30042019. Vuelta a la playa

Después de los dimes y diretes propios del trimestre, he vuelto a retomar mi paseo por la arena de la playa de Huelin. El camino de ida, para variar se me hizo harto pesado, pero llevaba buenos podcast en la radio, me hizo ir con un ritmo de andar medio decente.

En la playa cuando llegué, me sorprendió el mar bastante alto y embravecido, las aguas después de estos días de bajas temperaturas, vuelve a estar frío. Totalmente liberador para mis pies. Me sorprendió una pareja en el paseo marítimo,apoyada en lo que vendría a ser el equivalente al malecón, literalmente, besándose como si se fuese a acabar el mundo.

Era algo entre obsceno y bonito, para que nos entendamos más propio de una discoteca a última hora que al medio día de un lunes cualquiera, tuve que dejar de mirar para no ser presa de la excitación, es conveniente mantenerme sereno.

Más adelante, la playa estaba jalonada por personas que tomaban el escaso sol que dejaba el nublado, ese que dicen que broncea más, pero no estaban mis habituales, el señor mayor del perpetuo bañador slip negro y el transexual maduro.

A mediación de playa una chica bastante gruesa me miraba con curiosidad,supongo que el hecho de llevar mis gafas de sol graduadas totalmente fuera de épocas (son deudoras de los noventa). Era bastante guapa y aunque gruesa, estaba proporcionada y de rubor andaba como yo de pelo, escasa,mostraba sin reparos todos sus atributos, como una carnicería premium que sabe de la calidad de su marca. Como curiosidad, a la vuelta, al verla del lado opuesto de su cuerpo, su atractivo se multiplicaba por mil, va a ser cierto eso de los perfiles.

Casi al final de la playa, una pareja que en principio por la disparidad de tamaños, me parecieron padre e hija, pero cuando estuve más cerca, primero me cercioré que un padre nunca tendría la mano así en el trasero de su hija, en segundo lugar me di cuenta que no era tan pequeña de tamaño, era más bien cosa de la postura, pero era un cuerpo magnífico, con curvas y tersuras que hacía desear que el infimo bañador amarillo terminase por desaparecer en el horizonte de sucesos de sus tolendas carnes.

Cuando emprendí la vuelta, habían iniciado un lento pero constante ritual de apareamiento que me hizo envidiar en tener veinte años. Definitivamente, no sé si debido al aire de victoria derivado del resultado electoral, un torrente de sexualidad no hacía presos entre los intermitentes lugareños del medio día tibio.

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