Antes, un poco antes de que volviera a ocurrir, habían estado absortas en sus ocupaciones diarias, seguramente una pensaba en lo que haría después que terminara de alistar la cena, la otra que se tambaleaba en su silla con una risa incesante porque era insólito todo lo que podía pasar en aquel lugar, pensaba a la vez en la posibilidad de desaparecerse en cualquiera de los días por venir. Ninguna se decía nada porque ya se suponían todo, y ninguna se equivocaba porque ambas estaban muy seguras de que iba a volver a pasar.

     Una guardaba miedo, incertidumbre, era difícil para ella tomar una decisión y ejecutarla antes de que volviera a ocurrir. La otra ya estaba preparada, tenía ya hecha una lista de cosas en las que podía ocuparse si volvía a pasar. Sin embargo, cada una guardaba dentro de sí, la esperanza de que tal vez esa noche fuera diferente. Una se preocupaba de más, la otra ignoraba la trágica magnitud del hecho porque así era más fácil sobrellevar las concurrencias que surgían sin cesar, sin descanso, en aquel lugar en el que se empeñaban por seguir viviendo. A pesar de esto, estaban siendo felices, se tenían una a la otra, su hermandad cada vez se hacía un poco más irrompible, pero esto solo era real cuando lo recordaban, cuando el horror que permanecía dentro de casa las dejaba libres.

     No era culpa de ellas, pero lo sentían como si así fuera. A veces sus miradas se cruzaban, y en ese pequeño momento era como si se estuvieran conociendo por primera vez, pero rápidamente soltaban las miradas para sumergirse cada una en su mar de pensamientos ilógicos por la búsqueda interminable de una opción bondadosa para salir del insostenible mundo de mentes depresivas. No era culpa de ellas, pero el desasosiego de cada día así se los hacía sentir.

     Ocurrió de nuevo esa noche, en ese mismo momento. Una reventó en llanto por la rabia porque la cena no estaba lista aun y la otra sin poder consolarla se limitó solo a observar la penumbra, un poco más y reventaría en llanto ella también. Ninguna sabía cuándo acabaría el imputable desorden del azar y tampoco se lo podían imaginar, por eso, cuando acabó aquella noche, una se fue y la otra se quedó.