VENEZOLANOS CON PATRIA

in #travel6 years ago

Relato de una venezolana que también se fue.

Comienza nuestro viaje en el terminal de pasajeros ubicado en Parque del Este, Edo. Miranda. República Bolivariana de Venezuela

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Comienza nuestro viaje en el terminal de pasajeros ubicado en Parque del Este, Edo. Miranda. Allí, después de varios días de insomnio, incertidumbre y agotamiento; al fin tenemos un pasaje para la Ciudad de San Cristóbal, Estado Táchira. Finalmente la salida tiene fecha y hora. Cuando a través de los micrófonos se anuncia el abordaje al autobús que cubre la ruta, se reinicia el bullicio. Familiares y amigos de los pasajeros empiezan a tomar conciencia de que ese viaje será algo más que ir al interior del país. Se observan familias con lágrimas en los ojos, ahogando sus llantos y su desesperanza. Cada uno con su equipaje preparado para un largo viaje.

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La llegada al Puente internacional para salir de Venezuela y entrar a Colombia, es la Primera Meta. Allí te encuentras con otro mundo, desconocido totalmente. Cientos de personas que caminan de un lado a otro; como sin rumbo. Se nota la confusión y la angustia en sus rostros. Por otro lado, los que han hecho de esta situación una oportunidad para ganar dinero. Existen los que llaman "asesores"; que se supone "orientan" a las personas que desconocen el manejo de los trámites allí. Sin embargo, realmente es un punto de corrupción más, se creen dueños de los que caen en su juego, pelean entre ellos como tiburones por una carnada; y en medio de todo aquello, tú; con tus angustias, tus ilusiones, tus esperanzas y desesperanzas.

Al fin frente a la taquilla de inmigración de Colombia. El proceso es rápido y ordenado. Con funcionarios amables y eficientes; todo lo contrario a sus pares en inmigración San Antonio del Táchira, Venezuela. (quienes cobran en complicidad con los "asesores" para que no hagas cola para el sellado del pasaporte)

Continuamos la ruta, cruzamos el Puente Internacional caminando, las personas van presurosas arrastrando cuanto bolso, maletas, maletines, bolsas y demás. Niños, jóvenes y adultos continúan en la búsqueda de lo que todos creen es la única salida.

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Al llegar a Cúcuta, ciudad fronteriza, te encuentras con una realidad distinta a la de tu país; el contraste visible y las comparaciones inevitables. Carreteras asfaltadas, iluminadas, transporte público en funcionamiento, anaqueles abarrotados de cuanto producto existe. Salta a tu mente la pregunta: Por qué…? Por qué estamos tan mal en Venezuela? Por qué no hay insumos ni medicamentos ni Paz?

Seguimos nuestro camino al terminal de pasajeros a comprar Tiquetes para la ciudad de Bogotá (CO). Te encuentras una gran variedad de compañías de transporte que cubren esa ruta. Los autobuses imponentes. En buen estado, amplios, algunos coloridos.

Una vez iniciado el viaje, te das cuenta que el camino es curvo y peligroso. Sientes mareos, náuseas, ansiedad, angustia, pero ahí vas, estoico, incólume, decidido a llegar a Bogotá. Al amanecer, ya la carretera se observa más amable, mucho verde, muchas vacas gordas, fincas en pleno apogeo de su rutina mañanera, te da la sensación de que hay trabajo, progreso, prosperidad.

Ya hacia el mediodía, te das cuenta que vas llegando al terminal de Salitre (centro de la ciudad). Éste se muestra ordenado, limpio, con señalización para facilitarle el servicio a los usuarios. Al salir del terminal nos topamos con una ciudad congestionada, mucho tráfico de vehículos, pero a su vez limpia, iluminada, hermosa. Nos viene a la mente otra vez, la odiosa comparación, que diferente a mi despeinada y anárquica Caracas.

Continuamos, adquirimos los pasajes para Ipiales; frontera con Ecuador vía el puente de Rumichaca. Subimos al bus, no sin antes dejar nuestro rastro de lágrimas y suspiros a los familiares que quedan allí, con la esperanza y la certeza de volvernos a ver pronto.

