Los niños perdidos en la entrada al infierno

Es un placer contar con su compañía, siempre agradecido por el gran apoyo que brindan a mis trabajos. En la ¨tierra sin mal¨ llovió toda la noche sin parar, es casi medio día y el temporal continúa. Una situación muy mala para la economía del país, Hay varias provincias que padecen las inundaciones, pueblos enteros que están anegadas bajo agua, una tristeza enorme ver a los animales muriendo ahogados. Esto solo significa una cosa. ¡Una enorme pérdida económica para los granjeros de mi pueblo! Un condimento especial para acrecentar las crisis de la república.

Los Correntinos estamos acostumbrados a vivir estas situaciones y siempre encontramos el lado bueno de las cosas. Truenos, vientos fuertes, rayos que iluminan desde el firmamento hasta el corazón de la tierra, solo es bueno para una sola cosa. ¡Historias de suspenso! Bienvenido queridos amigos amantes de los relatos esotéricos.

El barrio en donde pase mi infancia era un lugar propicio para que sucedieran cosas inexplicables, la situación en la que vivíamos hacía de la persona más escéptica una empedernida supersticiosa, cientos de leyendas e historias alberga el lugar, todo relacionado a las muertes de las personas inocentes que cayeron en cumpliendo del deber defendiendo a la patria o aquella autóctonas propias de nuestra cultura.

Para poder describir el lugar hay que volver en el tiempo cuarenta y dos años atrás, cuando solo había unas veinte casitas que emergían en la pradera, cuya circunferencia era enmarcada y delimitada por frondosos bosques, aquellos que los mayores prohibían su ingreso, no hace falta decir que para los niños la prohibición era una invitación a conocer el interior del bosque.

Las personas se podían hidratar gracias a las claras aguas de la laguna o el agua de lluvia que se juntaban en viejos tambores de maderas, al caer la noche las improvisadas calles se iluminaban con grandes fogatas, mientras que el interior los hacíamos con pequeños candiles.

Para los niños era una vivencia mágica, escuchar relatos de cuentos de hadas o historias urbanas era la condición ideal, los cuentos de suspensos eran aterradores, intensificados por extrañas sombras que provocaban las luces de las grandes fogatas.

Nuestros padres habían sido inculcados para creer en todo hecho supersticioso y paranormal, aquellos que poco a poco nos fueron transmitiendo como una obligada tradición. Las personas vivíamos en el barrio con total libertad, todos éramos conocidos y queridos como si fueranos familia, los niños deambulábamos por la casa de nuestros vecinos como si fuera nuestra propia casa, no existían los cercos o rejas que limitara el ingreso.

La vivida libertad solo era cuestionada y restringida en dos momentos, el horario de la siesta y al caer la noche, los motivos eran bastantes obvios, velaban por nuestra seguridad, pero cuando eres niño nunca adviertes el peligro, todo es pura diversión, por este motivo hacíamos caso omiso a las restricciones y nos divertíamos jugando más en estos momentos. Así fue como sucedieron los hechos que voy a relatar.

El verano en la ¨tierra sin mal¨ es muy intenso, en horarios de la siesta supera ampliamente los +44 grados, es un buen motivo para estar a la sombra o durmiendo una siesta. A nuestros padres les encantaban parar por una o dos horas para descansar y dormir la siesta, momento en que aprovechábamos los niños para salir a investigar los frondosos bosque del pueblo.

Los bosques en general eran prohibidos por nuestros mayores, pero había uno en especial que si o si, pase lo que pase, jamás debíamos ingresar en él.

El barrio contaba con dos grande hileras de árboles que enmarcaba y delimitaban la zona, uno estaba al este y otro al oeste, este último tenía una extensión de más de seis kilómetros, era el más denso y que más aventuras albergaba un su interior, allí había una laguna, cañadas, vertientes de aguas, un gran aljibe de una casa abandonada y como si fuera poco. ¡Un campo de reclusión juvenil!

Ver los seis kilómetros de arboledas en línea era algo imponente, justo en la mitad había un gran arco de hierro cubiertos por enredaderas y flores silvestres, las intensas flores rojas resaltaban desde la distancia, un lugar imposible de no ver. Este era el lugar prohibido por los mayores.

