La tienda (Primer capitulo)-El amigo fiel

in #writing7 years ago

Lunes

12 de enero de 1948. Desde la ventana de la habitación del pequeño Tom se puede sentir el frío y la lluvia azotando el nuevo día en Londres, mientras la ciudad se intenta recuperar de los destrozos de la guerra y las familias tratan de olvidar el pasado mirando al futuro con optimismo y esperanza.
-Tom, Tom! levanta perezoso,-se le oye decir a Elisabeth sentada en la cama de este, mientras le acaricia el pelo y con voz dulce- que vas a llegar tarde a la escuela otra vez y sabes que a la señora Kohl no le hace ninguna gracia que llegues tarde. La última vez que fui a la escuela, me dijo que tenía que ser un poco más dura contigo y sabes que no me gusta nada...
La señora Kohl era la tutora de Tom desde que empezó en la escuela, de aspecto duro pero de gran corazón, aunque le tenía mucho aprecio al joven muchacho, no le gustó que éste no hace muchos días le gastara una broma un tanto pesada a uno de sus compañeros y llegara un par de días tarde a clase.
-Si Mamá, mmmm… -desperezándose- que rápido se hace de día, ufffff… es que anoche tenía muchos deberes y me acosté un poco tarde -mintió, bueno, una mentirijilla sin importancia. Lo que había pasado es que se había quedado hasta tarde leyendo un libro que le entusiasmaba de un tal J.M.Barrie llamado “Peter Pan “- pero si mamá, ya me levanto, lo siento.
Acto seguido, Elisabeth, se dispuso a salir de la habitación, no sin antes decirle lanzándole una mirada cariñosa.
-No tardes… -y bajó a la cocina a preparar el desayuno-

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Lo que si no se atrevió a contarle a su madre de ninguna de las maneras, mas que nada, por lo avergonzado que estaba y sabiendo que ya se enteraría tarde o temprano, es que días atrás, encontró de camino a la escuela una pequeña rana en medio de la calle, que seguramente se habría escapado del estanque de la casa de los Brady, unos adinerados de la zona –esta fue la broma que no le gustó a la señora Kohl-. No le costó mucho recogerla del suelo y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Al llegar a clase la guardó en el cajón del pupitre de su compañero Jimmy Collins, con el que competía por la atención de la señorita Ivonne, la chica más guapa de la clase, teniendo tan mala suerte que ese día Jimmy no asistió porque estaba enfermo. Las clases fueron pasando y Tom se olvidó de su pequeña amiga. Al día siguiente Jimmy si que acudió a la escuela y al abrir el cajón de su pupitre, ya os podéis imaginar como estaba la pequeña rana, el grito que éste pegó y la cara de asombró de la señora Kohl al comprobar tan peculiar panorama no dejaba lugar a dudas, Branquias, como había sido bautizada, pasó a mejor vida. Tom se puso rojo como un tomate y el pobre muy apenado tuvo que reconocer su culpa.
-¡Venga dormilón!-Se le oye decir a Elisabeth desde el pie de la escalera-. ¿No te habrás vuelto a dormir? Levanta ya o se lo tendré que decir a tu padre.

Tom, hijo único que a pesar de los duros tiempos que había pasado conservaba la inocencia y la alegría de un niño de doce años. El pequeño Tom, con esa sonrisa burlona heredada de su madre, nariz respingona, ojos color avellana y pelo castaño, era un niño muy listo y un dormilón empedernido que odiaba madrugar. Tenía una pequeña cicatriz en la parte izquierda de la frente, un mal salto dado en la cama... cicatriz en la frente. Siempre se ha dicho que la curiosidad mató al gato, y Tom era muy curioso, por lo demás era delgado pero fuerte y eso si, valiente como su padre.
-¡Madre mía me he vuelto a dormir! –pensó-
-¡Si mamá ya casi estoy! ya bajo...-tratando de ganar algo de tiempo-
-No puede ser, maldito libro me tiene enganchado, esta noche no leeré hasta tan tarde...-volvió a pensar-
-¿dónde estarán mis pantalones...?
-Venga Tom que se te enfría el desayuno, y tienes que pasear a Lola...- volvió a insistir Elisabeth-.

