Nueva York a través de Lorca.

in #writing7 years ago
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 Muchas veces, cuando se habla de Federico García Lorca se piensa en una región, en un espacio demarcado por ciertos valores culturales que dan forma a una personalidad tan particular como la de este poeta. Que Lorca sea español es una de sus características significativas, y esta se refleja en una poesía cargada de ciertos guiños y reminiscencias a su país, a su cultura y a una época de la misma. Esto se hace evidente en obras como El romancero gitano, en El poema del cante jondo o en la elegía dedicada al gran torero titulada Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

Pero parece que estos elementos tan particularmente regionales encierran en sus arcas algunos tópicos que apuntan a un mundo más amplio, a visiones que trascienden lo meramente regional, a aquello que desde una categorización netamente española –el duende- puede hacer pensar en un universo de posibles que desde la buena poesía son plasmados y recreados. En Lorca se puede ver al poeta que va en la búsqueda de los grandes universales, que recrea en sus poemas aquello que en la naturaleza de las cosas está encerrado. Lorca parece invitar a un viaje en donde las señalizaciones tienen un tinte español, pero que llevan al lector a las raíces culturales de la civilización y a la reflexión en torno a las grandes cuestiones humanas.

Piénsese en el poema Canción del jinete en donde la recreación de Córdoba, una ciudad que parece tan distante en el poema, sirve como un desencadenante de alusiones y metáforas de la vida y su fragilidad, del sentimiento trágico que acompaña a aquél jinete con su jaca en el camino al irremediable encuentro con muerte.

La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.

Aquella Córdoba que en el poema se intenta alcanzar, una ciudad que a pesar de la sensación de cercanía que transmite el poema, se convierte en un recorrido absurdo e imposible para aquél jinete que habla en el poema y que dice que: “Aunque sepa los caminos/yo nunca llegaré a Córdoba”. Este poema es una muestra del espíritu del hombre del XX, de aquellos sentimientos que se perciben en las grandes urbes industrializadas; del espejismo de la ciudad y de la imposibilidad de alcanzarlas desde sus formas más idealizadas. La desolación experimentada frente aquellas torres lejanas y el elemento español – el hombre en la jaca frente a la ciudad de Córdoba- matiza el contenido del poema y le da cierto cariz hispano.

Pero Lorca parece demostrar con los poemas de Poeta en Nueva York el carácter universal de su poesía, la imbricación existente entre este y los grandes escritores de su época y la profundidad que su poesía adquiere al representar al hombre de sus tiempos. Al pensar en la situación de Lorca viviendo como extranjero en Nueva York se podría caer en el error de asumir estos escritos como meramente impresiones de un turista, ya que el espíritu que busca la contemplación, que recrea las situaciones materiales de estos mundos poetizados, está presente ya en aquellos poemas que se refieren a su tierra.

En Poeta en Nueva york se lee a los modernos, se siente el spleen baudelairiano, se experimenta a la ciudad como se hace desde la poesía de Ginsberg, se piensa en ese vasto universo que Whitman recrea en su poesía y además se experimenta un poco de aquello que sus coetáneos, esos hombres de la llamada Generación del 27, los surrealistas y hombres de vanguardia expresaban con sus obras artísticas.

Danza de la muerte rescata ese sentimiento presente en Córdoba, hace visible esas luchas internas que expresa el sujeto lírico, pero ya desde las formas que la metrópolis encierra en sí.

Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.
En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos golpeaban los cenicientos cristales de Broadway
(Danza de la muerte. García Lorca)

Entre enjambres de ventanas, con cristales por doquier, la noche y sus formas se humanizan y se personifican en sus características principales: en la oscuridad, en la frialdad. Pero todo parece ir entre espejos, en un juego de reflexiones en donde la noche es la ciudad y los golpes van tanto para los cristales de Broadway como para la noche misma. Y así empieza a fundirse todo en una suerte de totalidad, en una recreación que sugiere aquellos universales, aquél espíritu de total unidad que –dentro de esta representación del caos que hace Lorca- podría hacer una reminiscencia a Whitman.

