Fuente

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Hay cosas en la vida que no se pueden explicar, hechos sorprendentes que en los momentos más increíbles nos agarran por la nuca, por los pies, por los cabellos y tiran de nosotros con tal fuerza que nos sumergen en un mundo imposible.

En la mañana de la celebración el pueblo estaba radiante, toda la gente hacía alegre las cosas del día aunque a medida que pasaban las horas las nubes se iban cargando. Al inicio de la tarde las mujeres silbaban melodías de trabajo mientras tendían las sábanas sobre las camas y suavizaban con sus manos las almohadas que acogerían a los invitados y visitantes a las celebraciones en las posadas del sueño. Los hombres llegaban a casa, sudorosos y felices por la labranza de la tierra que había sido desde que el mundo era mundo la forma de subsistencia en este pueblo.

Esa tarde del 4 de octubre a las cuatro de la tarde, exactamente a las cuatro de la tarde, justo cuando los bronces del reloj de la iglesia habían dado los 4 toques correspondientes a los cuartos de hora indicando que iban a repicar las campanadas correspondientes para dar inicio a las fiestas patronales, fue cuando la villa empezó a temblar. Primero fue un cosquilleo en el cuerpo, un mareo, un desvanecimiento de borracho, luego un breve pero fuerte sacudimiento que nos hizo trastabillar de lado a lado y después nos cayó la cascarrinada, una lluvia de granizo interminable.

Es Sibila, es Sibila. Sibila despertó. Gritó el señor prefecto, con los ojos bien abiertos entre la admiración y el miedo e inmediatamente vinieron sobre nosotros los rayos furiosos, sentimos los zarpazos del dragón. La lluvia indetenible se convirtió en el gran diluvio que contaban todos los años desde hacía tiempos inmemoriales los abuelos, de generación en generación. El mito se había hecho realidad. Sibila nos dio con su cola un fuerte cordonazo y nos puso a dar vueltas y vueltas dentro de un remolino sin fin hasta convertir la villa en una laguna insondable.

A partir de este punto no podré proseguir el relato porque las cosas que pasaron después de que la gigantesca serpiente de 4 cabezas engullera Villa San Francisco con sus labradores y visitantes pertenecen a otro mundo.

Ahora este pueblo es un embalse encantado donde sus habitantes trabajan bajo las aguas, en las entrañas de un monstruo ahora apacible que solo visita la luna cuando pasa espantada y presurosa entre sus montañas.