El Anillo[Relato versioneado]

Muy buenas y saludos a la comunidad. Este relato, nace como una idea de versionear aquellos relatos que lea de otr@s que me agraden y enciendan la mecha en mí de hacerles una versión/homenaje/colaboración. En esta primera entrega(espero que haya más) parto de un relato de las chicas de @cafeconleche que pueden leer en su página:

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Y esta es mi particular versión, espero que les agrade, un saludo.

"Un buen relato empieza con un buen título.“(Guy de Maupassant)

Hola, me llamo Juan Antonio, pero los amigos me llaman Johnny, por mis andares pendencieros. Creo que he muerto.

Dicen que la vida pasa en una sucesión rápida ante los ojos, no es totalmente cierto, yo ahora vivo reflejado en los espejos de lo que fue la misma, mi historia como la de tantos otros es sencilla y compleja a la vez, a fuerza de oirlas estas historias no se dejan de repetir, siempre te crees especial, como un único y solitario copo de nieve, como una perfecta copa de cristal de Bohemia.

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Mis padres, nunca se llevaron bien, supongo que tampoco fui lo que se dice un hijo concebido en el amor de una familia, mi padre trabajaba en una gasolinera, a la cual, mi madre fue una noche de fiesta con sus amigas, la cosa se complicó y aquí es donde yo entro la historia. No, no tengo abuelos prodigiosos ni una madre coraje, mi padre, en el fondo tampoco era tan malo, dejó su trabajo cómodo en la gasolinera y se dedicó al transporte de mercancías de larga distancia, era como los marineros, acaso lo veía cada mes o veinte días, notaba su olor acre a distancia y tabaco cuando me despeinaba en una caricia tosca.

Mi madre, bebía, no puedo echarle nada en cara. Mis padres fallecieron cuando cumplí los catorce años, fue un accidente de coche, yo salvé milagrosamente la vida , me quedó una fea cicatriz en la cara, el Estado se hizo cargo de mi. En el internado, era más pequeño que el resto de los chicos , pero podía oler su miedo, disfrutaba con ello, no creas, llegué a rajar la boca de uno de ellos de un extremo a otro de la cara, solo por darme el gusto de ver si se parecía al jocker de la película de Nolan, en una de las escasas salidas que los tutores nos permitían del centro.

Empecé a trabajar, bien pronto, malvivía, conocí a una chica, compramos una casa, tuvimos un hijo, tan poco deseado como yo lo fui en su día, me dejó, llevándoselo, nunca volví a saber de él, lo llamaba Johnny como a su padre, bueno realmente le decíamos junior, nunca jugué mucho con él, me sentía culpable, solo a ratos, no puedo decir que me diese a la bebida, desde que tengo uso de razón la bebida forma parte de mi dieta, de mi dosis de energía y poder resistir desde las primeras luces del día(aquellos más lúcidos), o esos despertares de medio día en mi casa sin cortinas. Sin ellos, la sensación, se acentúa, es como una naranja mal pelada, apenas un camastro, una sucia hornilla, un televisor desvencijado.

Las deudas me acuciaban, me di al juego, a veces me salvaba el mes, a veces solo el día, acepté pequeños encargos, a veces daba palizas sin saber muy bien el como ni el porqué, solo sé que gracias a ello, comía. Trapicheaba con drogas, tenía contactos en México, conocía bien como pasar la frontera.

Pero con los años, los gustos cambiaron, las drogas sintéticas no necesitaban intermediarios silenciosos, se fueron espaciando los encargos, mis fuerzas, mermadas tras años de mala alimentación y vida nocturna, se disiparon, era un triste remiendo de Iggy Pop, pero con los ojos más tristes que hayas visto nunca. Me seguían llamando Johnny, había gente que aun me quería.

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Tenía un encargo delicado, unos viejos que no salían de casa, era sencillo, entrar, igual ni se despertaban, el dinero me había dicho el contacto que lo guardaban en un bote viejo de cacao allá en una estantería de la alacena. Se suponía que era coser y cantar, pero la tarde empezó mal, ellos, los ancianos vivían no muy lejos de donde estaba mi casa, pero era mala carretera, la conocía de alguna vez que había ido a los montes a contemplar una lluvia de estrellas y compartir cigarrillos y cerveza, contemplando lo único que me daba paz, el Universo. Era un recorrido de cuestas y curvas, el coche empezó a buchear, conseguí remontarlo al menos hasta una explanada, donde hice un somero repaso, mis conocimientos de mecánica no daban para más, al igual que mi auto, ávido de aceite, liquidos de transmisiones, refrigerador y probablemente con congestión hasta en las bujías. Me lié un cigarrillo, envié un mensaje a mi contacto, la cosa iba para largo, me dispuse a esperar, en la radio sonaban viejos himnos de los sesenta, empezaba a hacer frío.

Me interné un poco en el la boscosa maleza, las ganas de orinar acuiciaban, sobre el tronco de un pino me deleité del sonar de la orina y su vapor de infusión de las puntiagudas hojas en esa larga descarga, a lo lejos, me pareció oír un ruido, un coche, no cabía duda, había un camino de tierra que cruzaba la arboleda, una parejita joven buscaba la tranquilidad de un sitio, donde amarse, esperé a que fuera noche cerrada, el móvil seguía en silencio, seguí a la espera del mensaje que me avisara de la llegada.

Fume varios cigarros, al estilo de los cazadores, con la llama hacia dentro, estaba bien abrigado, no se hizo larga la espera, en cuanto cayó la tarde, la música del coche cesó, me acerqué con cuidado, a lo lejos se divisaba el rojo del coche, junto a la puerta algunas latas de cerveza o quizás de bebida energética, el vaho empañó los cristales, era cuestión de un par de minutos, pillarlos en ese impás de acabado arreón sexual.

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Rompí el cristal con el gato de mi coche(para algo debía de servir), se escuchó el chillido entre aterrador y de sorpresa de la chica, les dije que me dieran lo que tuviesen, que no tenía porqué pasar nada, que me dieran su dinero y sus objetos de valor, y todo iba a ir bien, no iba a pasar nada, todo iba a ir bien, se vistieron apresuradamente, ella era toda una belleza, ambos muy jóvenes, no podrían superar en mucho la veintena, salieron del coche, el me miraba, callado, la situación estaba controlada, dejaron en el capó la cartera, los móviles, una cadenita de plata y una esclava, revisé de un vistazo el coche, nada de valor, vi el brillo de un anillo en su dedo, se lo pedí, me miró desafiante, la tersa espera de dos segundos de silencio, no tuve que recurrir a la violencia, se lo quitó lentamente y lo depositó en mi mano.

Me alejé dos pasos para atrás, el anillo era bonito, como de oro blanco, con unas letras marcadas, las leí en un segundo, el simple segundo antes de caer como un saco, con un velo de sangre que cubría mis ojos, notaba el sabor salado de mis sesos en la boca, fue un mal golpe, no había salida, lo supe, porque he matado muchas veces así, hasta que coges la práctica, ella chillaba,su voz se desvanecía en mitad del frío como mi vida, ¿sabes que el oído es el último sentido que se pierde al morir?. Ya nada importaba, él, retiró el anillo de mi mano, aun caliente, firmemente cerrada, el anillo con los nombres de sus padres, y una fecha grabada, con mi nombre, con el de su madre.