El juego con los espejos y la reflexión que se produce en ellos está también presente en el poema Paisaje de la multitud que orina. Lorca recrea un Battery Place atestado de personas y dibujado entre penumbras sepulcrales. Siempre buscando una luz que produzca cierta armonía, pero que parece muy distante y camuflada en esos espacios duales que ofrece la ciudad.

¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas, 
campos libres donde silban mansas cobras deslumbradas, 
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas, 
para que venga la luz desmedida 
que temen los ricos detrás de sus lupas 
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata 
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido 
en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas. 
(Paisaje de la multitud que orina. García Lorca)

Ciudad sin sueño trae de nuevo consigo la reminiscencia al poema Córdoba haciendo visible en este sujeto lírico que exhorta a que nadie duerma el sentimiento de angustia, de la imposibilidad de la contemplación tan característica de los habitantes de las grandes urbes. El poema se articula con una velocidad desenfrenada, con muchas imágenes efímeras, como en una suerte de filme cuyas imágenes pasan ante los ojos del lector a gran velocidad. Las formas cambiantes de los objetos y situaciones descritas -“Hay un muerto en el cementerio más lejano/que se queja tres años/porque tiene un paisaje seco en la rodilla”– parecen entrar en un flujo cambiante y veloz, en donde todo metamorfosea y se vuelve bello y grotesco a la vez. El juego de espejos sigue siendo un tópico en este poema y se centra en las formas cambiantes del sueño y la vigilia; la vida y la muerte. Esto desde las formas que se reflejan en los espejos, en la duda sobre lo efímero y lo duradero que la velocidad de las imágenes del poema apunta a recrear.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda 
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. 
Pero no hay olvido, ni sueño: 
carne viva. Los besos atan las bocas 
en una maraña de venas recientes 
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso 
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. 
(Ciudad sin sueño. García Lorca).

Hablar de Norteamérica y de poesía hace inevitable la aparición de Whitman y la referencia es directa en el poemario de Lorca en Oda a Walt Whitman. Este poema parece captar la esencia de la poesía de Whitman en un poema cargado de metarreferencialidad, con el juego de espejos y de dobles que recrea una lectura muy personal de la obra de Whitman hecha por Lorca. El poema se expande en la sensualidad whitmaniana de la exaltación del cuerpo –ni tus muslos de Apolo virginal,/ni tu voz como una columna de ceniza;/anciano hermoso como la niebla/que gemías igual que un pájaro/con el sexo atravesado por una aguja-, en el llamado a la contemplación –Pero ninguno se detenía,/ ninguno quería ser nube,/ninguno buscaba los helechos/ni la rueda amarilla del tamboril-; y a la comunión con la naturaleza en la búsqueda de esa unidad cósmica que Whitman presenta en su poesía que atraviesa gran parte del poema de Lorca. Pero está presente aquél sentimiento trágico de la vida en la urbe, la aparición de espacios sepulcrales e industriales, la recreación de aquella Nueva York carente de espíritu y que viaja tan rápido en sus afanes de desarrollo. El reproche y la increpación de Lorca para aquellos que hacen de la ciudad un espacio hostil está presente en el poema, y el juego metarreferencial parece cerrar con la alusión a O! Captain, my Captain de Whitman, en donde se clama por aquél héroe fallecido y se despide de la figura de este con un adiós que apunta tanto a la desesperanza ante las actuales condiciones como a la posibilidad de un renacer.

Duerme, no queda nada. 
Una danza de muros agita las praderas 
y América se anega de máquinas y llanto. 
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda 
quite flores y letras del arco donde duermes 
y un niño negro anuncie a los blancos del oro 
la llegada del reino de la espiga. 
(Oda a Walt Whitman. García Lorca)

Y así es como Lorca desde la contemplación de aquella apabullante ciudad se funde con todo el contexto de las vanguardias literarias, algunas veces como futurista, otras como surrealista, como moderno, como español, como neoyorquino. De esta manera, saltando entre espejos, evadiendo la horca de las categorizaciones extáticas se puede observar su inclinación al todo: a la universalidad. 

Alejandro Mathewvizc. 

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