Se apareció en su forma clásica, con su tridente, su par de cuernos, sus patas de cabra, el rojo furioso de su torso descubierto... Apretado bajo uno de sus largos y delgados brazos llevaba el gordo folio en el que, desde que el hombre es hombre, archivaba con dedicada prolijidad la letra escrita de todos los pactos que hasta entonces con gran contento había celebrado.

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Se quedó parado sobre sus patas caprinas en un rincón oscuro de la habitación. Todavía somnoliento, Gabriel se incorporó un tanto sobre la cama hasta que alcanzó a sostener su peso con los codos. Entonces pudo dirigirle al diablo una mirada directa. Él le respondió con una señal de entendimiento.

—¿A qué debo el honor? —preguntó Gabriel.
—A tu desdichada vida —le dijo el diablo esbozando una sonrisa y de un brinco quedó al pie de la cama—. Las personas de tu clase acaparan mi atención.
—No creo ser más desdichado que los demás.
—No importa lo que creas, sino lo que es. Y en virtud de lo que es, hoy me encuentro aquí para que hagamos un pacto. Sé que ya conocés todo esto de pactar conmigo. Es lamentable, pero ya no sorprendo a nadie, me he vuelto popular. Añoro aquellos tiempos en los que mis apariciones asombraban. Pero en algún momento mis apariciones se naturalizaron. Dios sabe que hice notables esfuerzos por seguir asombrando, me vestí para estas ocasiones con las pieles de distintos animales, además de carnero fui serpiente, perro, gato, búho, incluso aparecí con novedosas combinaciones, fue muy comentada alguna vez la de murciélago, caballo y reptil, en otra oportunidad fui toro, gallina y topo... Pero mis esfuerzos no sirvieron de mucho, en algunas ocasiones mi apariencia movió a risa y por mi parte alcancé el hartazgo con tanto disfraz. Así que ahora no le dedico tiempo a mi apariencia y me concentro en lo que importa, en los contratos. Fijate qué lujo de formato —le enseñó hojas escritas que sacó de su folio—: Texto justificado, separación de párrafos, títulos en negrita, destacados a colores, notas al pie de página, bellas ilustraciones que acompañan el texto...
—Vaya perorata —dijo Gabriel bostezando—. Es verdad que no sorprendés, incluso aburrís. Me pregunto quién será el mayor desdichado acá... —y agregó tras otro bostezo— Pero que sabés joderle la vida a la gente no se discute. ¿No podías aparecerte en otro momento?, ¿qué necesidad había de despertarme para esto?
—Bueno, es la costumbre... Antes causaba una mejor impresión en estas horas... Como sea, ya sabés: pedime lo que quieras y a cambio tendré tu alma eterna.

Lo que quería Gabriel era seguir durmiendo, pero no se apresuró. "¿Desdichada mi vida? —se dijo— Y sí, es cierto. Pero no más que la de muchos otros, eso creo. Y mi alma... ¿será desdichada también?"
Lo miró al diablo y dijo con tono resuelto:

—Quiero que dejen de ganar los malos en este mundo; que aquí, entre los hombres, siempre triunfe el bien.

Afortunadamente, con el diablo no hay dilemas en relación a los conceptos de la ética, no hay que estar filosofando sobre qué es el mal y qué es el bien. Así que tras escuchar esa condición, agarró su abultado folio y se esfumó. Y Gabriel pudo volver a su sueño.