Los valores de un profesor III: Con la espada en alto: La batalla

in #steemit7 years ago (edited)

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La indignación aviva la imaginación
Este post trata de cómo la imaginación de una chica de 19 años, se las ingenió para recabar pruebas de la realización de un examen.
Hoy os terminaré de contar la batalla que inicié, después de comprobar que el tribunal me había suspendido una de las materias de la titulación que más dominaba y que, injustamente, debía volver a examinarme en la convocatoria de septiembre.
Estaba ¡tan indignada! de no haber tenido ocasión de reclamar legalmente la injusticia Universitaria que estaba dispuesta a llevar mi caso a la justicia ordinaria, en caso de que, me volviesen a suspender sin justificación, en la convocatoria de septiembre. Os recuerdo, que al no estar regulado el procedimiento de reclamación de exámenes, en la práctica, tenía las manos atadas y no podía hacer nada a través de los canales oficiales...
¿Cómo me las ingeniaria para obtener una copia de un examen oral ?. Durante el verano, mientras perfeccionaba mis conocimientos sobre Didáctica , concebí el modo de hacerme con una prueba del examen oral que iba a tener lugar muy pronto.
Soy una “forofa” de las películas de temática legal y, sabía por ellas, que la presentación de pruebas es una de las claves para ganar, o perder, un juicio.
Por tanto decidí que cuando llegase la hora me haría con todos los documentos relacionados con la prueba, para utilizarlos en el juicio.
Cuando fuí por la facultad y caminaba por los corredores me dí cuenta que los tablones de anuncios eran simples paneles de corcho donde estaba sujeta toda la información. Así es que arranqué la hoja de la convocatoria, que contenía la fecha, el lugar, las condiciones de la prueba; también me hice con la hoja de la composición del tribunal y cualquier información que veía en los tablones relacionada con el examen de Didáctica: listado de notas de aprobados y suspensos, criterios de evaluación etc.
Pasó el verano y pocos días antes de la prueba, mientras escuchaba en el magnetófono -se llamaba así al cassette-, que me había regalado mi padre el día de mi cumpleaños,

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una canción titulada: “Sólo le pido a Dios” de Mercedes Sosa, [fuente](
) , cantautora sudamericana admirada por todos los universitarios de mi generación, una gran idea me vino a la cabeza: ¡estaba salvada!, ¡la cinta magnetofónica sería la prueba!).
¿Querían pruebas? Las tendrían, ¡vaya, si las iban a tener!. . .
Al examen fui preparada. Eramos unos 10 o 12 los que estábamos en la puerta del aula, mucho antes de la hora prevista.
Por el corredor, con paso rápido, apareció el profesor de Estadística
¡Venía sólo! Inmediatamente me pregunté: ¿y “Dorita”? Saqué mi conclusión rápidamentre: ¡se quedó en casita!.¿Por qué habría hecho eso?.
Una sospecha se me cruzó por el pensamiento y una duda me invadió: ¿Qué podría hacer?.
Los que no han leído mi anterior post, no sabrán que ese nombre es el de la profesora de la materia -Didáctica-, de la que estaba a punto de volver a examinarme y que, por cobardía, no fue capaz de enfrentarse al otro miembro del tribunal en la convocatoria de Junio, cuando al verme entrar por la puerta y sin haber empezado la prueba, le dijo al oido: “a ésta hay que cargársela”.
Pues bien, a pesar de no estar la profesora que habia impartido la docencia, el profesor de Estadística, que sólo había sido nombrado miembro del tribunal, pretendió comenzar la prueba sin ella:
-¡Vamos, vamos que hay prisa! -dijo el profesor.
Sí, sí, no os extrañéis, eso pretendía.
Constituir un tribunal de 2 personas e iniciar el examen con ausencia de uno de sus miembros, era irregular. Y eso yo lo sabía, porque me había estado informando de lo que podía hacer para reclamar la nota.
Por tanto reaccioné con rapidez y con determinación, situándome al frente y mirándole a los ojos, le dije, en voz alta:
-Yo, de aquí no me muevo hasta que la profesora de Didáctica venga.
-La profesora no puede llegar a tiempo,¡vamos, vamos, entremos que hay prisa!.
-Yo la espero y usted no puede empezar sin que ella esté presente, pues forman un tribunal.
Me traspasó con la mirada y se alejó por el pasillo lleno de ira.
No llegó hasta dos horas más tarde, acompañado de Dorita. Aplaudí en mi interior y me dije:” ¡estás salvada!.¡veremos lo que hacen los profes, cuando les ponga el magnetófono encima de la mesa!”.
Pasado un tiempo, oigo mi nombre. Abro la puerta y entro. Les digo a dos de mis compañeros que entren conmigo para hacer de testigos de la prueba. Me acerco a la mesa, pongo el magnetófono encima, con determinación, sin pedirles permiso. Les digo que voy a grabar el examen porque quiero tener una prueba que me permita saber dónde me equivoco, en caso de que tenga que revisar mi ejercicio y que deseo que entren dos de mis compañeros, para que den fe del desarrollo de la prueba. Los dos profes se miraron perplejos y fueron incapaces de negarme lo que pedía.
El examen transcurrió con los nervios habituales, pero muy segura de lo que tenía que contestar, sabiendo que todo quedaba grabado. Me asaetearon a preguntas, pero respondí correctamente a todas y cada una de ellas. Duró una eternidad, pero todo quedó grabado. ¡tenía la prueba!.,