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Aquí el panorama cambia, el recorrido es largo, kilómetros y kilómetros de nada..., después de muchas horas, arribamos al puesto de inmigración Ecuador. La atención es buena. Impera el orden y la amabilidad. No obstante, al presentar mi pasaporte en taquilla, el funcionario me hace la observación de que por estar a cinco meses de su vencimiento ya no es válido, y por lo tanto debe expedirme lo que se conoce como La Carta Andina. Una especie de "autorización" para continuar el viaje. A pesar de la contrariedad que me ocasiona, tomo la opción y continuamos. Paramos a degustar unos ricos “pastelitos venezolanos” recomendados por un Maracucho dicharachero y amigable; como todos los oriundos de esa región. Cruzamos caminando el Puente Internacional, ya nos encontramos en territorio Ecuatoriano.

Seguimos, nos dirigimos a un terminal de buses a comprar pasaje hacia nuestro próximo destino, Perú. Adquirimos nuestro boleto hasta Piura, desde donde continuaríamos a Lima.

Empieza el recorrido, observamos ya en territorio Peruano, mucha pobreza, calles de tierra, gente humilde circulando por las calzadas, como buscando algo en común en los países de la región. ( se observa exagerada propaganda política pegada por todas las calles, casas y comercios ). Pareciera una contradicción, tanta pobreza, tantas ofertas de cambio, de empoderamiento del pueblo, y bla bla bla; a nosotros nos suena a música conocida.

Sin embargo continuamos; el chofer del bus nos indica que debemos bajar porque hemos llegado a Huaquillas; puesto fronterizo donde debemos sellar nuestro pasaporte y regresar al transporte para continuar. Al bajar nos encontramos con que hay una fila para Colombianos, Ecuatorianos, Peruanos y otra sólo para Venezolanos.

El puesto es integrado, en la misma oficina sellan salida de Ecuador y entrada a Perú. Cada una con funcionarios de los respectivos países. Lamentablemente, la fila de los Venezolanos es un caos, sin organización, entran y salen personas a la fila y no nos permite llevar control de cuanto falta para llegar a la taquilla.

Mucha gente que emigró pero que se llevó a cuestas la terminología producto de la Revolución Bolivariana (marcando la cola para otros que andaban por allí en alguna parte, por ejemplo). Finalmente estoy ante la taquilla ingreso a Perú, la funcionaria apenas agarra mi pasaporte pone cara de pocos amigos y sentencia odiosamente; "como tienes el pasaporte vencido debes solicitar la carta de refugio para Venezolanos y traerla aquí para procesar su ingreso" Trato, sin lograrlo de hacerle entender que voy de paso por su país, que no estoy pidiendo asilo ni refugio, sólo quiero transitar lo necesario para llegar a mi destino final: Argentina.

Acto seguido me dirijo a la oficina donde se tramita el "refugio para venezolanos" al ver la larga, casi kilométrica fila que debo hacer para solicitar el documento caigo en cuenta que no será para hoy. La entrada de la oficina es un completo desorden, cientos de personas apostadas allí, con sus maletas, colchones, cargas, angustias, tristezas, necesidades...

Me ubico al final de la cola a las once y media de la mañana, al rato de estar allí empiezo a entender el mecanismo de atención, cada cuarenta minutos aproximadamente entra un grupo como de 35 personas, dan prioridad a las familias con niños, embarazadas y tercera edad. Allí el resto tratamos de organizarnos para agilizar la entrada.

Entre las personas delante de mi, está un joven de baja estatura, famélico, con cara de sueño acumulado de muchos días; no obstante, rebosa de amabilidad y don de gente. Me ofrece un espacio en el piso a su lado para que me siente y espere "más cómoda", gesto que rechazo pero agradezco. Este ofrecimiento da pie a la conversación. El joven me comenta que viene desde el Estado Trujillo, en Venezuela, estado sumido en la pobreza, la escasez de todo tipo de productos, desempleo, entre otros argumentos válidos para empujarlo a abandonar su casa y lanzarse una aventura a pie, pidiendo traslado en cada carretera donde sea factible y comiendo de la caridad del resto de la humanidad.