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Ella

era la madre y esposa que todo hombre querría tener. A sus treinta y cinco años y después de tanta miseria, parecía que por ella no pasaran los años. Su larga melena castaña, piel blanca, ojos ligeramente achinados de mirada inocente y unos labios gruesos, hacían de ella una mujer irresistible. Su bella sonrisa cautivó a un joven Robert varios años atrás y él siempre le decía que cuando la vio sonreír por primera vez, pensó que llenaba de luz la oscuridad del mundo y que tenia que ser suya costase lo que costase, ante lo que ella, siempre que le escuchaba decir eso, recordaba aquel momento y reía más y más…
Era profesora de música en un colegio, amaba el arte, y cuando podía, acudía al centro de voluntarios para ofrecer su ayuda a gente sin recursos.
Años atrás en su adolescencia sufrió un accidente que le impidió seguir en la escuela de danza, de no ser por eso podría haber llegado a ser una grandísima bailarina, pero al ver truncado su gran sueño se refugió en la música y siguió adelante, consiguiendo con el paso de los años graduarse y ser una buena maestra, muy a pesar de la opinión de sus progenitores, bueno, mas bien, de la opinión de su padre, que esperaba que siguiese sus pasos en la escuela de medicina. El era un afamado médico inglés y no veía con buenos ojos las alocadas ideas de su hija mayor, pensando –antes del accidente- en viajes con la compañía de baile, en obras de auditorios de medio mundo y -después de él- con sus sueños de ser una gran intérprete y poder enseñar al mundo algún día lo que para ella era lo más importante. En definitiva, eran ideas totalmente opuestas, pero como siempre, cuando algo se le mete en la cabeza a una mujer se sale con la suya, en esta ocasión, no sería diferente. Lo único que si logro cambiar sus sueños de viajes y demás, fue enamorarse locamente de Robert y posteriormente el nacimiento de su hijo. En definitiva, el amor.

Tom salió disparado de la habitación, bajo a la cocina y le dio un beso a Elisabeth.
-Perdona mamá –y cambiando de tema, para escabullir el bulto, añadió- menudo día hace hoy, dan ganas de no hacer nada, quedarse en casa y taparse con una manta en el sillón, ¿eh?…
Elisabeth lo miro pensando…
-Igualito que Robert, - y le dijo- anda vete a pasear a Lola que la pobre tendrá ganas de salir un poco.
A lo que este respondió…
-Dame va,-sonriendo- que anda que si hablara Lola o estuviera papá, te dirían lo mismo que yo. -Elisabeth se rio y Tom saco a la pequeña a pasear-.
Robert era un hombre tranquilo, valiente, fuerte y bien parecido, de cabello oscuro casi negro, ojos verdes y mirada penetrante. Era el segundo de cuatro hermanos y la vida lo había hecho un tipo duro. De familia humilde, había tenido una infancia difícil. Ya con 38 años a sus espaldas, vivió el horror de la guerra y combatió defendiendo a su país durante los años más duros como aviador de la RAF Inglesa y licenciándose del ejército con honores, ya que se enfrentó y derribó el solo un escuadrón Alemán cuando habían abatido a sus compañeros. En su juventud no fue buen estudiante y le hubiera gustado ser mecánico de coches, pero las necesidades económicas de su familia se lo impidieron y tuvo que trabajar junto a su padre en unos astilleros junto al Támesis, para conseguir unas pocas libras y sacar a los suyos adelante. Lo que él no sabía, que un día yendo a su lugar de trabajo conocería a la que sería su esposa unos años después, pero esa, era otra historia.

