Historia. 3 Rosas: Capítulo 5

in #writing7 years ago (edited)

                                         El Encuentro y La Noticia.    


          La cena había terminado con algunos rostros sorprendidos y otros enojados. Rosa Paula entendió que ni su padre ni su hermana mayor le dirían cuál era el problema que tenían con Joaquín, así que buscó a la única persona que podía contarle todo lo que había pasado para que ellos reaccionaran de esa manera tan solo con escuchar su nombre, Rosa Elena. Sin embargo, la hermana del medio no quiso inmiscuirse en los problemas de la hacienda ni mucho menos ganarse de enemigos a su padre y hermana, por lo que prefirió mantenerse callada. La menor de Las Rosas se sentía frustrada al no obtener información, no entendía qué podía ser tan grave como para generar todo ese revuelo.  

          Era más de medianoche cuando decidió salir de su habitación, cuando llegó al salón, tuvo un flashback y se vio así misma siendo una niña, corriendo al encuentro con su padre que acababa de llegar de viaje. Sonrió, esa casa siempre le había parecido demasiado grande, ahora no era diferente. La sentía grande, pero al mismo tiempo vacía, como si realmente estuviera allí de paso.  

          Salió al jardín y notó la brisa fría, el cielo estaba despejado y observó las estrellas, deseando poder estar en su quería París, la ciudad que había adoptado como suya. Aun con su polución y sus calles sucias, la extrañaba, extrañaba a su gente, los turistas paseando por Notre Dame, y a su locas amigas de universidad. De repente una camioneta la sacó de su ensoñación, vio a un hombre y una mujer bajar y entrar a la pequeña casa que estaba en la entrada, se encendieron las luces, pero no estuvieron así por mucho tiempo. Quería saber quiénes habían entrado, debían ser trabajadores de la hacienda, se oían risas y murmullos de alguna conversación amena, y en pocos minutos comenzaron a escucharse algunos gemidos. Rosa Paula cayó en cuenta de lo que estaba pasando dentro de la cabaña y quiso salir de allí lo antes posible. En su apuro por alejarse, tropezó con los botes de basura. –¿Quién anda ahí? –gritó el hombre dentro de la casa. Rosa Paula no se detuvo y corrió hasta la casa. Una vez dentro, se permitió respirar con normalidad mientras su corazón se calmaba, subió a su habitación y con los gemidos de la pareja dentro de su cabeza se quedó dormida.     


          Al día siguiente Rosa María fue hasta la hacienda La Esmeralda, propiedad de Miguel Morales, su suegro. Saludó a algunos trabajadores a su paso hacia la casa que ocupaba el mayor de los hijos, Felipe. Entró sin llamar, pero al no encontrarlo en el piso inferior, gritó su nombre, llegó hasta el pequeño cuarto del segundo piso, sitio que usaba el joven como taller de pintura, sonrió al verlo concentrado en una nueva obra y con los auriculares puestos. Lo abrazó por detrás sorprendiéndolo.  

          Felipe se quitó los auriculares y la besó en los labios, la rodeó con su brazo izquierdo aun sin dejar de mirar el lienzo a medio pintar. Rosa María ladeó un poco la cabeza. –¿Esa soy yo? –preguntó con ganas de que la respuesta fuera negativa.  

          –Sí –respondió Felipe sin moverse–. Estoy intentando incursionar en el cubismo pero creo que el estilo de Picasso no es lo mío.  

          –Creo que no –concordó Rosa María. Había ido a verlo decidida a convencerlo de quedarse en el pueblo, pero no sabía cómo comenzar aunque, sí sabía qué decir exactamente para convencerlo.  

          Felipe se sentó en uno de los dos sillones que adornaba su taller, el que estaba menos manchado para no incomodar a su novia, la sentó sobre sus piernas y comenzó a besarla, las intenciones de Rosa María se desviaron, el beso la había excitado y su lengua pedía más. Felipe también se había excitado, los últimos días habían discutido cada vez que se veían. Ahora las discusiones quedaron de lado, la pareja tenía necesidades fisiológicas y emocionales que satisfacer, Rosa María no quería que se marchara del pueblo, no podía darle el “sí” definitivo para casarse pero no quería alejarse de él. Felipe por su parte, sentía que estaba perdiendo a su novia, con cada discusión la sentía más lejos y quería recuperarla a como diera lugar.    


