Tomarle fotos a la cotidianidad es mi pasión.
Donde muchos ven algo aburrido yo veo una obra de arte: veo inteligencia, dedicación, valor y progreso.
Tomarle fotos a los atardeceres me fascina (como a muchas personas) por la gran variedad de colores que nos regala. De vez en cuando pienso que el cielo tiene una gran personalidad que se ve reflejada justo en ese momento del día presentándolo con esa extensa gama de colores.
(En esta la ventana estaba un poco sucia... Lo siento)
Tomarle fotos a los animales (incluyendo los insectos) es muy entretenido porque nunca se sabe qué harán o cuál será su reacción, son súper naturales con sus poses y aman la rutina. Este último aspecto estoy en un rotundo desacuerdo con ellos.
Tomarle fotos a mi familia es otro de mis pasatiempos que disfruto mucho. No solo por plasmar el momento y dejarlo dentro de un albúm que llevará polvo por un buen tiempo. Sino por hacerles recordar con esas fotos que siempre estaremos unidos, que haremos lo imposible por ayudarnos, que estaremos dispuestos a sacarnos una sonrisa o secarnos las lágrimas.
Porque quiero que la esencia de “familia” perdure para siempre.
Tomarme fotos con mis amigos es un obsequio momentáneo que deseo sea permanente. No sabes hasta donde nos acompañarán o qué nos aportarán, pero están ahí (en el presente) para sacarte del estrés diario, de las crisis existenciales y ser quienes te inviten a comprar una birras para disfrutar de la vida.
Las fotos nos recuerdan que estamos vivos y debemos disfrutar de todo aunque sea poco.