Una vez paseada su perra, Tom, se marchó hacia la escuela corriendo y masticando los últimos bocados del desayuno, ante la atenta mirada de su madre sonriente y Lola, que observaban como se marchaba desde el frontal de su casa.
-Adiós mamá te quiero, adiós Lola.-se oyó decir a lo lejos-
Elisabeth miró el cielo y el tiempo que hacia y por un momento pensó cuanta razón tenia su pequeño y si no fuera por que tenia que dar clase en una hora, daría buena cuenta de ese sillón y esa buena manta. Miró a Lola y por un segundo pareció que se sonrieran las dos. Acto seguido, se metieron en casa.
Lola era la perrita de la familia, que encontraron cuando apenas tenia semanas de vida durante los bombardeos que asediaron la ciudad en la segunda guerra mundial y su historia es un tanto curiosa.

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II

Allá por 1940 durante en uno de los tantos ataques que sufrió Londres, toda la familia acudió a la señal de alarma a los refugios que aguardaban en la ciudad. Eran momentos de pánico absoluto, ya que los bombardeos de la Luftwaffe (aviación alemana) eran feroces y causaron muchísimas muertes en la población civil. Y ese día en especial, fue de los más duros.
Como anteriores veces toda la familia permanecía junta, pero aquel día, entrando en el refugio, Robert, que por aquel entonces tenia una baja forzosa por un accidente que sufrió en uno de sus vuelos, advirtió a lo lejos lo que él pensaba el llanto de un bebe, Elisabeth, también lo escuchó. Se miraron fijamente durante unos segundos... y ella comprendió. Robert no iba a permitir que aquello pudiese pasar. Con lágrimas en los ojos y voz temblorosa y entrecortada pronunció su nombre.
-¡Robert!
-¡Robert! volvió a exclamar Elisabeth.
El la abrazó fuertemente y puso su cara contra su pecho, con suavidad acarició su mejilla y le dijo:

  • No temas amor, cuida de Tom, te necesita, no pasará nada, todo va ir bien.
    A lo que Elisabeth respondió…
  • Por favor… ¡Ve con cuidado!
    Robert la miró con delicadeza y la besó en los labios, salió rápido para cruzar la calle, dirigiéndose al edificio medio derruido del que había intuido los sollozos, perdiéndose entre el humo y las cenizas de los incendios que traía el viento. Mientras, el encargado del refugio apresuro a Elisabeth a entrar. Eran momentos delicados, ella puso a Tom en su pecho y bajó con rapidez las escaleras del subterráneo dirigiéndose a la entrada del refugio y por fin, lograr entrar y ponerse a salvo de tan increíble realidad.
    Había poca luz, tan solo cuatro o cinco bombillas que se encendían al hacer girar una bobina que las cargaba de electricidad. El ambiente era húmedo, casi no se podía respirar, el calor era agobiante dado que había más gente de la que podía albergar. Había heridos cada pocos metros y algún muerto. El olor de la sangre se mezclaba en el aire viciado por la poca ventilación que tenía, niños lloraban y adultos en silencio sepulcral, se miraban unos a otros sin saber que decir o hacer, tan solo unos pocos parecían lograr permanecer en calma ante aquel drama e intentaban ayudar en lo que podían... Era una escena terrible, una de las partes mas duras y tristes a las que jamás debería de haber llegado la raza humana. El miedo sobrevolaba aquella sala y casi se podía palpar con la yema de los dedos, la incertidumbre del no saber, los latigazos de las bombas arreciando por todos lados, el temblor de la tierra... si, el miedo se podía ver en la cara de todos los que estaban allí.
    Los Tolson estaban ahí, junto con su hijo Edgar agonizando por el desgarro de una pierna, la cuál más tarde amputarían. Elisabeth no se lo podía creer, los Tolson, vecinos de toda la vida y el pobre Edgar amigo de Tom al que tantas tardes le había hecho un bizcocho con mantequilla para merendar, allí postrado, con un suspiro de vida con tan solo cuatro años. Era demoledor.
    En ese momento Elisabeth, empezó a pensar en sus familiares, su hermana Mery y sus dos dulces hijas, sus sobrinas ¿dónde estarían ahora? su madre tan mayor y sola ya que su marido y padre de Elisabeth murió en la guerra... ¿seguiría viva? De repente se invadió de nerviosismo, le vino a la cabeza la escuela, los niños y todas sus familias, se hizo cientos de preguntas...
    -¡Oh señor! Robert... -y en ese preciso instante se oyó gritar al encargado del refugio-
    -Ya no se puede esperar a nadie más, ¡tenemos que cerrar las puertas!
    -Nooooooo... gritó Elisabeth -a lo que se oyó el cierre de las puertas, un sonido fuerte y seco-.

