El Pintor de nubes. Cuento crónica para concursar en Steemzuela Ventest Week 7

El pintor de nubes

Las líneas de expresión cruzaban su frente, al levantar las cejas subía el telón y aparecían sus brillantes ojos, quedaba expuesta su naturaleza pícara. Las mejillas subían especie de acordeón, cuyo fuelle eran sus versátiles labios. El plano de la nariz perfectamente alineada con la barbilla partida en dos, mostraba una expresión de ternura traviesa. Mi padre lo bautizó Cara-chata.

Al acercarse el 6 de enero, la Junta Directiva organizaba las Fiestas Patronales de San Baltasar de Los Arias de Cumanacoa. Debían remozarse las torres y las paredes de la Iglesia. El único hombre predestinado para tal fin, capaz de hacerlo sin amarres, de “bolas rayadas”, era Cara-chata. Sus acrobacias a la altura de las nubes daban inicio a las celebraciones. Temprano, los repiques anuncian “caña, café y anchoa dicen las campanas de Cumanacoa”. Lo primero, una misa dedicada a los poderosos y probos del valle. Trajes nuevos, flores, cantos e incienso. Desde el sublime ambiente místico la cascada de campanillas anuncian el momento del petitorio ¡A Dios le lleguen nuestras oraciones! Seguido, una procesión se derrama por el pueblo y culminaba con la entrada a la iglesia del Santo Patrono. Aclaro, la compra de San Baltasar fue solicitada en tiempos del padre Querol, pero quién llegó fue Melchor. Jamás se resolvió la usurpación por no saberse exactamente donde se extravió.

Volviendo a la fiesta. Los músicos alertaban al pueblo ¡Ahí va Cara-chata! Con un largo traje de payaso para ocultar los zancos de 3 a 5 metros de altura, según sea la cantidad de ron ingerida, estimulaba los juegos y competencias entre peleas de gallos, carreras de sacos, darle al blanco, huevo en cuchara, romper las piñatas de taparas. Las comparsas de “la borriquita” y “la vaca”, entusiasmaban a las barriadas. El grupo musical “Los Quinales” con Julián Villafranca alardeaban con sus improvisaciones. Apartados, “Los Carriceros” alrededor de la fogata celebran con la luna de enero, elevan sonidos con sus flautas de carrizo, hembra y macho; consiguen hálitos nostálgicos. Lo mejor para el final. El concurso del “palo ensebado” bañado de melaza de papelón y aceite, los hábiles jóvenes subían al son de upas y mañas. Las apuestas crecían con Cara-chata, él siempre agarraba el pote de real colocado en lo alto. Finalmente, ingeniosas décimas ponzoñosas definían en “El Judas” al conocido político engañoso.

Yo me reencontraba con mi niñez, cuando Cara-chata silbaba como polifonía emanada de los árboles frutales, donde los pájaros son libres de expresar su contentura. En las bodegas, se colocaba una hoja de guayaba en la lengua alternando ritmos con las manos. Su suerte, las estrellas y los aullidos de perros le hacían compañía hasta su casa.

Con todos sus años vividos, lo vi pasar como un junco tostado empujado por vientos sin rumbos, buscando medroso el reencuentro con las silentes bondades del valle; río, neblina y samán; cuentos, cantos y risas; qué pensará su sombra de aquel luminoso, arrojado y gozoso hombre reflejo del laberíntico mundo de un pueblo.