La boya (Erotico)
Esa tarde la playa tenía un encanto especial.
El sol luchaba contra una nube para que le dejara hacer su trabajo de broncear a los bañistas.
Los niños jugaban en la orilla mientras que los jóvenes, más atrevidos, se aventuraban algunos metros mar adentro.
Era un fin de semana lleno de turistas.
Yo vivía cerca de allí y pasé a desestresarme un poco del trabajo y de los problemas sentimentales que a causa de esto, comenzaban a invadir la relación con mi novia.
Caminé internándome en la playa y el frio fue apoderándose del cuerpo.
Cuando ya el agua llegaba a mi cuello comencé a nadar alejándome de los bañistas.
Conocía ese lugar desde mi infancia y sabía que tras algunos metros de profundidad, había un banco de arena que permitía que se pudiera estar de pie, con el agua, que me llegara unos centímetros más abajo del cuello, gracias a mi estatura.
Nadie se atrevía a llegar tan lejos y descubrirlo porque una boya demarcaba que era prohibido traspasar el lugar.
Me quedé mirando un barco que transitaba a lo lejos y perdí el sentido del tiempo, hasta que sentí algo que tocaba mi pierna.
Sorprendido me sumergí y casi muero del susto al ver el rostro de una mujer bajo el agua.
En un primer momento pensé que era una sirena pero luego el rostro me pareció conocido.
Cuando salimos a buscar aire quedamos casi frente a frente y pude reconocerla.
Era Clarissa, una novia de la infancia y pubertad.
-¿Qué haces aquaman? ¿Te asustan las sirenas?
Ella se había casado y mudado de la ciudad.
-¿Qué haces por acá?
-Tomando un baño y tratando de recordar viejos tiempos.-dijo con picardía.
Cuando éramos novios nos escapábamos a la boya para besarnos sin que nos vieran.
-¿Y tu esposo?
-¿Quieres invitarlo? –ahora fue irónica.
Los años habían sido generosos con su belleza, sin dudas la maternidad ya había llegado y como varita de hada había hecho de su cuerpo una fruta madura.
Se me acercó y me sentí como un quinceañero, como la primera vez que nos besamos en una noche de luna llena.
Me abrazó, introdujo su lengua en mi boca y su mano bajó hasta mi traje de baño, dejando salir mi miembro.
Luego como una rémora que se pega al tiburón pasó sus piernas por mi cintura y me percaté que estaba desnuda de la cintura para abajo.
Mi pene se introdujo en su sexo mientas mis brazos la estrechaban.
Su cintura, como toda una bailarina árabe, marcaban el ritmo y mi miembro sentía como era absorbido por los músculos de su vagina.
En el agua los cuerpos son más ligeros.
Cuando dejaba su boca chupaba sus pezones, salados por el agua.
No sé por cuanto tiempo danzamos al ritmo del agua y de su cintura.
A los lejos los bañistas seguían su juego de luchar contra las olas.
Cuando mi semen, como lava de volcán, inundó su sexo, tuve que sostenerme de la boya para no hundirme.
Fue una sensación extraña y placentera.
Luego ella me susurró al oído.
-Me lo debías.
Y tal como llegó se fue.
Recordé que cuando éramos novios le había prometido hacerle el amor en la boya pero nunca lo hice.
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