          Rosa Paula llegó a la cocina casi a las once de la mañana. Una de las señoras de servicio le ofreció café, jugo de naranja y un desayuno típico de la región, huevos revueltos, carne mechada, caraotas y arepa asada. Sin pensarlo se sentó a devorar el sustancioso desayuno. Aurora entró y la saludó cariñosamente, bromeó sobre la hora de despertar de la joven. En la hacienda, todos madrugaban para atender diversos asuntos. La joven se defendió diciendo que tenía mucho tiempo sin dormir tan plácidamente y quería disfrutar al máximo. –¿Tita, quién vive en la casita amarilla? –preguntó con marcada curiosidad, recordando a la pareja que había visto en la madrugada.  

          –¿La cabaña de la entrada?  

          –Sí –sin dejar de comer.  

          –Allí vive Joaquín –respondió un poco cohibida, con la mirada baja.  

          Rosa Paula dejó caer su tenedor, sorprendida de saber que el hombre que había visto entrar era su primo. –¿Joaquín? –Aurora asintió–. Creí que él no vivía en la hacienda.  

          –Joaquín es el capataz de la hacienda… Vive allí desde hace años. 

          –Pero… con todo lo que paso ayer, pensé que… –Rosa Paula quiso aprovechar la oportunidad para saber, por fin, qué había pasado entre su primo y su padre–. ¿Qué pasó, tita? ¿Por qué mi papá dijo todo eso de Joaquín y tú no lo defendiste? –Aurora desvió la mirada, se disculpó de manera torpe y quiso salir sin dar una explicación, la joven no estaba dispuesta a más evasivas y la enfrentó.  

          Tuvieron una discusión donde la madre del joven no dijo nada de lo que Rosa Paula quería saber, nunca había visto a su tía tan alterada, llorando de manera descontrolada. –Mi hijo aquí ya no es bienvenido, pero tu padre por consideración hacia mí permite que tenga una buena posición en la hacienda. –Rosa Paula se quedó sin palabras y Aurora aprovechó ese momento para huir de la cocina y del interrogatorio de su sobrina.    


          Joaquín Córdova era un joven de 22 años, el único hijo de Aurora. Había crecido en El Rosal, al igual que sus primas. El chico, no había estudiado a nivel profesional, pero poco le importaba, tenía muchos conocimientos acerca del trabajo en el campo, y era experto en animales, tanto o más que los veterinarios de la hacienda, entre ellos, su prima Rosa Elena. Había sido ése el motivo por el cual continuaba viviendo allí, después de un gran altercado con don Eleazar Aldana, hacía unos años atrás. Era un hombre alto, de piel blanca, bronceada por el trabajo bajo el sol, el cabello rubio, un poco largo y completamente despeinado, era honesto y leal. Pero ninguna virtud era, lo suficientemente, buena para permitir que los administradores de la hacienda lo tomaran en cuenta para algo más que darle órdenes. Vio salir a una jovencita de la casa principal, nadie tuvo que decirle quién era, sabía que el día anterior había llegado la menor de Las Rosas, se dijo a sí mismo “El Rosal está completo”. Sonrió al ver como la joven se alejaba de la casa montada a caballo.    


          Terminó sentada frente al río, no solo se sentía fuera de lugar, sino que las personas a su alrededor, su familia, también la aislaban como si no hubiera llegado o no existiera. Quiso regresar a París, a su vida, con sus amigos, aquellos que en los últimos años habían sido su familia, escuchó que alguien se acercaba y limpió sus lágrimas. La Rosita está llorando, como en los viejos tiempo –dijo la voz de un hombre, al que ella reconoció inmediatamente.  