III

Casi había anochecido, la electricidad no funcionaba debido a un corte en el suministro de la central y apenas se podía ver de no ser por los incendios ocasionados por las bombas. La lluvia hacia casi imposible moverse por todo ese barrizal de maltrechos caminos, las calles estaban desiertas y no se veía ningún alma.
Robert contemplaba incrédulo desde un repecho, del que él se pensaba a salvo, lo que un día fue una gran ciudad, la devastación y el horror que estaban causando los alemanes a las órdenes del Führer por sus ansias de conquista. No daba crédito.
-¡Hola! - Gritó Robert-.
-¿Alguien puede oírme? -Mientras seguía escuchando aquel sollozo, aunque ahora con un poco más de intensidad-.
Había logrado cruzar la calle sin ningún percance y desde donde estaba, observaba la entrada del subterráneo donde se encontraba el refugio. Se sentía con fuerzas al saber que su mujer y su hijo estaban a salvo, aunque en un momento de debilidad pensó en que seria de sus hermanos y sus familias, ya que sus padres ya estaban fallecidos.
-No... -Espetó.- No es momento de preocuparme de ellos, tengo que encontrar al bebe.

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Salió

del escondite que había encontrado y se dirigió hacia lo que quedaba de entrada de aquel edificio. Estaba maltrecho pero seguía en pie, cogió un encendedor que tenia que le regalo su padre cuando era mas joven, aunque el ya no fumaba, lo llevaba siempre con el a todas partes, ya que era el único recuerdo que tenia de el y poseía un gran valor sentimental y aparte de toda esa nostalgia, en ese momento le vino de maravilla para poder moverse por esos oscuros pasillos. Quizá fuera su padre una vez más, al que tanto quiso Robert, echándole una mano desde el más allá sabiendo que un día le haría falta, para algo más que encender esos cigarros de tabaco de liar que tanto le gustaban en su juventud y de los que tanto renegaba Robert padre, porque para el eso no era fumar, para fumar se tenia que hacer en pipa y lo demás eran tonterías de los jóvenes que no sabían lo que decían.
-Viejo gruñón... -pensó, mientras se adentraba en aquel edificio-.
Por unos momentos perdió el hilo del sollozo pero lo volvió a recuperar a medida que subía las escaleras que le llevaban al primer piso.
-Menos mal que he rellenado el encendedor esta mañana...-se dijo.
-Papá, siempre te querré... –pensó-
Tenía que apagar de vez en cuando el mechero porque se calentaba mucho y no lo podía sostener. En cuanto subió, se dio cuenta que en la primera planta estaba parcialmente derrumbado el suelo y que era en la dirección que debía tomar de dónde venia el llanto del niño. Era bastante peligroso pero llegado a ese punto sabia que no se iba a tirar atrás, no lo podía permitir.
-¡Lo voy a conseguir vamos! -Mientras caía algún cascote del suelo a la planta baja-.

