Corría una noche de enero, los grillos cantalloraban sus penas, la comadronas se miraban preocupadas, Hilaria sufría como solo ella sabía hacerlo, en silencio; dentro de su vientre la vida nueva se batía por tener una oportunidad, pero sus años contaban la edad del cansancio.

Brillaba en plenilunio la Princesa de la noche, las nubes se apartaron para hacerle reverencia, entonces todo su brillo y esplendor entró por la ventana de la humilde casa, e Hilaria pegó un grito salvaje, desgarrador, y la blanca piel de la niña iluminó la habitación.

La pusieron en sus brazos, pero ella estaba dormida, entonces una hermana la tomó arrulló y le dijo: "Esta será mi vida".
La luna se asomó por la ventana buscando el reconocimiento de su obra, la hermana miró al cielo y dijo: "Le pondré Sol".

Así se fue, solitaria y triste, sin comprender nada.

Ella fue creciendo con ese nombre, pero no dormía en las noches y dormía todo el día, la hermana no encontraba qué hacer con esa criatura noctámbula.

"Se le pasará cuando la bauticen" le decía la gente "Dale una nalgada, y ya está" opinaban otros.

Pero el tiempo pasó y se convirtió en mujer y seguía prefiriendo la noche para trabajar y mirar la luna hasta el amanecer.

Luego se casó y fue amada, y construyó su casa, y mandó a hacer ventanas muy grandes, la hermana le dijo: "Así quedas como a la interperie, Sol" y ella le respondió: "No importa, a mí me gusta que la luna entre a mi casa".

Y así, ella y su amor estando juntos, o no, se amaban de cerca, a la luz de su madre luna.

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