Los crímenes de la Avenida de Mayo III

in #cervantes5 years ago


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El entusiasmo por los últimos descubrimientos se mantuvo alto por varios días, el ayudante a cargo de la investigación del arma homicida volvió con la noticia de que solo cuatro marcas conocidas poseían productos cuyo ancho y largo eran similares a los de las heridas. Luego de dar su informe recibió una nueva consigna, recorrer los negocios de la zona e interrogar a los vendedores sobre posibles ventas recientes de esos modelos y si era posible obtener nombres, descripción física o cualquier otro dato que consideraran relevante para la investigación.

Otra parte del equipo de investigación de Soto comenzó a buscar posibles testigos de alguno de los crímenes, se intentaba recabar cualquier información pero se trabajaba de forma discreta, no querían que el asesino – si es que continuaba merodeando por allí – observara que había una gran actividad policial y decidiera trasladar su macabra labor a otro lado.

Siete días después del cuarto asesinato, Soto recibió a una mujer que decía tener información importante que trasmitirle, la hizo pasar al despacho y dedicó unos instantes para estudiarla. Era una señora de unos 40 años de edad de apariencia cansada, era alta, extremadamente delgada y huesuda y se le notaban las clavículas a los costados de un cuello largo, pálido y nervudo, daba la impresión de tener una percha para la ropa debajo de la piel. Consciente de su flacura trataba de disimularla con unos grandes colgantes de carey que no alcanzaban a ocultar los llamativos huesos que atraían la mirada del detective pese a su esfuerzo por no parecer desconsiderado.

La mujer de nombre Adelina Flores le mencionó haber visto un hombre alto, de tez pálida –como si estuviera enfermo- agregó, de unos 25 años y vestido pobremente arrastrando un bulto grande un rato después de la medianoche, ya entrados en el 19 de marzo. Soto le preguntó si era vecina del lugar a lo que la mujer se limitó a contestar que trabajaba cerca y justo en ese momento atinaba a pasar por allí. El detective dejó pasar el vago comentario pero anotó investigar la profesión y el lugar de trabajo de Adelina. Siguiendo con su relato la mujer mencionó varias cosas que coincidían exactamente con el lugar del hallazgo del cuerpo así que decidió confiar en el testimonio. Un nuevo dato importante se acoplaba al expediente: el posible asesino era un hombre alto, joven, posiblemente enfermo y de condición humilde. Con suerte solo un par de miles de hombres encajaban en esa descripción en el Buenos Aires de la década de 1920.

Soto y Durán hacían un buen equipo, este último aportaba un profesionalismo exacerbado que era bien recibido por el detective quien hasta ahora nunca había conocido una mente brillante e ilustrada como la del forense. Por su consejo, Soto comenzó a recabar información de los pocos casos de asesinatos en serie que se conocían oficialmente, en Argentina había un solo antecedente, el de Cayetano Santos Godino a quien se conoció como “el petiso orejudo”. El mencionado Godino en los albores del siglo asesinó a 4 jóvenes, hirió a otros 7 y fue responsable además de varios incendios. En el ámbito internacional solo recordaba el famoso el caso de “Jack el destripador” quien actuó en la ciudad de Londres hacia fines de la década de 1880, cometió 5 asesinatos de prostitutas y luego los homicidios cesaron tan repentinamente como habían comenzado. El perpetrador desapareció y hasta este momento no había sido identificado por lo que la investigación continuaba después de más de 40 años. Al menos el petiso orejudo si pudo ser identificado y atrapado, ahora pasaba sus días de reclusión perpetua en el lejano penal de Ushuaia en Tierra del Fuego, lugar más conocido como "la cárcel del fin del mundo". Envió cartas a los jefes de policía de las principales ciudades extranjeras: Nueva York, Roma, París y Madrid entre otras, explicaba lo que estaba ocurriendo y requería urgente colaboración sobre casos similares, claro que era algo que demoraría demasiado tiempo pero no se podía pasar por alto.

Soto habló con el jefe de la policía federal para solicitarle refuerzos, quería iniciar una discreta vigilancia en todo un perímetro previamente estudiado y definido, dependiendo de la cantidad de agentes que consiguiera el mismo podía abarcar hasta 4 manzanas alrededor de los puntos donde se habían producido los crímenes. Pese a la presión política y de la opinión pública, el jefe solo le asignó 4 agentes con lo cual el radio de vigilancia se vio abruptamente reducido, Soto se asignó una sección para él mismo porque consideraba que el personal no alcanzaba para todo lo que pretendía vigilar. No sabía cuánto tiempo podría hacer ese turno, otra vez estaba extenuado.

Los primeros días de abril ya daban muestras de que la estación del otoño había llegado, días nublados, frescos y desapacibles, las hojas de los árboles caían y tapizaban las calles de la ciudad con un manto de colores que variaban entre el anaranjado y el marrón, los barrenderos trabajaban a pleno para levantarlas y acarrearlas hasta los camiones que se las llevaban con rumbo desconocido, algunos vecinos alimentaban una tradición que venía desde lejos: juntaban sus propias hojas y las prendían fuego, el olor característico de esa quema era asociado por muchos con el cambio de estación. José Benítez barría a conciencia su sector de la avenida de mayo comprendido entre las calles Virrey Ceballos y Salta, justamente en el comienzo de la plaza del Congreso, a tan solo 2 cuadras del Palacio Barolo y por ende del sector donde se concentraban los crímenes, mientras empujaba una pila de hojas hacia una pala ayudado por el gran cepillo que era su herramienta principal, vio un cuchillo atascado en la rejilla de una alcantarilla, dada la proximidad con el lugar de los luctuosos hechos comprendió que podía ser importante el hallazgo y lo entregó a su jefe directo.

Mientras tanto el cotejo de la huella dactilar encontrada en el periódico de la escena del último asesinato con las impresiones en poder de la policía era lento, demasiado. Casi simultáneamente otro nuevo descubrimiento científico de reciente incorporación en los laboratorios de Buenos Aires, la identificación de los grupos sanguíneos, se utilizó para analizar la sangre impregnada en el mismo diario. Los resultados arrojaron que correspondía al grupo 0, el más común de todos, el que poseen la mayoría de las personas, sin embargo no coincidía con la de la víctima cuya sangre "sin lugar a dudas" -según Durán- pertenecía al grupo A. Se podía suponer con un buen grado de certeza que esa sangre pertenecía al asesino quien probablemente se había cortado mientras cometía el crimen.

La fecha del 18 de abril se acercaba inexorablemente y todo el equipo trabajaba de forma denodada sobre las pistas obtenidas, aun sin resultados concluyentes.

Continuará…

La fotografía es de mi propiedad y muestra la Avenida de Mayo (lugar de los hechos contados en esta ficción) en la actualidad.

Héctor Gugliermo

@hosgug

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Muy buen desarrollo de la historia querido amigo.

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Muchas gracias querido amigo.

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