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Aurelius Ambrosius se secó el sudor de su frente. Orgulloso, contempló su última creación personal: Una espada de hoja y media. Una espada y una daga en una sola arma.

Le había costado trabajo crearla: le tomó exactamente tres meses de ensayo y error para crearla. Diseñarla en la tierra le tomó una sola noche. Soñarla le tomó diez noches. Escuchar el consejo de su anciana madre le tomó unos minutos.

Esa espada te hará general, recordó que le dijo su madre cuando le contó su sueño. General... No, dudaba mucho que le nombraran general. No era soldado, aunque sabía manejar muy bien la espada gracias a la educación que había recibido de su madre, quien había dicho que luchó en una guerra hace ya "bastantes ayeres". ¿Quizás 300 años?, ¿400?, ¿500? No, su madre tenía más edad y no lo aparentaba.

Lo irónico de todo era que nadie le creería si supieran que su madre vivió muchas guerras, incluyendo las Batallas de Platea, la de la Guerra del Peloponeso y aquella que casi nadie sabía nada, excepto él. 

Bufó. 

Sonaba a exageración, pero su madre tenía más de 700 años encima. Le constaba porque él mismo había visto muchas cosas que, de descubrirse, serían tomadas como cosas del demonio. Había visto a su madre defenderse con extraordinaria y letal destreza bajo la apariencia de mujer anciana; había visto el despliegue monstruoso de su fuerza al matar a más de cinco bandidos con solo apretarlos del cuello sin esfuerzo.

Había visto cómo se rejuvenecía cuando bebía la sangre de los de la misma especie que su abuelo. Sangre vampírica, para mayor precisión. 

Sintió un leve escalofrío cuando recordó la primera vez que se alimentó de sangre vampírica, también la primera en verla  joven, bella, delicada,  con la boca llena de sangre . Él era un niño que estaba escondido debajo de la mesa, viendo como aquellos devoradores de sangre morían con un solo corte en el cuello. Su madre había pasado la lengua en la hoja del cuchillo, saboreando la "cosecha" que los vampiros intrusos traían en sus cuerpos. Sabor que él mismo calificaba de "exquisito" cuando, atraído por el dulce olor que emanaba el líquido rojo, salió intempestivamente de su escondite y clavó los dientes en el cuello de los muertos.

Irónico: Fue el momento en que descubrió que no era como los demás. Que era un híbrido.

-Aurelius.

Se volvió.

Owen Luchta, capitán de la guardia del rey, estaba a su lado.

-¡Owen, qué sorpresa! - exclamó mientras dejaba la espada a un lado -¿Qué puedo hacer por ti? 

El capitán contempló la espada que tenía Aurelius. Era tal y como Argento la había descrito: Una hoja y media de plata y hierro bañada tres veces en la sangre de buenos hombres con un  mango doble de cobre y oro.

La espada que le dará muchas victorias a Britannia. 

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Prólogo 

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