Estas palabras se las dedico a mi mamá, quien es una fumadora activa y con quien he tenido que lidiar día tras día con este problema, y a todos aquellos que dependen del cigarro.

Cigarro – Agenda de un asqueroso asesino.

Pequeño, frágil y aparentemente insignificante. Ha arrebatado millones de almas alrededor del mundo.

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Amanece y recuerdo que necesito ir a comprar un par de cajas de cigarrillos. Me quedan pocos. Voy al baño y no puedo sentarme en el trono sin un cigarrillo. Tomo una ducha con mi cigarrillo bañándome con su esencia ahogadora y extiendo mi brazo para no mojarlo. Desayuno y necesito sacar un cigarro y sentarme a disfrutar de su vil particularidad destructiva para sentirme a gusto.

Salgo a trabajar y prendo un cigarrillo para empezar bien el día. Necesito prenderlo y saber que llevo una caja conmigo. Reviso mis bolsillos para asegurarme y no debo olvidar que necesito comprar otra caja de cigarrillos después de trabajar. Lo disfruto lentamente. Me calma. Me alivia. Me activa. Me prepara para un nuevo día. O eso creo. Sé que voy a morir, pero ¿Qué importa? No será hoy. Todos vamos a morir de igual forma. ¿Qué importa si es por el cigarrillo? No tiene sentido morir por algo que no me sirve, pero igual le daré la última calada a este cigarrillo, una última inhalación profunda, luego dejo salir el humo y que este acaricie mi rostro recordándome que he de morir.

Se acaba otro de mis cigarrillos, así como se acaba mi vida. Llego al trabajo, me siento en mi escritorio, saco otro cigarrillo, lo miro detenidamente sosteniéndolo con mis dedos ya temblorosos y mis uñas amarillas y pienso que necesito su amargo sabor. No me importa. No sabe bien. Pero lo quiero. No podría trabajar sin él. Lo necesito. No pienso, no me concentro sin él. Lo prendo y lo saboreo. Amargo, caliente. Me lastima. Su humo enrojece mis ojos y me destruye poco a poco perforando mis pulmones, pero me da igual. Puedo seguir viviendo el resto de mi corta vida. Me han golpeado, me han mal tratado, ignorado, me han robado y estafado. ¿Por qué no perdonar al silencioso daño que me hace el cigarrillo? Continuaré sucumbiendo ante él. Continuaré estrangulándome con su olor y sabor. Continuaré sofocándome con su condicionamiento irracional.

Ya casi termino mi jornada de trabajo que solo pude soportar gracias a mi fiel amigo el cigarrillo, el que poco a poco se extingue al igual que se extingue mi alma. Se me ha acabado. Prenderé otro camino a casa para aliviar el estrés del trabajo.

Me siento bien pues compré cuatro cajas más. Llego a casa. Les doy un abrazo a mis hijos. Huelo mal. A cigarro por supuesto. Preparo la cena mientras fumo uno de mis amargos compañeros. Sentados en la mesa, su humo se eleva lentamente. No solo penetra mis pulmones, también los de mis hijos. Lo sé y lo acepto. Puedo evitarlo, pero no lo intento. Este es más fuerte yo.

Antes de irme a la cama, me despido de este día mirando las estrellas frente a la ventana mientras el humo del cigarrillo dibuja siluetas en la oscuridad. Su luz ilumina tenuemente mi rostro. Veo mi reflejo en la ventana. Veo mi rostro y pienso que mañana tal vez no llegue a cenar.

Por Kennit G. Rondón.

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