Se pegó a la pared de la que parecía más segura a simple vista y avanzó despacio sin pausa, respirando hondo, era una situación difícil pero Robert era un hombre valiente y consiguió avanzar hasta dónde parecía un suelo más seguro y reforzado. Estaba a unos diez metros de esa habitación y cada metro que se acercaba se hacia mas intenso. La puerta estaba desencajada y tuvo que forzarla a empujones. Una, dos, hasta tres veces tuvo que golpearla para liberarla cuando por fin...
No quedaba casi nada de la pared de enfrente de la puerta, era como si hubiese volado.
-Que extraño... -se dijo-
Tanto esfuerzo y al otro lado el vacío. Se intuían las formas de varios objetos por la luz que desprendían los incendios de alrededor y penetraban por ese hueco tan gigantesco. Se apreciaba lo que era una cama, una pequeña mesita y unas sillas destartaladas y lo que quedaba de un armario en trozos por los suelos, pero ya no escuchaba nada.
-¡¡¡Hola!!! ¿Dónde estás? –preguntó... Seguía sin escuchar nada-.
Al empujar la puerta tuvo que apagar el encendedor así que algo nervioso y triste pensando lo peor, que había llegado tarde, fue la primera vez que sintió pánico y le pudo la situación. Comenzaron a sudarle las manos, el corazón se le aceleró, sacó el mechero del bolsillo y se dispuso a girar la ruedecilla con la yema de los dedos como tantas otras veces había hecho para encenderlo, pero esta vez el sudor le impedía hacer chispa. La giró una y otra vez hasta que de repente... Se escuchó un terrible estruendo seguido de una luz cegadora y Robert cayo fulminado al suelo.

IV

En ese mismo momento, dentro del refugio comenzó a sentirse el martilleo constante de las bombas que por un rato habían cesado y esta vez lo hicieron con muchísima más intensidad de lo que a lo largo de la noche lo habían hecho, llenando de más angustia y nerviosismo a todos los que ahí estaban, haciendo pasar escenas de verdadero horror. El cansancio era evidente en los rostros de la gente, llevaban varias horas encerrados y el olor era cada vez más insoportable.
-Mamá ¿dónde está papá? ¡Tengo mucho miedo! –Preguntó Tom entre llantos-
Elisabeth lo miro y sin decirle nada, abrazó fuerte a su hijo… pero con calma, lo puso en su regazo y empezó a cantarle una vieja nana que su madre le cantaba a ella en su infancia para relajarlo, mientras acariciaba el pelo del niño. No iba a permitir que le sucediera nada, tal y como le había prometido a su marido… sin darse cuenta, se vio inmersa en el recuerdo de tiempos mejores, evadiéndose de la realidad que la rodeaba, recordando el momento de cuando vio, a en aquel entonces el que iba a ser su marido, un joven Robert lleno de vitalidad y ganas de vivir. No lo podría olvidar jamás.

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V

Hacía ya más de diez años, Elisabeth tuvo un problema en la boca, una caries que no la dejaba vivir, ante lo que su padre, el señor Brown, le pidió a uno de sus colegas que le recomendase un buen dentista para su pequeña. En aquel entonces los dentistas de la época no tenían muy buena reputación, así que no era de extrañar, que no tuviera muchas ganas de acudir a su cita con aquel matasanos. No se lo pensó dos veces, en un acto de rebeldía, antes de salir hacia la cita con el dentista, le dijo a su padre sentirse indispuesta, se encerró en el baño de la primera planta y por una pequeña ventana logro escapar, no sin rasgarse un poco el vestido que llevaba a la altura de la falda, cruzó una pequeña zona ajardinada, saltó una pequeña valla y por fin consiguió salir de la vivienda de los Brown. Con una gran sonrisa y sin saber bien donde dirigirse, comenzó a andar sin dirección. La idea de un señor hurgándola en la boca no le hacia ninguna gracia, es más, había tenido hasta alguna pesadilla, así que no podía sentirse más liberada.
Algo cansada y con un poco de dolor en su maltrecho tobillo, decidió sentarse en un banquito que vio a la sombra de un árbol majestuoso, se sentó y se dispuso a recuperar el aliento cuando en ese preciso momento un chico cruzaba la calle corriendo y era embestido por un coche mandándolo a unos pocos metros de donde estaba sentada Elisabeth, dejándolo tendido en el suelo. La verdad por suerte, más aparatoso que dañino, aunque eso si, bastante doloroso. Ella se levanto rápidamente para poder ayudarlo, se acercó y trato de darle aire con las manos.
-¿Se encuentra bien joven?-preguntó algo nerviosa-
Robert, se giró, la miró y creyó ver un ángel hablando con el…
-Si, si no se preocupe.-respondió desconcertado-
Al mismo tiempo, la miraba extrañado sin saber muy bien lo que había ocurrido -por el golpe recibido- y aun se encontraba algo mareado por lo sucedido. Avergonzado pero lleno de orgullo, cargo de una gran bocanada de oxigeno los pulmones y trato de levantarse como si no hubiera pasado nada en plan macho dominante, Elisabeth se retiró un poco y una vez en pie, exclamo ante la atenta mirada de ella y el resto de la gente que había acudido en su ayuda.
-Gracias a todos, gracias… no pasa nada…
Miro fijamente a Elisabeth la sonrió y acto seguido se tambaleó unos segundos cayendo a tierra por segunda vez.