          Se giró, y una gran sonrisa se dibujó en su rostro, y sin perder tiempo se levantó para abrazarlo. –¿Dónde estabas? –preguntó la muchacha sin poder evitar que más lágrimas se derramaran. Al escuchar las palabras de su primo, supo que para alguien sí existía, que la trataría de la misma forma como la había tratado antes de marcharse. Joaquín siempre la llamaba “La Rosita” por ser la menor de las hermanas. Además de ser su cómplice durante la adolescencia, de allí, que no entendiera por qué nadie quería explicarle las cosas que habían cambiado durante su ausencia.  

          –Ahora soy un hombre ocupado –respondió sonriendo–. Estaba trabajando.  

          –Anoche te escuchabas muy relajado.  

          –Así que tú eres “el fisgón” –levantando una ceja.  

          –Fue sin querer –se defendió con una sonrisa pícara–. Anoche no podía dormir y salí a dar una vuelta.  

          Joaquín la rodeó con su brazo izquierdo y caminaron bordeando el rio. –¿Ha sido muy difícil el regreso?  

          –¿Has sentido alguna vez que no perteneces a un lugar? –le preguntó sin levantar la cabeza, no quería que viera sus pensamientos a través de sus ojos.  

          –Así me siento cada vez que entro en “La Casa Grande” –susurró en su oído mientras reía. Estuvieron hablando mientras caminaban, Joaquín tenía mucha curiosidad acerca de cómo era la vida en Europa y todas las cosas que había visto Rosa Paula. La joven sintió que repetía todo lo que le había contado a su hermana, pero no le molestaba, siempre se había sentido muy bien en compañía de Joaquín, además que se sentía protegida, era quien siempre se peleaba en la escuela para defenderla cuando se metía en problemas. Lo que Joaquín no se esperaba era que la jovencita le dijera que no pensaba quedarse por mucho tiempo, este viaje lo había tomado como unas vacaciones–. ¿Cómo que te vas otra vez? –preguntó sorprendido, soltándola.  

          –Regresaré a París en unos meses –respondió como quien dice algo obvio, sin darle mayor importancia, dejando a su primo no solo sorprendido sino molesto, Joaquín creía que Rosa Paula había regresado definitivamente–. Tengo una muy buena oferta de trabajo esperándome –dijo muy sonriente, se le veía feliz por dar esa noticia, sin temor a que alguien gritara o hiciera escándalos. No había tenido el valor de decírselo a su padre o al resto de la familia–. En enero comenzaré a trabajar en una importante empresa en Marsella –sin dejar de sonreír.  

          –¿Y eso dónde queda? –preguntó con molestia en su voz.  

          –En Francia –sin notarlo–. Al sur de Francia.  

          –Debo trabajar –regresando por donde habían caminado.  

          –¿Cuándo vamos a salir por ahí, con los amigos?  

          –¿Por qué no sales por ahí, con tus amigos?  

          En esa ocasión Rosa Paula sí notó la molestia del joven. –¿Qué te pasa Joaquín? ¿Por qué te pones así?  

          –Pasa que te vas –le gritó, enfrentándola–. ¿A qué viniste? ¿A decir “hola, cómo están, estoy bien, fue un gusto verlos, los veré dentro de cinco años más”? –sin dejar de gritar.  

          –Pero... –Rosa Paula no entendía por qué Joaquín había reaccionado de esa forma. La única persona que creyó que la entendería, estaba gritándole y reprochándole algo que aún no hacía, y nuevas lágrimas aparecieron en su rostro.  

          –“La Rosita” está llorando de nuevo, como en los viejos tiempos… Es lo único que no ha cambiado –y se retiró, dejándola sola, llorando.  

          Joaquín se alejó cabalgando, creyó que con la llegada de la menor de las hermanas, su vida podría ser como era antes. Solo hablaba con su madre y, por supuesto, con los empleados que estaban a su cargo, y las pocas veces que había entrado en la casa principal había sido a escondidas de los dueños. Aunque no lo quería admitir delante de su madre, extrañaba a su familia, y la persona que podía cambiar eso, le había dicho que se marcharía en unos meses.    



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