En medio del desorden y el ruido observamos que cada vez que abren la puerta para ingresar a un nuevo grupo, los que estamos en la fila no avanzamos, a cada momento la fila de las “prioridades” aumenta sin explicación alguna. En mi caso, se acerca el conductor del autobús que me llevaría a Piura y me informa que en vista de que tardaré con el trámite en cuestión debo bajar el equipaje y no se me devolverá el costo del pasaje. A pesar de mis reclamos categóricos pero absolutamente inválidos para ellos, termino sacando mi bolso y regresando a la fila. Veo alejarse el bus y sólo pienso en el porqué de estas situaciones? Cómo llegamos a esto? Por qué se sienten con el derecho de atropellarnos? Y de alguna manera humillarnos y dejarnos claro que somos extranjeros y que no somos bienvenidos. Que nos hemos convertido en un problema para la región. También cruzan por mi mente las declaraciones de altos funcionarios de diferentes gobiernos, quienes se rasgan las vestiduras y aseguran que están con los Venezolanos y que quieren ayudar a solucionar nuestros problemas. Una vez culminadas las ruedas de prensa y las fotografías para las primeras planas de los diarios, pasan a hacer su vida nuevamente, de espaldas a las calamidades que los Venezolanos con Patria estamos atravesando.

El grito de uno de los primeros de la fila, me hace regresar de mi viaje. Van a ingresar los últimos treinta de la fila por hoy, son casi las diez de la noche. El resto, deberá esperar allí hasta la mañana siguiente. Me encomiendo a todos los ángeles y santos que conozco y espero poder tener la oportunidad de ingresar, y así sucede. Fui la última del grupo. Una vez dentro de la oficina nos ubican por grupos de diez en una mesa para recibir instrucciones para llenar una planilla. La funcionaria encargada está visiblemente cansada; y disgustada por el tiempo de trabajo extra. Por ello, rápidamente deja claro quien tiene el poder de decidir si permaneces allí o no. Su actitud es atropellante y grotesca, amenaza con que a quien se le dañe la planilla por alguna razón le tocará salirse de la oficina y regresar a la fila. Después de todas las instrucciones, finalmente todos logramos con éxito cumplir con la tarea. Acto seguido, nos ubica de espalda a la pared para tomar una foto a cada uno con su documento al frente. Parece una reseña policial de la que hasta este momento sólo había visto en las películas de maleantes. A pesar de todo, agradezco la atención y me dirijo rápidamente a la taquilla de inmigración y al fin sello mi ingreso a Perú.

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Después de tantas horas, sin sentarnos, sin ingerir alimentos ni agua, el cansancio gana terreno, no obstante seguimos, tomamos un taxi para ir al terminal de Tumbes a comprar pasaje para Lima y seguir avanzando. No obstante, aún nos esperan algunos tropiezos. El taxi nos deja al frente de una casa desde donde saldrá un autobús para Lima. Al bajar observamos que el ambiente es hostil, extraño, oscuro, nos da una sensación de inseguridad a la cual estamos acostumbrados pero en nuestro territorio.

La señora que vende en el terminal improvisado nos señala el monto que debemos cancelar y que el bus saldrá en un rato. Por ello accedemos a pagar lo acordado. Pasa el tiempo y no hay vestigios de salida; por ello ya los pasajeros comienzan a inquietarse. Hay una pareja con dos niños, que intentan sin éxito tranquilizarlos y que duerman. Es la una de la madrugada y ya el cuerpo se niega a establecer conexión con el cerebro. Sólo pide descanso.

En el estacionamiento de la casa, una de las pasajeras alza su voz y dice o arrancamos o nos devuelven el dinero por cuanto el trato era salir a Lima inmediatamente. Esta exigencia se vuelve generalizada y en minutos estamos todos pidiendo la devolución del dinero previamente pagado. Esta situación genera malestar en los encargados, sin embargo se dirigen a otro estacionamiento desde donde ya iba a partir un bus y a través de un acuerdo apresurado acceden a que abordemos. Después de un rato de espera al fin nos ponemos en marcha. La alegría pronto se convierte en preocupación, cuando vemos y escuchamos el autobús. Predomina un mal olor, que no logro identificar, entre baños muy sucios, detergentes, contenido estomacal, eso aunado a una carretera completamente oscura y extraña, parecía una trocha. Estos caminos ilegales que se utilizan para hacer algunos recorridos y en muchos casos traficar cualquier cosa.

