La mujer en el espejo. Uncuento de fantasmas / Steemzuela Ventest Week 9

in #ventest5 years ago (edited)

Queridos amigos, aquí una historia de fantasmas para #Ventest de Steemzuela (promovido por @dranuval), que tiene la iniciativa preciosa de recoger historias, cuentos tradicionales, leyendas que alimentan el iaginario venezolano. @frewritehouse apoya este proyecto.

Aquí dejo el link de la convocatoria para que te enteres y te animes a participar. No tienes que ser venezolano y puedes escribir en inglés también.

Quedo agradecida.



Fuente

 

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La mujer en el espejo


En las noches más calurosas de mi ciudad, Cumaná, fue costumbre, casi extinta hoy en día por la voracidad delincuencial que nos azota, que familias enteras se sentaran frente a las casas y compartieran conversaciones, chistes y cuentos hasta bien entrada la noche. Durante mi infancia fue una experiencia común, y en esas tertulias donde con frecuencia se mezclaban vecinos y amigos con familiares escuché muchas de las historias que alimentaron mi imaginación infantil. Las historias podían ser ingeniosas, simples moralejas, anécdotas reales, pero con frecuencia eran historias de miedo. No sé si los adultos pretendían divertirse a costa nuestra, pero lo cierto era que se contaban con lujo de detalles. Nada se nos ahorraba. Apagar las luces para dormir se transformaba entonces en un acto de heroísmo. En una de esas noches de verano fue que escuché de la boca de Olimpia, la arrugada hermana menor de mi abuela, la historia de la mujer del espejo.

Hay muchas historias de la mujer fantasmal que aparece en un espejo, pero a mí me sigue pareciendo más maravillosa y espantosa la que escuche de mi tía abuela.

La tía abuela Olimpia tenía una voz chiquita, como todo en ella. Manos y pies pequeñitos, de piel translúcida y huesitos frágiles, miembros delgados y pequeños, un cuello largo apenas más grueso que una espiga y un rostro arrugado, arrugado, arrugado, en el cual se adivinaba una delicada estructura ósea que aportaba elegancia al gesto menudo de sus finísimos labios. Sin embargo, sus ojitos cafés eran capaces de una mirada feroz. Sonreía poco, y eso dio a su historia una impresión de verdad que se conserva en mi memoria hasta el día de hoy.

La tía abuela Olimpia había tenido lo que mi abuela llamaba “suerte en la vida”. Se había casado con un hombre que contaba con ciertos medios de fortuna, lo que no quería decir, que la tía abuela hubiera llegado sin más a disfrutar de la prosperidad con que contaba su casa cuando la conocí. Había tenido que pasar ciertas estrecheces, pero nunca tantas como las que había pasado de pequeña bajo la tutela de su hermana mayor, mi abuela. Huérfanas de padre y madre, la infancia y juventud de ambas había sido una cadena de privaciones.

Recién casada con Lorenzo Arrioja De la Rosa, la tía Olimpia fue a vivir, un poco en plan de cuidadora, a la casa que unos familiares de su esposo habían dejado para irse a hacer negocios en Puerto Rico. La casa, una construcción antigua de dos puertas y cuatro balcones, quedaba cerca del emplazamiento del antiquísimo cementerio español y seguía la planta de las casas coloniales del barrio San Francisco, uno de los más antiguos de la ciudad.

Corría el año de 1932. La casa tenía unos cuantos años cerrada y en el barrio circulaban rumores sobre ella: se escuchaba ruido de muebles que estaban siendo rodados con estrépito en plena noche; alguno juraba haber visto luces encendidas, a pesar de que la casa estaba sin electricidad. Contó a la tía abuela, el señor Benjamín Vallejo Bermúdez, vecino inmediato, que en más de una ocasión había salido con su máuser en ristre, convencido de que habían entrado ladrones allí. A la sazón, él conservaba las llaves de la casa y, tras los episodios, nunca vio que faltara nada de la casa, como nunca vio tampoco a los ruidosos ladrones que atormentaban sus noches. Para él, la conclusión era obvia: el fantasma de trágicamente difunta Trinidad Rosario Fuentes Cordero había decidido levantarse.

La tía abuela Olimpia no creía en fantasmas, y si hubiera creído, de poco hubieran valido los cuentos del señor Benjamín frente a la perspectiva de vivir en una casa mejor que cualquiera que hubiera ocupado antes y gozar del lujoso patrimonio de los dueños; así que las historias no la amilanaron en absoluto.

Mi tía abuela fregó pisos, lustró muebles, sacó telarañas, plantó flores, lavó metros y metros de cortinas, en una actividad tan ávida y frenética, que no solo el fantasma de una muchacha anémica bien hubiera podido expulsar, sino al mismísimo Satanás si se lo hubiera propuesto. Entró pues en gobierno de aquella casa con la decisión que solo otro desposeído hubiera podido entender.

Los días se hicieron claros, el amor floreció y una espléndida rutina se estableció en el hogar. Los fogones de tía Olimpia fabricaban con industriosamente dulce de guayaba y jalea de mango, y contribuían al cultivo de la prosperidad familiar. Y todo era dulce promesa de futuro y pujanza en esa casa prestada. Hasta que Olimpia quedó embarazada de su primer hijo.

No he dicho que Lorenzo, el esposo de mi tía abuela, era comerciante de abastos. Viajaba por los pueblos del interior del estado comerciando en un 350 de su propiedad, de manera que pernoctaba en su casa cada tantos días. Del resto, Olimpia quedaba en casa con Mariíta, una sobrinita adolescente, sorda, que le hacía compañía y la ayudaba con las áreas domésticas. En estas circunstancias, comenzó la pesadilla.

