Astrolabio, visiones de mundo de Equipo Cardumen / La indecible vigilia del decir, por @josemalavem
La indecible vigilia del decir (acerca de "La nada vigilante" de Armando Rojas Guardia) / @josemalavem*
Amigos lectores de Steemit, con el ensayo que publico hoy cierro la trilogía acerca de la obra literaria del escritor venezolano contemporáneo Armando Rojas Guardia (Si estás interesado en leer las dos anteriores, puedes ir a 1 y 2); lo que no quiere decir que no publique más adelante otros trabajos sobre uno de los más importantes poetas venezolanos vivos. Este ensayo (publicado antes en medio impreso) es la primera versión de un trabajo terminado mucho más extenso, que forma parte de mi investigación acerca del autor. En este texto, al modo ensayístico más ceñido, concentro mi interpretación en su libro más problematizante (a mi modo de ver): La nada vigilante. Agradezco su tiempo y atención.
LA INDECIBLE VIGILIA DEL DECIR
(…) una voz que se asiente desde la nada,
desde su hueco, su ignorancia; desde la
única intimidad que le queda (…)
María Fernanda Palacios
Les ofreces a manos llenas tu nada.
Rafael Cadenas
¿Cómo interpretar la voz de la queja profunda, de la aridez entrañada, del “sagrado estupor” que la palabra contiene? ¿Cómo hablar de la intensidad de una “lucidez desierta”?
si no hay nada que expresar o describir
excepto la misma nada vigilante. (25) *
La palabra se convierte en incertidumbre, alteridad del ser y su lenguaje; palabra que se mira a sí misma y se encuentra en su revés, en lo no dicho, lo desalojado; palabra que se halla en su íntimo abandono, a la espera de un advenimiento que es imposibilidad, rotura, herida de lo indecible.
Desde esa sustancia corporal y espiritual nos sacude Armando Rojas Guardia en La nada vigilante (1994). Sustancia expresada como voz de la propia poesía que se experimenta en el dilema del ‘querer-decir’ –el deseo– y el ‘no-poder-decir’ –la anulación.
En el corazón de este desasosegante libro de Armando Rojas Guardia se abre una abismal reflexión sobre la posibilidad y pertinencia del decir poético. Inquietud que advertimos con una presencia y un carácter particulares en sus libros anteriores, por ejemplo, en los poemas “Microjazz” y “¿Poesía?” de Yo que supe de la vieja herida (1985), o en los poemas “Fondo negro” y “Persecución de la poesía” de Hacia la noche viva (1989). En los dos primeros la herida de la poesía es conciencia de la precariedad de la palabra frente a la realidad y la experiencia. “El poema es hoy / la lucidez vacía de este espacio / que deja el dolor al descubierto” leemos en “Microjazz”, y en “¿Poesía?”: “Sería necesario / desdecir(se)”. Un destello de la nada que encontramos en La nada vigilante se nos revela en Hacia la noche viva. Ya en el epígrafe de Simone Weill, que abre la parte II, se nos confronta con la necesidad descarnada y lúcida del vacío; y en “Persecución de la poesía” este vacío será experiencia profunda de las palabras que se quieren poesía: “(…) apenas el vacío de las formas / donde ellas se desatan, libres ya / para resolverse en nada pulcra / –una nada dulcísima, compacta–”.
La experiencia del vacío y la nada se radicaliza, cobra una dimensión ligeramente diferente en La nada vigilante. Un sentido buscado, por ausente, se nos ofrece en el asentimiento de la voz de su primer poema. La poesía ha de verterse en un lenguaje esperado cual cópula y placer “lentísimo, fértil”. Un decir que sea celebración amorosa y gustosa, proferida pero conservada en su crepitar. Un decir que, “letra a letra”, como expresa en Hacia la noche viva, se levante “como una fronda erguida, resonante”, que se sienta cuerpo habitado por la palabra y palabra vivida del cuerpo. Un decir hecho de realidad esencial, de “la dulce hoguera” que “los leños crudos del lenguaje” vivifican.