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Cuando finalicé, sabía que no podrían suspenderme y que, si lo hacían, tendría pruebas que aportar para defenderme.
No hizo falta mostrar las grabaciones ante los tribunales de justicia, tampoco fue necesario iniciar ningún procedimiento de reclamación legal, pues la calificación fue positiva.
Como consecuencia de este hecho lamentable y antes de saber que mi profesión como -formadora de maestros- estaría relacionada con la docencia, me hice dos promesas: la primera, que “lucharía por la defensa de los derechos de los alumnos, allá donde hiciese falta”; y la segunda que, “si, algún día, llegaba a ser profesora, jamás sería injusta con mis alumnos”.
La primera promesa la cumplí muchos años más tarde, cuando siendo profesora, a petición de la Junta de Alumnos, me involucré en la elaboración del primer reglamento de exámenes de mi Universidad, donde quedaron recogidos tantos los derechos de los alumnos como los deberes de los profesores y los procedimientos para la reclamación de notas.
La segunda promesa -“ser justa”-, se convirtió en uno de los pilares de la ética profesional que he practicado a lo largo de mis 35 años de carrera docente. Esta segunda promesa me sirvió, por un lado, para descubrir el mundo de la legislación -que ¡tanto me ha servido! para mi propio desarrollo profesional-; por otro, para diferenciar la justicia de la injusticia y en último lugar me forjó como persona de carácter luchador, perfeccionista e intransigente frente a las recomendaciones de mis compañeros para revisar las notas de algún alumno.
Siempre he sido consciente de que mi intransigencia estaba justificada -no quería cometer ninguna injusticia-, y, aunque mis continuas negativas me han granjeado la enemistad e incomprensión de muchos de mis compañeros , además del aislamiento laboral, siento que ha merecido la pena.
Para finalizar, os contaré algo que los profesores nunca comparten: el procedimiento que utilizab, a la hora de evaluar a mis alumnos, para no dejarme llevar de la subjetividad.
A la hora de configurar cada una de las pruebas de examen y “siempre a priori”, pensaba y establecía los criterios de evaluación.
Antes de comenzar la corrección, tapaba el nombre de mis alumnos, después, hacía una primera lectura sin aplicar los criterios, clasificaba los exámenes que iba leyendo, en tres grupos: buenos, normales y deficientes. Durante la segunda lectura, aplicaba los criterios a cada examen y los calificaba. Finalmente, destapaba el nombre del alumno y comprobaba su rendimiento con los obtenidos en otras actividades. Sólo cuando comprobaba que mi evaluación se ajustaba a los criterios que yo misma había establecido -“justicia numérica”-, consideraba otras circunstancias personales, motivación, interés, esfuerzo, cooperación, metodología etc. etc. criterios que entraban en juego para aumentar o disminuir la nota que figuraría en el listado definitivo.
Para finalizar, os diré que siempre me he sentido bien, atendiendo las reclamaciones de mis alumnos, sobre todo cuando, al salir del despacho, manifestaban estar convencidos de que su nota era la correcta. No sólo les presentaba sus errores y aciertos, sino que les daba consejos didácticos y metodológicos.
También os diré que, a lo largo de mi vida docente, sólo dos alumnos -incluso después de haber atendido sus alegaciones privadamente en el despacho y a sabiendas de que sus calificaciones eran justas- decidieron elevar la reclamación a niveles jerárquicos superiores: Departamento y Rector. He de señalar que ambos alumnnos me habían sido “recomendados” por compañeros, para ser aprobados. Al no ser atendidas las peticiones que se me hicieron, por considerarlas injustas, hubo enfrentamientos innecesarios que terminaron en ruptura de relaciones profesionales.
Pero después de que un tribunal, constituido “ad hoc” para atender las dos reclamaciones de la revisión solicitada por ambos alumnos, ratificara la nota que yo les había dado, me afiancé, aún más, en mis convicciones.
Paradoja final: de las acciones de un profesor injusto, también se aprende. Pero considero que, si se comprueba que un profesor ha sido injusto, no se le debería permitir seguir ejerciendo la docencia. La ausencia de este valor, por si sólo, debería ser uno de los motivos de despido de los profesores.
Sort:  

Me ha gustado mucho la forma en que te enfrentaste a la injusticia, con determinación e inteligencia. Me identifíco mucho con tu pensar, la ética profesional es un factor clave para cualquier profesionista y debería ser requisito mínimo para que se le permita ejercer. En mi caso las evaluaciones son mas sencillas y se prestan poco a controversia (me dedico a las Matemáticas y la Física), pero puedo entender muy bien la situación que nos presentas y la forma en que evalúas me parece trascendental y un consejo a seguir por todo docente.

Muchas gracias por tu contribución. ¡Saludos!

Claro, a lo largo de mi carrera descubrí que la evaluación de las matemáticas sería menos costosa que cualquiera de las materias humanísticas, donde el profesor tiene que luchar contra su propia subjetividad, ¡suerte que has tenido!. Por eso siempre procuraba establecer criterios que pudieran ser trasladados a lenguaje matemático .Gracias por tu voto.Veo que compartimos pensamientos .

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