Con gran esfuerzo el autobús llega a una población llamada Chiclayo, allí bajan algunos pasajeros y el conductor nos deja en un terminal, para abordar otro autobús hacia Lima. La encargada de la venta de boletos, para variar poco hospitalaria, nos señala que abordaremos de último porque somos un trasbordo, y demasiado hace ella con resolvernos el problema que otros han ocasionado, sin tomar en cuenta que cada uno pagamos un pasaje para recibir un servicio. A pesar de la incertidumbre. esperamos resignados para subir al próximo autobús. Iniciamos el recorrido y después de varias horas llegamos a nuestro ansiado destino, Lima. Son las dos de la madrugada. El terminal luce casi desierto, pocas personas esperando en los diferentes andenes a sus amigos y familiares. En minutos abordamos un taxi que nos llevará a la casa de un familiar que nos recibirá unos días para descansar un poco y conocer la pujante Lima.

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En la mañana todo parece distinto, salimos y la primera sensación que me invade es progreso, se presenta ante mis ojos una urbe limpia, con una circulación importante de vehículos y personas. Muchos negocios abiertos, produciendo, generando empleo. La tecnología presente en la mayoría de los transeúntes, todos usan teléfonos inteligentes, o aparatos para escuchar música, o GPS.

El contraste con el interior del país es brutal, pareciera dos países distintos completamente, en las localidades que pasamos predomina la pobreza, las calles de tierra, con gente que busca subsistir, la ciudad capital luce privilegiada. Continuamos el camino, nos despedimos allí también de nuestros afectos, pidiendo a Dios por su bienestar y por reencontrarnos pronto en nuestra Patria amada. Es una promesa.

Abordamos el autobús con destino a Santiago de Chile, ya el cansancio y la ansiedad por llegar a nuestro destino final está causando estragos. Sin embargo, continuamos. Observamos una característica común en las diferentes carreteras de los países de la región, son oscuras absolutamente, bien asfaltadas, y con buena señalización.

Entre los pasajeros que acompañan nuestro viaje logramos detectar por los diferentes acentos, distintas nacionalidades. Con predominio de Venezolanos. De sus conversaciones podemos concluir que van a Santiago en la búsqueda de empleo, de mejorar su calidad de vida. Todos comparten una meta común. Transcurren muchas horas, que sirven para mirar por la ventana el paisaje, a pesar de que nuestro pensamiento se encuentra a miles de kilómetros de allí, por ratos las lágrimas no permiten ver nada, sólo ruedan por las mejillas involuntariamente. El pensamiento te lleva a tú casa, a tú país, a tú Patria, a tú familia y cada vez comprendes menos cómo pudieron llevar a una Nación con tantos recursos económicos, con tanta gente valiosa y capacitada a lo que es hoy en día…

Un país cuya situación de escasez de todo lo básico y la imposibilidad de salir adelante con tú trabajo impulsa a miles de Venezolanos a huir, muchas veces sin saber a dónde y sin las condiciones mínimas para la inmigración. Lo perentorio es salir del territorio Venezolano.

Se detiene inesperadamente el autobús y hay que volver a la realidad del momento, llegamos a un terminal de pasajeros en Tacna que nos permitirá abordar un taxi para cruzar la frontera Perú-Chile y llegar a Arica, la conductora del taxi es una ciudadana chilena muy agradable, quien desde el principio nos dio la bienvenida, y nos hizo un resumen de la situación de nuestro país y cómo el de ella nos ofrecía oportunidades de trabajar y vivir dignamente. Lo cual agradecimos.

Allí fuimos a inmigración, el trato por parte del funcionario en la taquilla tanto de salida de Perú, como entrada a Chile es frío pero expedito. No había mucha gente en espera. Sellan nuestro pasaporte y continuamos. Abordamos nuevamente nuestro taxi, con la señora amable y nos deja en el terminal de pasajeros. Allí hacemos el cambio de monedas y compramos nuestro pasaje para Santiago, cada vez más cerca...

