El taburete de oro (3)

in #teamengranate7 years ago (edited)

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Llevaba colgada del cuello la pequeña máscara. La limpiaba con una mezcla de vinagre de manzana y bicarbonato, las amas de casa saben sacar brillo a los metales. Con ella se sentía bien, como si el cobre hiciese de catalizador de los rayos solares, formando una boca de fuego templado sobre el punto que hay que abrir exactamente para hacer una traqueotomía, aportando la fuerza que le venía faltando desde hacía tiempo. Su marido era médico, y ella, muy curiosa, de vez en cuando abría al azar alguno de los tomos de medicina que había en la biblioteca, por conocer cómo funcionan los cuerpos. El hígado, los riñones, el nivel de azúcar en sangre, hierro, plaquetas y demás componentes básicos de su química estaban regidos por la normalidad. Pero notaba que algo en su interior no sabía expresarse bien.

Tenía que hacer la compra, el viernes irían sus suegros a cenar, aunque de sobra sabía que se quedarían todo el fin de semana; la secuencia era: despedida, invitación, hacerse de rogar y quedarse, se repetía como si les diera seguridad esa reiteración eterna de gestos y palabras. Le cambió el ánimo ligeramente, una cierta inquietud desordenaba sus nervios, cuando pensaba en los padres de su marido. La madre política era perfecta en su papel de organizadora del hogar, su hijo siempre ponía el ejemplo de cómo lavaba los calcetines, que debían ser blancos: un programa largo de lavadora, dos horas sumergidos en agua de lejía, enjuague exhaustivo, veinte minutos en añil y, por último e importante, dejarlos secar al sol. En invierno lo pasaba mal, pensando que los microbios, bacterias y demás fauna indeseable no terminarían de irse, si el día estaba nublado. Celia pensaba que era lógico que resplandecieran más que antes del estreno, con todos esos trajines, pero le parecía demasiado interés para determinado tipo de prendas.

El suegro, antes de jubilarse fue odontólogo, y no había dentadura por los alrededores más blanca que la suya; se trataba, por supuesto, de sus dientes naturales. Pero a Celia le parecía que en una calle concurrida de circulación motorizada y paseantes ociosos, todo el mundo lo miraba si sonreía, creyendo que aquel rosario de pequeñas piezas de esmalte cálcico eran señales de tráfico reflejando farolas y luces de neón.

No sabía dónde había dejado las llaves del coche, siempre que lo necesitaba para acercarse al hiper, desaparecían, tragadas por un agujero juguetón, pero a ella no le hacía gracia, estaba perdiendo un tiempo precioso que necesitaba para dejar la casa más limpia que una patena, aunque su suegra siempre encontraría la forma de hacerle ver que no estaba al tanto de todos los detalles. Cuando deslizaba un dedo disimuladamente por la esquina de algún mueble, ya sabía que había vuelto a suspender la prueba, si después de sacudir el invisible polvo de su índice subía una ceja, bajando a la vez la comisura de los labios, por cuyos extremos, ligeramente abiertos, salía lo que pensaba, pero discretamente, acostumbrada a practicar una educación exquisita.

Aparecieron debajo de la cama, escondidas igual que un monstruo esperando la llegada de la noche para asustarla, como cuando, de pequeña, no podía dormir, pensando que una mano saldría para llevársela a quién sabe dónde.


La fotografía es de mi propiedad.

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Está muy buena la idea, como de suspenso, me gusta como cuentas algo tan cotidiano como hacer la compra de una manera que levanta mucha tensión y hace sentir al lector que ahí está pasando algo más, que no todo es tan normal...

Muchas gracias, @catherinegairard , por tu comentario y tu visita.

Cada vez que leo este titulo tuyo se que me va a encantar y siempre lo termina haciendo, me encanta. Gracias son demasiado geniales tus historias.

Agradecida, @risckylu , nos leemos.

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