Vida y opiniones de un venezolano en la decadencia
Paseando por la universidad central de Venezuela deambulando un estudiante que se preguntaba a sí mismo si no era estar loco de bola el creer que alguien querría saber sobre su vida o más todavía sobre sus opiniones en mitad de una Venezuela hundiéndose. Yo, que le acompañaba, me reí de él. Le dije si no conocía la famosa novela de José Rafael Pocaterra Memorias de un Venezolano en la decadencia. Dio un respingo y me dijo Sabes qué, así será, ese es el título: Vida y opiniones de un venezolano en la decadencia. Yo le comenté que ese título sonaba a un libro que ya existía y me dijo, con sorna, No está mal homenajear si con esto generas curiosidad por el original.
Desde luego el temor de todo narrador es ser un narrador caliche. Pero al ser él el que me pidió ser el narrador de cómo se le ocurrió narrar su vida y sus opiniones pues tengo que aclarar que solamente somos un par de jóvenes que deambulamos por un país ausente entre fragmentos de Ruinas
La vida de Juan Peña, es decir Yo quien soy el venezolano en la decadencia que dignamente hablará de su vida y sus opiniones, comienza en el momento extraño en que su padre acaba adentro en un intento brusco de salir del acto. Eso me enteré cuando estando ante mi mamá muriéndose por falta de medicina se me acercó y me dijo, <<El error por el que te tuvimos, mi hijo, cóbraselo caro>> y yo le respondí que lo haría. Desde luego que mi mamá, que estaba muriéndose pero no yéndose a visitar el señor, quiso hablar más conmigo de mi padre. Yo, como no quería dejarla sola, decidí escuchar un poco su relato.
Tu papá era militar. Era, desde que le conozco y con antelación, todo un alebrestado. Picaba mucho pleito y no parecía ser honrado, creo que era corrupto y nunca decía que no a un ofrecimiento de monte. Nuestra relación comenzó antes de la suspensión de las garantías. Me lanzó un piropo durante una de las avanzadas militares. Yo tenía unos electrodomésticos y tu papá un fusil. Yo me asusté mucho y le sonreí con galantería para ver si me dejaba en paz. No le volví a ver hasta que un día, cuando estaban suspendidas las garantías me rescató de otros militares y conversamos durante la noche. Hablamos del descontento de los militares, de los adecos, de si yo era ñangara. Fue un poco incómodo porque, como bien sabrás, por la educación que dio tu señora abuela, Dios le quite la protección para que termine de morirse y así descanse, las mujeres no debíamos hablar de Política con fuerzas del estado para evitar ser confundidas con seguidores de Douglas Bravo o de Teodoro Petkoff, aunque no éramos comunistas. Y tu papá tenía un olfato para comunistas bien entrenado. Según él fue por un cubano mayamero anti castro que era un enfermo que supuestamente tumbó un avión. Yo como era una joven con miedo de ser confundida con una seguidora de ñangaras solamente hice un gesto afirmativo y le di un mordisco a mi arepa. Admito que después de que me contara lo arrepentido que se sentía de seguir haciendo esto, sabes lo del toque de queda, me empezó a caer mejor y comenzamos nuestra relación. Sé que rechazó unirse a los del 92 pero que estuvo cerca de los de noviembre porque me ponía los cuernos con la mujer de uno de los alzados. Yo cuando me enteré me reí mucho más de lo que me molesté. Sí, éramos felices y estables. Por esas fechas es que quedé embarazada y también que estaba próxima de acabar mi carrera.
Y podría continuar con cómo mi mamá quemó cauchos y se unió y se separó de la Causa R. pero ya este capítulo se me hizo medio largo pero quería mostrarles cómo mi mamá es un encanto