Segundo Concurso de Escritura - Mi participación

Los días habían pasado, no se saben cuántos, lo último que se supo fue el decreto de cuarentena indefinida a nivel mundial. Ya ella vivía en letargo desde hacía años. Se había acostumbrado a solo comer, dormir y conectarse con sus conocidos en internet.

Se había aprendido las películas de la televisión por lo que no volvió a prender ese aparato. A veces se quedaba viendo la pantalla de la computadora y simulaba teclear algo, pero solo copiaba y pegaba el mismo mensaje del día anterior. Nadie se daba cuenta de que tenía días sin postear algo nuevo. Todos padecían el mismo entumecimiento mental que les llevaba solo a estar, sin hacer algo diferente cada día.

Un día, un amigo que había conocido en el Discord le sugirió entrar a un curso gratuito de elaboración de imágenes digitales, ya antes había hecho otros y no era tan nueva en el arte de crear entornos digitales. Se sumó al grupo con poca motivación pero dispuesta a no hacer quedar mal a quien la había invitado.

Las clases eran amenas, al finalizar todos se reunían y compartían cafés y dulces y la tertulia era tan real que por momentos olvidaba que estaba en una sala de chat y ella también se veía moviéndose según el ritmo que proponían en lo que ellos llamaban una “hora loca” para desestresar el cuerpo.

A alguien se le ocurrió hacer un concurso de imágenes para hacer la despedida del curso, cada uno enviaría al grupo su diseño y entre todos darían su veredicto. Ahí estaba el problema, antes de este receso obligado ella había sido muy exigente consigo misma y los demás, la idea de hacer algo por salir del paso no estaba en su mente. Se entregó al mismo con tanta dedicación que se olvidó hasta de su alimentación.

Un cielo azul se confundía con el mar en dos tonos cercanos cada uno más llamativo que el otro; suaves nubes se deslizaban por el firmamento dando la idea de finos oleajes. El agua muy transparente se ofrecía al espectador invitándole a meterse en sus orillas y sus cálidas temperaturas ofrecían una caricia inusual en la piel. Le llamó la atención que podía sentir la sensación de lo que iba pintando en su diseño.

Unas gaviotas en un tono plata casi no contrastaban con el paisaje y parecían no sentir temor por una inmensa anaconda que sigilosamente se resbalaba de la superficie de una lancha encallada en la arena, que ofrecía pequeños bancos blanquísimos, que le hacían entrecerrar los ojos; pero no debía parar, aún le faltaba la vegetación. Se le ocurrió que unas plantas de piña quedarían bien allí y fue ubicando cada una, entonces sintió el aroma de esa fruta y su pensamiento se ofuscó.

Se levantó de su asiento e interrumpió lo que estaba haciendo. Era hora de poner atención a sí misma, ya llevaba muchos días privada de las sensaciones normales y naturales por estar encerrada en ese apartamento. Se desvistió lentamente y muy poco a poco comenzó a meter los pies en aquella agua cristalina; se fue por el margen izquierdo, avanzaba y sentía el calor de la arena y el frescor del agua, así siguió sumergiéndose y en lo que estuvo lejos de nuestra vista, oculta por el promontorio de arena, se hundió definitivamente.