Todo por un libro

in #viajes5 years ago

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Creo que fue en 4° año del secundario en el año 2002, precisamente al comienzo del ciclo lectivo, una mañana como cualquier otra, ahí me encontraba, en la cárcel del tedio y del aburrimiento… todavía no arrancaba las primeras horas de geografía y yo ya estaba pensando que iba hacer cuando saliera del colegio, ese día iría al taller de ciencia y luego jugaría fútbol en el barrio. Si parece que fuese ayer, nada más de escribirlo puedo sentir la ansiedad de comenzar mi día, el verdadero comienzo, donde aprendería y disfrutaría cada momento.

La profesora me mando a buscar los libros, siempre al más inquieto le dan una que otra tarea para ver si se cansa y no molesta, yo feliz, era mi momento de libertad, bajaba las escaleras saltando de escalón en escalón sin agarrarme de la baranda floja para no terminar en el piso, iba al baño me mojaba la cara y hacia morisquetas en el espejo, me preguntaba a mí mismo ¿qué pasará hoy?, como esperando algún imprevisto que me saque antes del colegio, siempre había algún paro (reclamo-protesta docente), o los profes se enfermaban, se cortaba el agua, etc. En el fondo sabía que el perjudicado era yo, pero lo único que me interesaba era salir de ahí. Pasaba por la cocina a saludar los porteros, que a esa hora preparaban el desayuno, toma un pan y de ahí solo a unos pasos, la biblioteca, 15 minutos después de mi partida del curso me encontraba de nuevo preso en el aula. Pero ese día ocurrió algo inesperado, quizás ya había ocurrido antes, pero ese momento fue especial, cuando solicité los libros solo quedaba uno disponible de los cuatro que tenía en su poder la biblioteca, los otros tres estaban en otra clase, tuve que decidir si solo llevaba uno para todo el curso o me volvía con las manos vacías y le contaba la problemática a la profesora. Después de tratar de que me diera una explicación la bibliotecaria de ¿por qué? solo había 4 libros de geografía en toda la escuela, a lo cual me respondió: “se estudia con lo que hay, le pueden sacar fotocopias o ir a la biblioteca pública del centro” … entre otros argumentos, cada uno de ellos injusto a mi entender. Decidí volver al aula con solo un libro, me ausente 15 minutos y mi regreso fue decepcionante, se pueden imaginar la cara de la profesora cuando aparecí con solo un ejemplar, le comenté lo sucedido, y resignada con algo de impotencia en su corporeidad, la cual note porque sus ojos se llenaron de lágrimas, nos dijo: “Hagan grupo chicos vamos hacer el practico entre todos”.
Ese día entendí que un docente no puede hacer nada contra un sistema que no le brinda los recursos para enseñar, o que éramos un sector de la ciudad que a nadie le interesaba, el oeste. Donde está el agite o mejor dicho donde lo injusto es normal. En ese momento éramos 500 alumnos, y la biblioteca no era el único inconveniente para dar clase, o aprender, también tenías problemas de mantenimiento del edificio, aulas abarrotadas de estudiantes, y un gran número solo asistía por el desayuno, ya que en su casa no contaban con él. Si bien era algo con lo que vivía en mi día a día en el colegio, fue la primera vez que tome conciencia de las falencias del sistema educativo, un simple inconveniente, no solo me dio una razón para empaparme de la comunidad educativa, también me permitió tomar conciencia y preguntarme: ¿por qué debería ser así? Quizás lo correcto sería decir que ese día comencé a ver la educación como una pasión.
La profesora de geografía era apasionada, se notaba que le gustaba enseñar, se preocupaba por qué aprendiéramos y muchas veces me hacía sentir algo de culpa, todas esas ganas de enseñar y yo con pocas ganas de aprender, cuando eso pasaba le ponía algo de onda (entusiasmo) a los prácticos y los hacía. Pero para mí no dejaba de ser aburrido, la lectura nunca me gusto y en el aula parece que la única forma de aprender es con lectura.
Cuando terminaron las clases asistí al taller de ciencia, recuerdo la primera vez que fui, por lo general, es un área reservada para los chicos más aplicado, pero ahí estaba yo, el payaso de la clase, el rebelde, el pibe que va a la escuela porque los viejos (padres) lo mandan, el inquieto, problemático y podría seguir con más calificativos, aunque nunca me lo dijeron de forma directa, yo sabía que era así… Cuando el profesor de ecología, encargado del taller de ciencia me vio, fue una mirada de sorpresa, como diciendo: ¿estás seguro que esta es la clase a la cual quieres asistir? Entre, me senté y pregunté: ¿este es el taller de ciencias? Se sonrió como entendiendo lo irónico del momento y me dijo: sí. Yo sabía en lo que me metía, los chicos del taller de ciencia tenían privilegios, podían salir a realizar estudio de campo a la barda (meseta) que lindaba con el colegio en horarios de clase… esa era mi mayor razón para estar ahí, la libertad. Y fue esa libertad lo que me permitió sentirme inteligente por primera vez en la escuela, aprendíamos algo que se aplicaba de forma inmediata, lo podía ver, no había resistencia de mi parte. La práctica llevada a su máxima expresión, estudiábamos la meseta y el río, plantábamos árboles, descubríamos la flora y fauna autóctona, teníamos una huerta, etc. era feliz en esas clases y me iba bien que era lo mejor.
Le comenté a mi profesor lo ocurrido con los libros de geografía, y decidimos armar un proyecto para participar a nivel provincial en un concurso, donde los premios eran una computadora para el laboratorio y libros para el colegio, con el paso de los meses logramos ganar ese premio y fue la primera vez que vi que se pueden hacer cosas para cambiar la realidad naturalizada que tenemos sobre las problemáticas educativa, comenzando por la toma de conciencia y continuando por el accionar.
Esto no quedo ahí, armamos un centro de estudiante, conseguimos solucionar muchos de los problemas edilicios, además de un playón o cancha de fútbol, donde mi último año de escuela pasaba mis tardes. Ya no debía salir de la escuela para ser feliz. De la cárcel del tedio y el aburrimiento pase a lograr liberarme, no escapando cuando sonaba el timbre que marcaba el fin de clase como lo hacía antes, esta vez era parte de mi educación, transformando esta al mismo tiempo que aprendía.

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