De nuevo, esta acudió en su rescate a la vez que desde la distancia oía pronunciar su nombre alarmantemente y con un timbre de voz sobradamente conocido. Por supuesto, era el señor Brown desde su coche, que andaba largo tiempo buscándola y por fin había dado con ella.
-¡Elisabeth, por dios! ¿estas bien?-preocupadísimo al ver el desgarro en el vestido de su hija, al chico tendido en el suelo y algunos restos de sangre de un corte que Robert se había producido en el accidente –
-Tranquilo padre, estoy bien.-bastante alterada- No soy yo, a mi no me pasa nada pero a este joven le acaban de atropellar y debemos de llevarlo al hospital. Tiene que ayudarle padre, ¡dese prisa por favor!
Entre la emoción de haberla encontrado, la situación en la que estaba y el alarmismo con el que le apremiaba su hija a ayudar a aquel muchacho, el señor Brown se vio desbordado, así que por un momento olvidó que estaba enfadado con ella y todo lo que le iba a decir cuando la viera, aparte del castigo que le iba a imponer. Al ser medico, actuó rápido. Tapono el corte que tenía Robert en el brazo, inmovilizo la cabeza como pudo para que no tuviese mas lesiones de las que ya tenía y con ayuda del señor que lo había atropellado –que estaba bastante asustado- un fornido caballero con cariacontecida expresión, lo metieron en la parte de atrás del vehículo del señor Brown y una vez montados en el coche padre, hija y un Robert desvalido, marcharon con rapidez en dirección al hospital.
De camino al hospital, Robert pareció recobrar el conocimiento y aun mareado se quedo mirando fijamente con una ligera sonrisa a su acompañante Elisabeth, que se había quedado con el en la parte de atrás por si necesitaba de su ayuda. Se le veía feliz y susurro…
-Mi ángel de la guarda…-Elisabeth le entendió perfectamente, se sonrojo y sonrió- es preciosa,-continuo- jamás he visto mujer tan bella. Su sonrisa iluminaría de luz la oscuridad del mundo – a lo que esta, dibujo una sonrisa mas abierta seguida de una corta carcajada y Robert perdió la consciencia de nuevo-
Se habían enamorado perdidamente el uno del otro, fue un flechazo, lo que cualquier persona desea. Fue el comienzo de su historia de amor y el resto ya es historia hasta el día de hoy.

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VI

Hacia calor y tenia la boca pastosa del polvo que había levantado la explosión, se sentía como si un camión hubiese pasado por encima de él y le hubiera roto todos los huesos del cuerpo. Aun con los ojos cerrados, notaba como si le lamiesen por toda la cara. Estaba totalmente desorientado. Volvió a escuchar el sollozo que le condujo hasta allí y recobro el sentido de inmediato.
-¡El niño! No ha muerto.-pensó--
Con asombro abrió los ojos, el brillo del sol deslumbraba su cansada vista debido a la mala noche que pasó, se recostó sobre sus codos y su sorpresa fue mayúscula cuando vio a su acompañante. Ya entendía porque tenía la cara mojada.
-Vaya, ¿ y tu quien eres…?
Sin raza ni pedigrí, a escasos treinta centímetros tenia una nueva amiguita mirándole fijamente a la cara y dándole algún que otro lametón. Era una cachorrita que apenas tendría un mes de vida. Robert comenzó a reír, la puso en su barriga y jugaron por unos minutos.

