En la mañana me levanté muy temprano. Tenía que ir a comprar maní y chupetas para vender. Lo que empezó como un juego progresa favorablemente. Siempre les compro a las mismas personas. Es una máxima que aprendí cuando preparaba clases para los estudiantes de Gerencia de Recursos Humanos: “Comprarle a las mismas personas hace que estreches lazos comerciales y afectivos con estos. De modo que si en algún momento no se dispone de todo el dinero para adquirir la mercancía; el vendedor se la dará con confianza, porque sabes que usted siempre va a volver”. Sigo ese principio, y es bastante certero. He comprado y he pedido fiado. También he dejado mercancía pagada por adelantado. En fin, hoy compré 3 kilos de maní y tres paquetes de chupeta. Aquí una foto de la mercancía:

Luego cuando llegué a mi casa, recibí una nota de voz de la dueña de la residencia donde vive mi sobrino, en Colombia; ella, con tono preocupante, me dijo: “Señora Sol, veo a Anthony muy mal; no quiero que se muera aquí”. Ese mensaje fue un dardo certero a mi corazón. Lloré como Magdalena frente a la cruz, me desesperé pidiendo ayuda a algunos conocidos y muchas respuestas eran “agua de sal en las heridas”. “No podemos hacer nada. Si dejamos de trabajar podemos perder el trabajo. Llame a fulano a ver qué le dice…” Todas respondían al deseo de ayudar, pero también a la sobrevivencia. Entendí que esas respuestas negativas no obedecían a los sentimientos, sino a la razón. Llamé a la señora de la residencia nuevamente y le pedí que me ayudara una vez más, que buscara a alguien que lo sacara de allí y que lo llevaran a un hospital. La gente reconoce a un desesperado. La señora me dijo que eso iba a hacer. En espacio de una hora, mi sobrino estaba recluido en el Hospital recibiendo su tratamiento. Sentí que hay seres humanos para todos los gustos.

En la tarde leí en el Facebook que un venezolano residenciado en Chile se había quitado la vida, porque estaba en situación de calle con su esposa e hijos y no tenía cómo mantenerlos. Entonces, me dio una crisis de pánico, pensé: Cuando mi sobrino se recupere, se tiene que venir. Si tomar la decisión de irse de la patria fue difícil, también será doloroso regresar con los “remos rotos” al puerto del que se partió con esperanzas. Sin embargo, las cosas suceden por algo y el boleto de vuelta al hogar ya lo estamos consolidando con amor y optimismo.

(Un muestra de esperanza)

Nota: La primera foto fue tomada por mi Tab3 Samsung. La segunda, con un teléfono Xiaomi.

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