Rey Lear | Reflexión sobre la puesta en escena con el director Rodrigo García

Sigo compartiendo la reflexión de algunas de las experiencias en puestas en escena que formaron parte del proceso formativo en la Escuela Nacional de Arte Teatral en la Ciudad de México. En esta ocasión hablaré de un montaje de corte contemporáneo, dirigido por Rodrigo García, autor y director argentino-español invitado por la ENAT en el contexto del Encuentro de Escuelas Superiores de Teatro, para realizar el proyecto de puesta en escena de su obra Rey Lear. Un creador cuyos principios creativos contradicen los elementos dramáticos y de puesta en escena tradicionales y nos condujo por un proceso de trabajo para el actor que no consistió precisamente en construir un personaje, sino una presencia muy particular que participaba en las diferentes acciones, secuencias e imágenes que se fueron construyendo a partir de su texto. Pero vamos, parte a parte, hablando de este montaje realizado en el año de 1999.

Rodrigo García logra conformar espectáculos que aparentan caóticos pero respiran de una coherencia plena, donde aparecen la infancia, la muerte, la familia, los dibujos animados, los excrementos, Goya, Borges, Videla, gente desnuda que se viste de cemento con cristales, gente que nace para pegar y otra que nace para recibir, música, el mono naranja de Guantánamo, la sodomización y la comida, mucha comida... y la basura. (Beatriz Bergamín. El País)

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Rey Lear, dramaturgia y dirección de Rodrigo García

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REY LEAR

En este proyecto, la primera sorpresa consistió en que no se trataba de trabajar con mi grupo de compañeros con los que había venido trabajando desde hacía cuatro años, sino que me enfrentaba a un nuevo grupo, si bien todos formados en la misma Escuela, las generaciones eran diferentes; la segunda sorpresa es que no se trataba de una obra de teatro propiamente dicha. Nos enfrentamos a un texto en el que no había diálogos entre personajes, de hecho era difícil distinguir si había personajes, vano era buscar relaciones con la obra homónima de Shakespeare, porque si las había eran meros indicios y sugerencias. Era un texto en el que se decían largos y en ocasiones repetitivos monólogos que giraban en torno de los temas de las relaciones familiares, la violencia, el abuso del poder y también por ahí, se hablaba del amor. No era una estructura teatral a la que cualquier actor estuviera acostumbrado, y el proceso de montaje, en lo poco común, no se quedaba atrás. Desde un principio supimos que el estilo que manejaba el director español era más cercano al performance que al teatro. Buscaba siempre el impacto sensitivo en el espectador a través de imágenes violentas o escatológicas, ruidos fuertes y sorpresivos como disparos o cosas rompiéndose, interacción con proyecciones en pantallas, uso de micrófonos, y ninguna convención en el espacio escénico como entrada y salida de objetos escenográficos, ningún telón, piernas o bambalinas para delimitar espacios. Todos los actores y objetos utilizados en escena permanecían en ella, nada se acomodaba después de haber sido usado, sino que permanecía allí, donde se le usó. Los cambios de vestuario ocurrían a la vista del público, y uno podía hacer en el escenario lo que le viniera en gana mientras no se participara en alguna escena, respetando claro está, el trabajo con el texto de los demás compañeros. Así, mientras no hubiera alguna acción que realizar o un texto que decir, los actores podían caminar o correr por el escenario, estar sentados fumándose un cigarro o tomando una cerveza, jugar ajedrez con otro actor o simplemente no hacer nada, siempre diferente en cada representación.

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Rey Lear, dramaturgia y dirección de Rodrigo García