Estaba lleno de polvo y cemento y aunque estaba muy bien con su nueva amiga por un segundo le recorrió un escalofrió por todo el cuerpo pensando en su mujer y su hijo. Se levanto, se sacudió y casi no le dio tiempo ni de ver como había quedado todo a su alrededor. Estaba totalmente derruido, cuanto apenas quedaba algo en pie del edificio. Entonces vio el motivo por el cual lloraba tanto la perrita. Medio enterrada por los escombros, salían las patas de atrás y la cola de lo que quedaba de la madre de esta y el collar con la placa y el nombre que ponía… ¡LOLA! Serian Españoles pensó. Recogió la placa del suelo, a su nueva amiga y a pesar del dolor que sentía, se marcho lo más rápido posible en busca de su familia.
No sabía el tiempo que había pasado en lo que quedaba de la habitación, era de día y no sonaban las bombas desde que se había despertado, así que se dirigió hacia el refugio por si seguían allí.
-¿estarán vivos?-se preguntaba- por dios que así sea por favor…

VII

Sonó la alarma de que había pasado todo, Elisabeth despertó de su sueño, tenia a Tom en su regazo dormido aun, abrieron las puertas y entró una leve luz del exterior que hacia vislumbrar la necesidad de los habitantes por un día, de aquel refugio y con la luz entró el aire, purificando y reciclando cada rincón de aquella sala. La alegría de muchos se enturbiaba por la tristeza de unos cuantos que habían perdido a sus seres queridos. Empezaron a desfilar como podían, con un ligero murmullo en la fila de alivio, dejando tras de si los rastros y marcas del dolor, fueron saliendo uno tras otro.
Elisabeth se unió a la fila de salida con Tom en sus brazos junto a los Tolson, que habían conseguido hacer un torniquete en la pierna de su hijo y hacer que no fuese a más, iban lentos debido a la cantidad de gente que había y los heridos que quedaban, pero por fin las bombas habían parado y parecía que todo había terminado.
Tom se despertó y pregunto por su padre, Elisabeth lo bajo de los brazos y le cogió de la mano mientras continuaban avanzando. La verdad, es que no sabia que contestarle, estaba desconcertada por la mezcla de sentimientos que pasaban por su corazón y por su cabeza y solo quería, más bien, necesitaba con toda su alma, que su marido, que Robert, estuviera bien.
A la vez que iba llegando a la salida, iba sintiéndose mejor. Notaba como le acariciaba el aire por la cara, sentía el oxigeno fresco entrando en sus pulmones sintiéndose viva y a pesar de llevar varias horas sin alimento ni agua, saco fuerzas de donde no las tenia y cogió nuevamente a su hijo en brazos, lo alzo junto a ella para que este notase también el aire y respirara mejor y dejándose llevar por la euforia del momento le dijo a su hijo…
-Tom, ¿sabes que te quiero muchísimo?-sonriéndole-
-Papa y yo somos muy felices de tenerte y eres lo más importante de nuestra vida y te queremos mucho.-el niño se puso contento y abrazó fuerte a su madre-
La cola iba avanzando y a medida que se acercaban a la salida, la intensidad de la luz era mayor como también lo eran las ganas de salir del refugio. Los últimos metros se hicieron eternos. Por fin, cruzando el umbral de la puerta, se divisaba en lo alto de las escaleras un brillo especial, era la luz del sol y un cielo azul claro precioso. Era ya por fin la salida del subterráneo y parecía que el día intentaba ayudar a los pobres ciudadanos. Un inmenso entusiasmo recorrió el cuerpo de Elisabeth, como si un brote de esperanza creciese dentro de ella.