A las cinco de la tarde comienza el abordaje del bus, nos decidimos ahora sí a intentar descansar, dormir durante buena parte del recorrido. El viaje transcurre rápido, sin sobresaltos, y pasadas las diez de la noche arribamos al terminal de Santiago. A pesar del cansancio, podemos notar que el terminal es desordenado, oscuro, sin mayores indicaciones para el visitante. Las oficinas de ventas de boletos están cerradas, lo cual imposibilita seguir directo el camino hacia Buenos Aires. Recurrimos a los amigos y compatriotas diseminados por el mundo y especialmente a los que están en Santiago, a ver si pueden brindarnos alojo; al menos esta noche. Las llamadas funcionan, inmediatamente tenemos un amigo que nos permitirá pasar esa noche en su casa, la cual para nuestro beneplácito queda muy cerca del terminal.

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Nuestro amigo es un joven profesional Venezolano que tiene ya unos años viviendo en Santiago, llegó allí con su pareja una muchacha agradable y empeñada en atendernos bien. Nos regalan su hospitalidad con arepitas incluidas, después de muchos días sin degustar uno de nuestros platos favoritos, éste nos sabe a gloria. Y lo agradecemos profundamente.

En la mañana corremos nuevamente al terminal, alcanzamos a comprar el pasaje a Buenos Aires y casi en minutos salimos en el Bus. Los pasajeros esta vez son distintos, el bus no está lleno, y de acuerdo a las conversaciones la mayoría son chilenos que van a Buenos Aires por razones básicamente personales. A visitar, a concretar negocios entre otros. En la parte de atrás del bus van tres señores que hablan Portugués, y que luego nos enteramos que son conductores de buses Marco Polo, que harán la ruta Argentina Brasil.

El camino es parecido a nuestra carretera trasandina, vamos subiendo y se observan grandes precipicios. Una montaña espectacular, aún hay rastros de la nevada, así como de una estación de tren que en algún momento existió. Allí hacemos una parada en Mendoza, donde se encuentra el puesto fronterizo para el ingreso a la Argentina. De todas las estaciones fronterizas, esta me parece la más tranquila. Bajamos del bus, revisan las maletas los funcionarios de migración y los pasajeros vamos en fila hacia la taquilla, allí una funcionaria, la primera amable en nuestro recorrido, nos pregunta a donde vamos y la dirección de localización, seguidamente nos hace un comentario sobre la situación de nuestro país y que somos bienvenidos al suyo. Lo cual agradecemos y continuamos. Abordamos nuevamente el bus, y ya sentimos que estamos en territorio Argentino.

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Pasadas las seis de la mañana llegamos al fin a Buenos Aires. En el terminal se da el tan ansiado reencuentro, después de casi tres largos años estoy al frente de mi nena, mi niña, la jovencita que apenas cumplió diecinueve años me sorprendió con su decisión de venirse a este país a emprender un comienzo. No salen las palabras, un abrazo largo que lo dice todo, que supera la ausencia en los cumpleaños, en las navidades, en los días de la madre, en los momentos buenos y malos, ya nada importa. Estamos juntas al fin.

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Seguimos nuestro camino, se nos presenta una ciudad acogedora, limpia, con calles espaciosas y con mucha gente que camina presurosa de un lado a otro.

Autor: Eli de Venezuela
Día, Fecha y Hora: Sáb 15/9/2018, 3:58 PM
Aportes importantes al relato: Alberto B.

Autorizada su publicación

Los invito a visitar mi blog titulado: De los Principios y Valores que quedaron atrás.

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que duro amiga, a pesar de todo lo dificil que les fue, lograron salir, oren por los que no podemos, los que aun nos queda un poco de fe, Dios las bendiga. tu experiencia me conmovio demasiado, que tengan un exito grandioso. saludos desde aqui, de tu pais, de mi pais, de esta tierra tan hermosa.

@equipodelta Gracias por su comentario. Ciertamente solo nos queda orar. Saludos e infinitas bendiciones.

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