Ella

Ella se vistió hermosa. Tenía el deseo de ser la más bella del lugar y así pasó: quedó como la más bonita y tuvo la oportunidad de ser mirada por todos.

Así, en la calle, cada vez que salía, todos quedaban alucinados cuidándola. Y así, su belleza, el sol , su belleza, su juventud, su brillantez era un momento único, especial, y ella sabía de eso.

Entonces, se sonrojaba cada vez que alguien la miraba y todos los jóvenes hablaban de ella, se reunían y decían: “qué bella es, cómo podemos conquistarla”.

Y ella no se entregó a nadie porque era muy especial, esperaba lo distinto, lo soñado, lo que la sacara de su realidad y la convirtiera en una doncella amada, como algo tan especial, algo tan querido.

Ahora bien, el tiempo pasó, ya no encontró ese amor y el otoño se llevó sus hojas, se llevó sus momentos, se llevó su alegría. Y ya, ella se convirtió en un árbol vacío, en una planta sin vida.

Ella nunca pudo encontrar ese amor que la deslumbrara, que la regocijara, que la llenara de felicidad para nunca conocer la tristeza, el dolor, la angustia y siempre tener el amor como su principal factor en su vida.

Por esto, no ocurrió así que ella finalmente se fue de este mundo como un árbol vacío, seco, sin vida. Así que la belleza al final de cuentas no le sirvió porque quería encontrar algo especial que no existe, porque al final de cuentas todos somos un error y esperar algo que no sea un error es esperar algo imposible.

Cuando entendemos que es un error, el error se comprende y el error vive con nosotros, o si no hay error, nada existe para conformarnos porque todo es un error.

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