—Iglesia—

Este es el cuadro más representativo y texturizado de la serie. Un paisaje ajeno, que podría estar en cualquier pueblito o afueras de una ciudad. Sin mayor contexto que el graffiti que se ve en los muros de las ruinas de dicha iglesia, a pesar de que también podría ser un graffiti internacional. Este blanco y negro antiguo siempre me transporta a canciones de The Lumineers o de The 1975. Y siempre pienso lo tarde que puedo estar para aquellos momentos importantes de mi vida, cómo las ruinas son lo que van quedando de cada paso que doy sin alcanzar la estabilidad emocional que alguna vez me llegué a tatuar.

—Costanera—

Recuerdo que una vez me dijeron que el Río Güaire de Caracas estaba mal aprovechado porque pudo haber sido un gran espacio verde de recreación pero está todo encausado y amurallado con cemento. Confieso que en ese momento no pude imaginar cómo un río que atraviesa una gran ciudad, urbe capital, puede contener áreas verdes para la recreación y optimizar el espacio. Esta costanera de Córdoba, y también la de Buenos Aires, me dieron otra perspectiva de cómo se puede construir sobre los ríos.

—Enredos—

Un árbol, una chica, un fugaz amor de la transición verano y otoño, mi primera transición de vidas emocionales, retratada a lo lejos, ajenamente sin saber que este sería el quiebre.

—Sin mirada...—

A veces la mirada no debe ser directa a la cámara para entrar en su alma, una reflexión de lado, un pensamiento que lo haga introspectivo y una serenidad que no reconoce que está siendo captada puede ser suficiente.
Una luna de fondo, en la esquinita, como testigo de la hora azul que caía.