa, la madera floja y astillada por años de intemperie, de agua y sol, de calor y frío, todo el conjunto invitaba al desasosiego pero Leandro no estaba angustiado ni molesto, ni siquiera triste, entendía la corrupción del tiempo, en su memoria todo seguía siendo bello y excitante, como un sueño tranquilo y verdadero.

Veinte años han pasado desde la última vez que estuvo aquí, cuando Hayato, su profesor de baile y meditación le dijo que ya no podía enseñarle más. Entendió mal las palabras y pensó que el “chino” como cariñosamente lo llamaba, se retiraba o se iba, pero no, la respuesta lo dejó perplejo: no podía enseñarle más porque ya lo había superado, había aprendido todo de él y lo había mejorado.

En medio de un remolino de sensaciones donde no sabía si alegrarse o apenarse decidió ir en busca de nuevos rumbos, hacer lo que le gustaba, recorrer el mundo enseñando el arte que ahora sabía que dominaba.

Alegría y tristeza, aprendió en ese instante que pueden convivir en una noticia, en un sentimiento.

Volvió al presente cuando sin darse cuenta su mano giró el pomo de la puerta y vio el antiguo salón donde le enseñaron todo lo que sabía, donde aprendió a dar todo de sí, donde ensayaba hasta que le dolían todos y cada uno de sus músculos.

El impacto fue grande, extrañamente se encontraba en perfectas condiciones, como si la degradación de afuera no lo hubiera tocado, como si nada se atreviera a degradar el santuario, como si solo hubiera faltado un día. El piso de madera de pino lustrado como solo Hayato sabía hacerlo, los almohadones de cuero dispuestos de cualquier forma en el suelo y los bancos contra la pared, las estufas para el invierno y los ventiladores para el verano, todo estaba como lo recordaba.

Las imágenes de entonces se agolpaban en su mente dándole ramalazos de júbilo y de añoranza, le habían dicho que su maestro había muerto hacía años pero su espíritu se negaba a abandonar el lugar, su presencia se sentía muy fuerte, absurda jugada del destino, imposible olvidarle.

Recorrió todos y cada uno de los rincones de la estancia, el tiempo voló y solo comprendió que la tarde moría cuando los rayos de un sol rojo se filtraron por el hueco de un postigo al que le faltaban dos maderas.

Mientras las sombras se agigantaban dejó atrás la vieja casa sin animarse a mirarla de nuevo, con la melancolía del recuerdo aún viva en su alma pensó por última vez en la sala de ensayos, la llevaría en su corazón mientras viviera.

La fotografía es de mi propiedad.

Héctor Gugliermo

@hosgug