Pero en La nada vigilante ese rostro del decir poético parece desdibujarse, ser su otro aniquilado:
Amo el sol de la palabra día.
Pero la digo aquí y se evapora
el poder matutino del vocablo,
su saliva auroral, recién gustada. (12)
El deseo yace ahí, junto a la lámpara,
despierto bajo el polvo de los astros,
arrojando su sombra en el papel
que lo expulsa silente, inmerecido. (15)
La realidad solicitada y vivenciada en y por la palabra se convierte en hueco, en blanco que se pudre a la espera del poema. La realidad es lo informe inquietante e inasible, que se procura en su temblor de verdad no verbalizada: empozada como un naufragio “bajo el cielo cerrado del silencio”, se hace materia expectante y fugitiva.
Deshabitado y sediento de lenguaje, el cuerpo se remueve en la búsqueda de una verdad –“la exterior para siempre a la belleza”, dice la voz poética–, que es “cifra invertebrada”. La carne, afiebrada por la necesidad de expresar lo informe, se anticipa, como una “llama blanca”, a su muerte: “La muerte se parecerá a esta aridez” (21).
El poema se muestra sin experimentar la “palabra total”. Es roce indoloro, intransitivo, distraído, yermo. No es palabra paladeada, crecida como carne interior: “Sólo alcanzo a aludir, casi a tocar / al poema cadáver enjoyado / por el histriónico decir (…)” (19).
Frente a esto solo la vigilia, es decir, la vigilancia del ser. La espera es deseo, y viceversa. La palabra se sabe postergada y, a la vez, ardiente en el blanco de la página. Una necesidad intemperante procura “deletrear la nada”, hacer que esta hable desde su presencia cuestionante, interrogante. Poseedora de una verdad inexorable, que se vive en la oscuridad como un “animal dormido”, la nada contempla y se contempla. Se transita en la mirada propia y de los otros: “otear melancólico de la nada”, en palabras de Rojas Guardia. Repasa los bordes del papel, la tersa faz de la mesa, el transcurrir del tiempo replegado. Acuerda su íntimo pacto con el silencio de la luz y las formas que hacen al día, o recibe, apremiante y amorosa, la declinación de la noche en las paredes que las sombras reclaman.
Amo la oscuridad: se me parece.
Detesta todo estruendo.
(…)
Ojalá fuera éste un texto ingrávido
donde cupiera íntegra la sombra
y las anheladas formas descansaran
del día universal y su bullicio. (23)
Oculta en el mundo, respira una levedad, una ingravidez; en ella se suspende un sentido que la atención percibe y trata de expresar; pero se escapa entre los dedos de la escritura, se vuelve vacío mental. Queda el anhelo incumplido de la palabra, su lado oscuro, en el que “aquello” sigue crepitando en ausencia: “Es la espalda del verbo lo que miro” (24).
No obstante, la sed de la palabra permanece como espera, sabiéndose, como diría Borges, “inminencia de una revelación que no se produce”. ¿Serán la imposibilidad, la huella muda, la atención inmóvil, los signos sagrados de un decir posible? ¿En qué “lugar desceñido” ubicar la voluntad y la fuerza de esa espera que haga posible el decir? La voz nos habla: “Quiero que permanezca intacto eso inasible” (22). Espera y asentimiento se muestran como las formas que la vigilia asume y requiere. En ellas se conserva el deseo y la tolerancia, el paciente anhelo, la entrañada inquietud. Leemos en La nada vigilante:
¿Cómo aguardo el poema? Lo voy viendo
brotar encenizado de mi boca,
cargado de fracaso y sin embargo
diciéndose impasible, inagotable
pese al fondo reseco de mi alma. (24)
La desgarradura del alma, su resonancia callada, su apertura abismal en la palabra, nos enfrenta al carácter ontológico y religioso de la poesía. En la vigilia y en la nada que en ella se afirma, lo sagrado, el misterio -tan enraizados en la obra y vida de Armando Rojas Guardia- perfilarán el rostro gozoso e incompleto del decir. Por eso se expresará que el poema “ (…) aguarda / llenarse a sí mismo como un vaso / colmado por la pacífica añoranza / del silencio de Dios (…)” (20).
