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Jhon era un hombre joven el cual vivía su vida llena de vicios y excesos, nunca se había preocupado por absolutamente nada que no fuera divertirse, sin embargo, los años no pasan en vano y con la edad se acumulan las responsabilidades.

Una tarde, cuando a penas estaba despertando, recibió una llamada que le hizo borrar la despreocupada sonrisa de su rostro; era del banco, le pedían abonar cuotas de su hipoteca o le quitarían su casa.

Jhon no tenía a quien más pedirle dinero prestado, ya nadie confiaba en él. A sus padres casi los había llevado a la quiebra y ni hablar de sus amigos.

Al llegar la noche, decidió ir a una fiesta para olvidarse de la inoportuna conversación. Se preparó como de costumbre para otra de sus alocadas noches, tomo sus llaves y se dirigió a su vehículo.

―Hoy está bastante oscura la noche ―Se dijo a sí mismo al salir de la casa.

Una noche fría y sin luna lo acompañarían hasta el lugar de la diversión, Jhon manejaba con mucha precaución, pero no borraba de su mente el hecho de tenía que pagar al banco el fruto de su irresponsabilidad.

De repente, algo llamó su atención. A un lado de la carretera, al fondo de una pendiente, visualizó dos luces parpadeando. ―Creo que es un carro abandonado ―pensó―. Quizás pueda encontrar algo de valor.

Detuvo su vehículo a un lado de la vía y bajó con mucho cuidado, al llegar se encontró con una escena que hizo que sintiera un vacío en su pecho.

Una mujer de treinta y tantos años se encontraba muerta en el vehículo.

Estaba a punto de llamar una ambulancia, cuando se percató que en uno de sus dedos se encontraba el anillo más grande que había visto, con la piedra preciosa más grande que había visto. ― ¿Será un diamante? ―Se preguntó.

Sabía que vendiendo ese anillo ganaría una buena cantidad de dinero, así que guardó nuevamente su teléfono y trato de quitárselo.

Pero el anillo, por más que halaba, no salía. Jhon comenzaba a desesperarse. Pero recordó que en su auto tenía unas tenazas, era una idea macabra, aunque justo lo necesario para librarse de sus problemas.

Corrió hasta el vehículo, tomó la tenaza y regresó junto a aquel cuerpo frío. Agarrando la mano de la mujer y, luego de una bocanada de noche, cortándole el dedo.

La vida de jhon volvió a estar en orden. Nunca le contó a nadie sobre aquella noche que había cambiado su vida.

No se arrepentía de lo que había hecho, pero esto algunas veces le atormentaba en sus sueños.

Al pasar del tiempo, ya no tan joven, Jhon consiguió un trabajo a las afueras de la ciudad. Todas las noches debía manejar hasta una fábrica donde era celador.

Se preparó para ir a su trabajo, pero al salir de casa algo le hizo sentirse un poco nervioso. Una noche muy oscura y fría le hacían transportarse hacia aquel día. ―No pasa nada ―pensó.

Subió a su carro y agarró camino. Dejaba atrás la ciudad y una espesa niebla le hacía manejar con precaución. Tenía miedo, por alguna extraña razón, no podía dejar de pensar aquella mujer.

Su auto comenzó a detenerse, no le faltaba combustible, pero lentamente el indicador de velocidad disminuía.

Aprovechando las últimas fuerzas de la camioneta pudo estacionarse y bajar, mirando a su alrededor que no había ninguna casa o estación donde pedir ayuda. Su teléfono sin servicio le hizo pensar que lo mejor era caminar. Esta era una carretera poco transitada, pasarían horas hasta que pudiera ver otro vehículo.

Jhon comenzó a caminar rápido, entre la niebla se sentía observado. Caminaba sin mirar atrás con las manos en sus bolsillos.

Tenía mucho miedo. Escuchó pisadas venir desde atrás a gran velocidad, como si alguien le estuviera persiguiendo. Jhon comenzó a correr como si de ello dependiera su vida.

Mientras corría despavorido, divisó unas luces a la distancia, ―tiene que ser una casa―pensó.

Al acercarse se sintió un poco más tranquilo, era una cabaña algo vieja, pero se podía notar claramente que alguien vivía allí.

Tocó la puerta desesperadamente.

―Ya voy, ya voy —Respondieron.

Una anciana abrió la puerta, — ¿En que puedo ayudarle a esta hora, joven? —exclamó.

—Disculpe la molestia, mi carro se averió y quería saber si no tiene un teléfono o algo que pueda usar para pedir ayuda.

—Quisiera ayudarle, pero no tengo teléfono.

Jhon se sintió mal, no quería regresar a la carretera, sentía que “algo” lo esperaba en la oscuridad.

—Si quiere puede esperar a que amanezca, mi hijo todos los días llega al alba—añadió la anciana.

—Muchas gracias, claro que si —agradeció Jhon, con cara de alivio.

Al entrar a la casa se podía notar que ésta mujer no recibía muchas visitas. Había mucho polvo y la iluminación no ayudaba.

—Siéntate, hijo, te traeré un poco de café —Con una sonrisa amable, la señora se ofreció.

—No se molest... —No había terminado la oración cuando la anciana ya no estaba.

Miraba a su alrededor, aun se sentía intrigado, no sabía por qué tenía tanto miedo, era como si algo estuviera bien.

—Aquí tienes —escuchó de repente a su lado.

Jhon saltó de la silla —Disculpé no la oí venir.

—No te preocupes por eso —Dijo aquella mujer.

—Si no es mucha molestia, ¿Me podría decir qué hora es? —preguntó Jhon, deseaba que amaneciera de una vez.

—Son las 12:00am —Le contestó ella— ¿Cómo me dijiste que te llamabas?

—Disculpe la falta de educación, me llamo Jhon.

La mujer sonrió, y luego tomó un sorbo de su café.

El corazón de Jhon se detuvo al ver que, justo en la misma mano y a la misma altura que él recordaba, a aquella anciana le faltaba un dedo. —Debe ser una pesadilla —pensó. Jhon quería irse, pero no sabía dónde se sentía más inseguro.

— ¿Te sientes bien? —añadió la anciana —Estas algo pálido.

Jhon tenía miedo, pero necesitaba saber qué le había pasado, para calmar sus temores.

—Disculpe, pero ¿Cómo perdió usted ese dedo?

La mujer sonrío nuevamente.

—Verás, este dedo me lo cortaron.

Jhon sintió presión en su pecho, sin embargo, con voz quebrada y temblorosa se atrevió a preguntar.

— ¿Quién se lo cortó?

Ahora la sonrisa de la mujer se había vuelto macabra.

—Este dedo, este dedo… ¡Me lo cortaste TÚ!— gritó; mientras sus uñas comenzaban a crecer, sus dientes se tornaban afilados y sus ojos cambiaban a un color rojizo.

Jhon gritó y trató de correr, pero ya era tarde.

Nunca nadie más supo de él, sus excesos le habían llevado a ese terrible final.

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Esperamos que les haya gustado nuestra historia y les agradecemos el haberse tomado un momento para leerla. Nos encantará saber qué piensan sobre ella, así que si desean comentar, estaremos respondiéndoles en cuanto nos sea posible.

Desde este lado del mundo, se despide con cariño @cafeconleche.