VIII

Lola no paraba de mordisquear un botón de la chaqueta, que estaba apunto de soltarse. Ya desde la puerta de lo que quedaba de edificio, se veía a decenas de personas saliendo del refugio y por las calles algo desorientados, otros tantos dirigiéndose como podían a lo que fueran sus casas o lo que quedasen de estas y otros se dirigían en busca de sus seres queridos…
Hacía un buen día para variar y desde el punto donde se encontraba Robert, se podían apreciar los destrozos que habían producido los ataques alemanes. El paisaje era desolador. Echo un vistazo a lo lejos por si veía a su familia, pero no vio nada y se dirigió lo mas rápido posible hacia ese chorro de gente que no paraba de salir. Cruzó la calle renqueante, cojeando, tratando de abrirse paso entre todas las personas y sin perder de vista la salida, cuando ya a pocos metros, pudo verlos saliendo.
-Dios mio, gracias –pensó, mientras le caían unas lágrimas por el rostro-
-¡Elisabeth, Elisabeth aquí! –gritó con toda el alma mientras agitaba el brazo que tenía libre-
Elisabeth se giró en la dirección de donde venían los gritos y reconoció la voz de su marido, mientras Tom en su regazo, empezó a gritar…
-Mamá es papá… míralo esta ahí. – Con una cara de felicidad absoluta-
Elisabeth lo vio y recorrió esos pocos metros como si un rayo la poseyese para fundirse todos juntos en un fortísimo abrazo que se prolongo durante varios minutos. La emoción era total y no se podía contener. Habían sido largas horas en vela sin saber el uno del otro y muchos sentimientos mezclados entre si y contenidos. Ella no aguanto más y se derrumbo a los pies de su marido echa un mar de lágrimas, este se arrodillo junto a ella y la empezó a besar mientras secaba sus mejillas.
-Tranquila, ya ha pasado todo. No tendremos que separarnos nunca mas, te lo prometo.

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-Amor, pensé que te había perdido, no podía…-Robert le puso un dedo en los labios y mostró a la pequeña perrita, que ante tanta expectación, se había quedado en un segundo plano.
-Se llama Lola –dijo sonriendo-
Como no, no iba a ser menos y esta emitió un pequeño ladrido de presentación.
-Papá ¿nos la podemos quedar?- dijo Tom, totalmente despreocupado, habiendo olvidado por completo todo lo acontecido y como si no hubiese pasado nada-
-Habrá que preguntarle a mamá pero creo que no dirá que no… Además, esta buscando papás y –mirando a su mujer- no he podido resistirme en traerla con nosotros –la miró con todo el amor del mundo y se echo a reír-.
Elisabeth no se lo podía creer, los lloros que habían escuchado la noche anterior, no eran de un bebe, ¡eran de un cachorro! Salió de su asombro y comenzó a reír sentada en el suelo junto su marido y su hijo que ya estaba jugando con su nueva hermana.
-Claro que si –contestó mirando a su hijo- y vamos a tener que cuidarla muy bien, porque ¡como a dicho este!, –mirando a Robert-, vamos a ser sus nuevos papás.
Tom se puso contentísimo y Lola empezó a ladrar de la emoción.
-En cuanto a ti,-totalmente tierna- la próxima vez que hagas algo así o parecido, si no te matan las bombas o lo que sea, lo hare yo, ¿has entendido?-y ya algo mas serena continuando lo que había cortado antes- Pensé que te había perdido amor, no sé que habría hecho sin ti –a lo que Robert respondió-
Te amo y siento haberte dejado. Yo tampoco sabría que hacer sin ti.
Se fundieron en un nuevo abrazo, mientras Tom y Lola correteaban a su alrededor. Por unos minutos, toda la familia se mantuvo ajena a todo lo que les rodeaba y al horror de la guerra. Y si, por esos minutos, la sonrisa que Elisabeth mantenía mientras abrazaba a Robert, era capaz de iluminar de luz, toda la oscuridad del mundo.

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