Lejos de la extroversión, seguridad y titanismo de cierta poesía, la elocuencia de la ‘nada vigilante’ se erige como habla del desierto, palabra del envés y la intemperie.
Nota:
* Las citas extensas extraídas del libro son identificadas con el número de la página colocado entre paréntesis; otras simplemente se colocan entre comillas.
Referencias
Rojas Guardia, A. (1985). Yo que supe de la vieja herida. Caracas: Monte Ávila.
Rojas Guardia, A. (1989). Hacia la noche viva. Caracas: Fabriart.
Rojas Guardia, A. (1994). La nada vigilante. Caracas: Pequeña Venecia.
@josemalavem (José Malavé Méndez)*. Natural de Cumaná (Estado Sucre, Venezuela). Escritor y profesor de literatura en la Universidad de Oriente (Venezuela), de donde es egresado, con Maestría en Literatura Venezolana de la Universidad de Carabobo. Fue coordinador de la Casa Ramos Sucre desde su apertura en 1983. Es autor de los libros de poemas Breviario de sombras y Oculta y próxima. Ha publicado poemas y ensayos en revistas y suplementos literarios del país. Promotor cultural tanto en literatura como en cine.
Gracias por su lectura. Saludos.
Agradecemos el apoyo de
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Un post de una belleza inmensa. Tanto en contenido como en forma.
Gracias por mostrarnos este paisaje.
¡Felicitaciones a @EquipoCardumen por este nuevo espacio!
Hermoso trabajo, @josemalavem! El escribir siempre es un acto de vigilia, de encuentros y desencuentros. La poética de Armando es muestra de ello; tu texto sobre él, también lo es. Abrazos.
Un gran comienzo para Astrolabio, @josemalavem, con tu trabajo impecable como siempre y @equipocardumen, apostando a más y creciendo cada día. ¡Éxito para el nuevo espacio!
¡Bravo, Bravo, Bravo! Mi bienvenida y sincero saludo a Astrolabio, visiones de mundo del @equipocardumen, con este magistral ensayo de @josemalavem cerrando la trilogía sobre la obra poética de uno de nuestros más lúcidos escritores: Armando Rojas Guardia.
Magnífico trabajo de investigación, @josemalavem.
Qué gran inicio para este proyecto literario.
¡Felicitaciones!
Felicitaciones a @equipocardumen por este nuevo hermoso esfuerzo editorial y a @josemalavem por esta impecable y aguda disertación sobre la
a través de la obra de Rojas Guardia.
Creo que todos los que alguna vez hemos querido asumir el oficio de escribir (en cualquiera de sus géneros) hemos experimentado ese dilema, esa tensión, ese no-se-que que no se puede expresar con palabras.
Se aprecia en la obra de Rojas Guardia una recurrente mirada al vacio, a la oscuridad, a la sensación de ingravidez que pudiera asumirse como propia de las limitaciones del lenguaje o atribuibles a la imposibilidad del escritor (por cualquier coyuntura) a descifrar las claves que llevan a la expresión estética de sus ideas o del mundo que le rodea.
El poema Fondo Negro pudiera servir de ejemplo a ese vacío fatal, esa muerte física o mental que a cualquiera alguna vez a arropado. Si cambiamos Caracas por cualquier otra ciudad podríamos vernos retratados en esa suerte de vigilia indecible no solo del decir, sino también del sentir.
Una escritura sobre la poesía o una poesía sobre la lectura de los poemas de Armando Rojas Guardia? Para mí, has logrado en tu ensayo hacer ambas cosas. Te felicito por ello.
Un ensayo extraordinario sobre un recorrido no menos extraordinario de
Armando Rojas Guardia.
Este extenso estudio sobre la vida y la obra de este autor es profunda e interesante y la has reflejado en forma limpia.
Gracias por compartir.
Y mis más sinceras felicitaciones a @equipocardumen por este nuevo espacio.