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No hubo sesiones de análisis de texto, sino que desde la primera sesión se trabajó en la construcción de una serie de imágenes, es decir acciones propuestas por el director que siempre implicaban a la vez un verdadero cansancio físico para el actor y un verdadero shock visual para el espectador. Dentro de estas imágenes, que fueron muchas y que durante varias sesiones el director lanzaba la propuesta y la acción la realizaba el actor que así lo decidía, la principal premisa era no actuar, sino simplemente realizar las acciones buscando involucrarse en ellas sin pretender ningún tipo de ficción, participando en ellas con todos los sentidos en alerta, disfrutando, emocionándose, cansándose de manera natural ante la acción; procurando siempre una presencia real, que no realista, de los actores. Entre las acciones propuestas podríamos mencionar algunas: jugar con un gran plástico envolviéndose en él; enrollarse cinta adhesiva por todo el cuerpo y luego quitársela; arrojar una silla hacia arriba, ponerse justo donde va a caer y quitarse en el último momento; formar imágenes estáticas de gente luchando o cargándose, imágenes estáticas pornográficas; escupir gargajos o flemas hacia arriba y volverlos a recibir con la boca; escupir sobre alguien envuelto en un plástico; entre todos formar palabras con letras colocadas al frente y atrás de las playeras; cantar canciones con letras groseras inventadas por el actor, insultarse en progresión, comer y beber compulsivamente sin tragarse nada para que todo tenga que ser escupido, tirarle de balonazos a alguien, caminar de manos tratando de alcanzar a alguien que en el último momento se retira, clavar la ropa que se lleva puesta en una mesa y luego tratar de desprenderse de ella, “nadar” por todo el escenario, formar una masa humana que avanza por el escenario, etc. Todas estas acciones se realizaron una o máximo dos veces durante el período de ensayos, con excepción de las que requerían de mayor precisión y organización por parte de los actores, como las cargadas y formar palabras con las letras de las playeras, todas las demás acciones que el director iba seleccionando las volvimos a realizar hasta los ensayos generales.

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Rey Lear, dramaturgia y dirección de Rodrigo García

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A la par que se construían estas acciones, el director iba seleccionando de su texto, los fragmentos que se iban a utilizar en la puesta en escena, ya que, nuevamente para nuestra sorpresa, no montaríamos la obra completa. (Cosa que parecía lógica ya que de no haber sido así, la puesta en escena habría tenido una duración de unas cuatro horas, entre textos y acciones). Nuevamente los textos seleccionados los decía quien así lo decidiera, o al que más le gustaran, y la manera de decirlos obedecía a las únicas tres indicaciones que dio el director: violencia, velocidad y naturalidad.

La puesta se construyó organizando las diferentes imágenes e integrándole los textos, buscando que las imágenes se fueran relacionando unas con otras de acuerdo a una cierta lógica, más bien intuida de acuerdo a la naturaleza de las acciones, buscando equilibrar entre las imágenes más violentas, las divertidas, las tiernas e incluso las aburridas. Una vez que las diferentes piezas del rompecabezas se fueron ensamblando, durante los ensayos generales y sobre todo en la funciones fuimos descubriendo el tipo de acciones nuevas que consistirían en la libertad de ocupar el escenario conviviendo con las imágenes que en los diferentes momentos ocurrían.

El proceso de puesta en escena, así como cada función durante la temporada fueron, en lo personal, experiencias valiosas dentro la formación profesional, ya que el hecho de enfrentarme con manifestaciones escénicas radicalmente diferentes al teatro que se solía estudiar y difundir en nuestro país. Y no era para menos, estábamos tratando con un director que lo expresaba de la siguiente manera: “No tío, a mí no me gusta el teatro. Yo no voy al teatro. Si tengo que hacer teatro, mejor hago publicidad.”, así de simple. Estaba claro que lo que estábamos haciendo no era teatro, al menos no con las técnicas que habíamos aprendido en la Escuela, pero sí con muchas habilidades. Se trataba de generar presencias vivas en el escenario, realizando acciones que dada su naturaleza no tenían otro remedio que ser verdaderas. La ficción, si acaso había una, cada quien era libre de estructurarla a su modo, pero la vida en el escenario estaba dada, con todo y sus sensaciones, como el asco, la náusea, el mareo, la agitación y el cansancio. Lo importante de todo esto fue conocer algunas de las fronteras en las que el Arte Teatral colinda con otras disciplinas como las artes visuales en las que Rodrigo García fue formado.

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Rey Lear, dramaturgia y dirección de Rodrigo García

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Al ser esta puesta un estruendo constante, al igual que su propia personalidad del director, como tuvimos el placer de comprobar, el tono en el que debían construirse las acciones era bastante claro. “¡Mala leche y velocidad!”, como solía pedirnos, bastaban para dar rienda suelta, convertidos por el organismo en impulsos internos, a multitud de emociones, pensamientos y sensaciones, creándose un flujo constante de energía con todo este material. Y la reacción del público ante este espectáculo era, de sobra esta decirlo, vasta; desde los que se fascinaron, los que participaron y hasta los que se salieron, sin el menor disimulo a los diez minutos. Pero eso sí, la obra provocaba, irremediablemente, reacciones orgánicas también en el público, justo lo esperado por el director y por el grupo de actores.

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Rey Lear, dramaturgia y dirección de Rodrigo García

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Rey Lear, programa de mano

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Fotografías del archivo personal

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@LeVeuf

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