911, ¿cuál es su emergencia?
—911, ¿cuál es su emergencia?
—Hola, sí… eh… esto le va a parecer extraño, pero creo que hay alguien vigilando mi casa.
La voz del otro lado de la línea sonaba sumamente nerviosa.
—Tranquílicese, ¿puede describirme lo que ve afuera?
—Hay un sujeto que está parado frente a mi jardín, no puedo verlo con claridad… no deja de mirar hacia mi ventana y no se ha movido de ahí en horas. No sé lo que quiere.
—¿Cuál es su domicilio, señor?
Él me lo dijo.
—En este momento voy a enviar a la policía, aunque tardará en llegar, vive un poco lejos.
El sujeto habitaba en uno de los suburbios de la ciudad, muy cerca del bosque colindante.
—¿Se encuentra solo, señor?
—Sí, vivo yo solo.
—¿Puede comprobar que las puertas y ventanas de su casa estén cerradas?
—Sí, lo he comprado, todo se encuentra cerrado. Ese sujeto no ha hecho intento por acercarse pero no deja de mirar hacia aquí —la voz de mi interlocutor se quebró en ese momento—, me está poniendo nervioso.
—Conserve la calma y quédese conmigo al teléfono. La policía va en camino. ¿Puede describirme al desconocido?
—No le veo bien, pero juraría que mide más de dos metros… es muy, muy alto. Afuera está oscuro y solo tengo las luces exteriores encendidas. Creo… mierda, creo que se está moviendo…
Hubo una pausa del otro lado de la línea.
—¿Señor?
—Ahora viene hacia acá, Jesús… no, no puedo… ¡ayuda!
—¿Señor? ¿Qué sucede?
Ahora la voz del hombre tenía un matiz desesperado y lleno de terror.
—¡Está en mi ventana! ¡El maldito está en mi ventana! ¡Se está agachando! ¡Mierda, es enorme!
—Escúcheme con atención, necesito que se aleje de ahí y corra a encerrarse en una habitación. ¿Puede hacerlo?
Escuché pasos y una respiración entrecortada, llorosa.
—¡Estoy en mi habitación! Por favor, tengo miedo…
—La ayuda va en camino.
—Lo estoy escuchando afuera, viene hacia aquí… Jesucristo, está asomándose de nuevo a mi ventana…
—Trate de conservar la calma.
—No puedo, está sonriéndome… ¡mierda, está sonriendo contra la ventana! ¡Jesús, ayúdame!
—¿Puede salir de ahí? Traté de ir a otra habitación…
—No, no… él no quiere… no puedo escapar…
La voz del hombre cesó de hablar por completo. Escuché sus gimoteos, el sonido de un cristal rompiéndose y acto seguido, un grito estremecedor que hizo que saltara de mi silla.
—¿Señor? ¡¿Señor?!
La llamada se cortó. Nunca supe lo que ocurrió realmente esa noche. La policía no me quiso hablar de ello.
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