Cuando tuvo la certeza de su embarazo, Olimpia comenzó a arreglar uno de los seis cuartos de la casa para el bebé. Escogió una habitación al lado de la suya, que tenía una amplia ventana al patio y estaba protegida por la espesa sombra de un mango. Allí colocó la una de madera que el orgulloso Lorenzo le trajo de Cerezal, el pueblo artesano, y cubrió el fondo con una manta que estaba bordando con sus manos pequeñas. Entre las dos mujeres de aquella casa enorme, rebuscaron y arrastraron al cuarto del bebé los muebles que les parecieron adecuados y, entre ellos, un mueble de tocador con buen espejo, de laca pulida, hermosamente torneado. Poco a poco, la habitación se llenó de magníficos detalles y a Olimpia le parecía que su hijo vendría al mundo, dueño y señor de una habitación de un príncipe.

Solo la cuna desentonaba. Su gracia rústica no armonizaba con ninguna otra cosa que hubiera en la habitación, y a Olimpia, simple y llanamente, comenzó a parecerle que era una cuna pobretona. Comenzó a tener pesadillas: En la primera que recordaba, una mujer rubia y alta, enfundada en un camisón rosa, se llevaba todos los muebles del cuarto y le dejaba solo la pobre cuna en el centro de la habitación que se ensanchaba y se ensanchaba hasta que Olimpia se quedaba sola en el mundo. De repente se daba cuenta de que también se había llevado a su bebé.

La última, y la que más la asustó, se presentó cuando mediaba el octavo mes de su embarazo. En esta pesadilla, la mujer, siempre era la misma mujer (rizos rubios, alta, de no más de treinta años, de cutis terso, con camisón rosa), había tomado al bebé de su cuna y lo mecía con cierto frenesí amoroso. Su danza se reflejaba en el espejo del tocador.

El azogue pulido, redondo, enmarcado en clara madera lacada, tenía un trabajo fino de ebanistería con motivos animales: minúsculos peces nadaban ribeteados por flores. La habitación, duplicada en su superficie, era exacta a la real y exacta a la del tenebroso mundo de los sueños de Olimpia, al igual que la escena de la mujer rubia, con excepción de que, en el espejo, la mujer parecía estar sorbiendo el aliento del bebé.

De esa pesadilla Olimpia se levantó aterrorizada y rompió fuentes.

A Mariíta tocó la ardua tarea de despertar al señor Benjamín y a su mujer y pedir ayuda, pues Lorenzo no estaba en casa.

La comadrona llegó con mi abuela algunas horas después, cuando despuntaba el día. Mauro nació prematuro y hubo que mantenerlo abrigado y protegido en su cuna pobre de madera, que resultó magnífica para mantenerlo caliente.

No sé si la tía Olimpia fue una de las mujeres más valientes que he conocido, o fue una de las más codiciosas. No abandonó la casa ni se deshizo inmediatamente de los muebles (aunque sí devolvió el tocador al depósito), ni dejó que ninguna muerta la sacara de lo que llamaba (lo recuerdo claramente, recuerdo el regusto de su expresión al pronunciar la frase) “el gobierno de su casa”. Ella supo separar bien sus tristezas de las de la difunta Trinidad.

Trajo a un cura y mucha agua bendita. Peleó en voz alta con el espanto.

El espanto triste de la pobre Trinidad, nos contó luego, no hacía sino llorar su pena:

Mujer vanidosa y bella, era asidua pertinaz del espejo. Aquel tocador hermoso era suyo. Se suicidó cuando perdió a su bebé, asfixiado en su vientre, posiblemente por el abuso de fajas.

“No era sino un pobre espanto acosado por la culpa y envidioso”, decía la tía abuela Olimpia.

Sé que vivió por muchos años en esa casa. Que allí crio a sus hijos mayores y que, cuando se escuchaban ruidos injustificados en las habitaciones del fondo, espetaba con acritud: “Deja ya la vaina, Trinidad”.

Y entonces los ruidos se iban por meses.

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Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.

En mi país hay tortura, desapariciones, ajusticiamientos, violaciones masivas de derechos humanos.
¡Libertad para mi país!

In my country there is torture, disappearances, executions, massive violations of human rights. Freedom for my country!

Soy miembro de @EquipoCardumen
Soy miembro de @TalentClub



Posted from my blog with SteemPress : http://adncabrera.vornix.blog/2019/05/12/1195/

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Que buena historia @adncabrera, ahora son otras las historias de terror que nos persiguen, aquellas de antes ahora las queremos conservar. Me gusta ubicarme en en el contexto y pasearme entre las habitaciones y observar cómo transcurría aquella forma de vida.

Gracias, querida @evagavilan. La verdad es que este concurso me gusta mucho, porque me pone a funcionar los recuerdos de la infancia. Y he recordado montones de historias.
Y sí, ojalá pudieramos recuperar algo de paz y libertad.
Un abrazote!

¡Está muy buena la historia, @adncabrera!

Para esta ocaasión sentí que sería bueno comentar algunas cosas en los cuentos participantes, a tí @adncabrera te digo que de verdad me ha encantado esta participación tuya. La noto llena de personalidad, y con la prosa propia de un esfuerzo literario algo mas formal, lo cual no es necesario, pero se aprecia. Espero continuar leyéndote.

Muchas gracias por tus generosas palabras, apreciado@dranuvar. Disculpa lo tardío de mi respuesta, pero la conexión no ha estado fácil.
Me contenta mucho que hayas pasado por aquí, pues me permite agradecerte directamente por la constancia con que se ha mantenido esta iniciativa. Es una idea hermosa. Me encantaría que la participación creciera y, créeme, le estoy haciendo mucha promoción, pues me parece que es un esfuerzo por hacer presente al país desde una perspectiva positiva y que, para añadirle más valor, promueve la escritura. Te felicito.
Recibe un abrazo.

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