Nuestros padres hacían mención al lugar como. ¡La entrada al infierno! Decían que detrás de esa apacible y coqueta entrada, habían ocurridos hechos aberrantes. Según los ancianos que vivieron y se criaron en el lugar, decían que detrás de ese gran arco había una enorme mansión propiedad de un soldado inglés.

El soldado tenía una familia numerosa, sus padres y seres queridos eran personas muy amables, ayudaban a las personas que vivían cerca de su propiedad, incluso permitían que los niños fueran a jugar bajos las sombras de los enormes higüeros.

Lo cierto es que de la noche a la mañana la familia entera había desaparecido, fue como si se los trago la tierra. Las puertas y ventanas quedaron abiertas y en su interior no había ningún tipo de muebles, lo que hacía suponer que quizás había regresado a su país de origen.

No pasó mucho tiempo para volver a ver a la propiedad habitada, estos nuevos vecinos eran más reservados, no permitían a nadie ingresar a la propiedad, igual a la vez anterior, una mañana ya no estaban.

Varias veces más volvieron habitar la propiedad con los mismos resultados, a diferencia que la última familia no se llevaron los muebles, lo que hacía suponer que había algo que hacia huir a las personas.

Con el correr de los años la madre naturaleza avanzo sobre la propiedad destruyendo todo a su paso, solo quedaba en pie un enorme y profundo aljibe, tan profundo que no se veía el agua y que las voces de las personas hacían ecos como palabras endemoniadas, para hacer más tenebrosa la postal, un gran gomero de la india abrazaba con sus ramas los arcos del aljibe.

Esto pudimos comprobar una siesta en que nuestros padres dormían. Una docena de amigos fue suficiente para armarnos de valor e ingresar a la propiedad, tras pasar el arco de hierro la temperatura había descendió unos 10 grados, se sentía mucho más fresco el lugar que erizaba la piel. ¡No por la baja de la temperatura! Por miedo lo que provocaba el lugar de solo verlo.

Fue una recorrida rápida, el miedo no nos permitió estar mucho tiempo en el lugar, los ecos de nuestras voces era intimidante, las copas de los árboles se entrelazaban este sí, algo poco común de ver, en el fondo de la propiedad se podía divisar un columpio cubierto por plantas y flores de Santa Rita, convirtiendo en un rincón místico.

Un sonido extraño nos hizo huir del lugar, salimos corriendo y gritando desesperadamente, tras pasar algunos metros del arco de hierro nos cruzamos con unos niños que estaban sentados observando hacia el interior.

Los niños no eran de nuestro barrio, al igual a nosotros sus padres recomendaron nunca ingresar al lugar y ahora estaban tentados por hacerlo, algo que pedimos que no lo hicieran ya que allí había algo extraño.

Cuando nombramos lo del columpio cubierto de flores, unos de los niños dijo, ¡Ahora me creen que estuve allí! Ellos también vieron el columpio. El más grande animo a los niños a ingresar y así lo hicieron, tras su partida nosotros seguimos nuestro camino haciendo alarde de nuestra travesía.

Varios días después mientras jugábamos cerca de mi casa con mis amigos, se hicieron presente la policía montada, unos vecinos al parecer nos habían visto hablando con los niños, por este motivo los policías estaban allí, querían saber qué hablamos con los niños y cuales eran su paradero.

Tras comentar nuestra conversación y después de indicar el rumbo que tomaron los niños, la policía organizo un gran rastrillaje tras el arco del infierno. Los resultados del rastrillaje fueron varias decenas de esqueletos humanos sepultados dentro del profundo aljibe.

De los niños perdidos detrás de la puerta del infierno, nunca más se supo, la policía por varios años continuó buscando, fue como si la tierra se los había tragado. Del lugar había mucha conjetura, muchos atribuían a demonios que vivan en el lugar, otros acusaban a nuestros duendes locales y otros hacían mención de jóvenes caníbales que estaba recluidos en el campo de reclusión.