México
Viajar es siempre un aprendizaje, una ventana donde miramos realidades ajenas a nuestra locación habitual, una fuente inagotable de memorias dignas de atesorar, y si bien tengo pocas millas como viajera, un viaje sobresale en mi “cajón de recuerdos mortales”, mi viaje a México y la reincidencia de ese viaje, casi cuatro años después.
Mi primera experiencia como turista en ese país, devino del deseo de visitar a una gran amiga (hermana terrenal), a quien la vida depositó por un tiempo en la Ciudad de México, amiga que en ese momento se estrenó como madre de mellizos, en consecuencia, anhelaba también conocer a mis sobrinos.
Teniendo los niños apenas seis meses de nacidos, aun con ayuda de una enfermera, no le sobraba precisamente tiempo para acompañarme o guiarme como turista. Sin embargo, hizo un esfuerzo titánico para mostrarme algunos de los sitios más emblemáticos de la ciudad y algo más, esfuerzo que agradezco y siempre valorare, al igual que la oportunidad de compartir esos veintitantos días con su familia, en esa etapa memorable.
Recuerdo como me impresionó la visión de esa gigantesca ciudad desde el avión, como seguramente ocurre con muchas otras personas. Así llegué, con mi maleta y con una lista de los sitios que esperaba conocer, como buena amante de la arqueología, profesión que les prometo, tendré en otra vida, si la hay.
Las dos veces que arribé a la ciudad, lo hice en los meses de enero-febrero, detalle que resalto pues lo primero que percibí fue la diferencia climática, más aún al provenir de una ciudad tropical que registra las temperaturas más altas del país. En las noches, tenía que abrigarme hasta dentro de la casa, cosa que a mis anfitriones causaba gracia. De tarde-noche me sorprendían las ráfagas de viento frío, cuando salíamos de algún centro comercial y caminábamos por el estacionamiento.
Aunque mi amiga vivía lejos del centro histórico, fuimos varias veces, así que tuve la oportunidad de conocer el zócalo -y sus alrededores-, y hasta contemplarlo desde la terraza de Best Western Hotel Majestic, donde cenamos una vez.
Recuerdo como me impresionó la visión de esa gigantesca ciudad desde el avión, como seguramente ocurre con muchas otras personas. Así llegué, con mi maleta y con una lista de los sitios que esperaba conocer, como buena amante de la arqueología, profesión que les prometo, tendré en otra vida, si la hay.
Las dos veces que arribé a la ciudad, lo hice en los meses de enero-febrero, detalle que resalto pues lo primero que percibí fue la diferencia climática, más aún al provenir de una ciudad tropical que registra las temperaturas más altas del país. En las noches, tenía que abrigarme hasta dentro de la casa, cosa que a mis anfitriones causaba gracia. De tarde-noche me sorprendían las ráfagas de viento frío, cuando salíamos de algún centro comercial y caminábamos por el estacionamiento.
Aunque mi amiga vivía lejos del centro histórico, fuimos varias veces, así que tuve la oportunidad de conocer el zócalo -y sus alrededores-, y hasta contemplarlo desde la terraza de Best Western Hotel Majestic, donde cenamos una vez.
Del zócalo llamó mi atención como varios hombres de traje y maletín, camino a su trabajo, hacían una rigurosa parada frente a alguno de los chamanes que pernoctaban en la plaza, y a seguidas, entraban a santiguarse frente al altar de la Catedral Metropolitana. Esa mezcla, evidente también en lo espiritual, me resultó fascinante.
Por supuesto, visitamos las ruinas del Templo Mayor y el Museo de Sitio, que terminaron en una especie de bofetada cuando me enteré que parte del material de construcción de esas importantísimas ruinas arqueológicas fue usado para construir la Catedral, lo cual casi perdonas apenas entras a la imponente iglesia, aceptando que hay porqués que escapan completamente a nuestra comprensión.
Además de la altura de la Catedral, me sorprendió el enorme espacio destinado al coro, originalmente conformaban los monjes; asimismo, el tamaño del atril donde debió reposar el libro de partituras; en suma, me sentí como en un mundo abandonado por gigantes.
La casualidad -o causalidad- nos destinó a tomar un curioso tour por los techos y campanas de la Catedral, el cual les recomiendo altamente, dirigido por uno de los hombres que durante más de 20 años ejerció de campanero, en consecuencia, nuestro recorrido estuvo cargado de anécdotas y secretos del oficio.
Por supuesto, visitamos las ruinas del Templo Mayor y el Museo de Sitio, que terminaron en una especie de bofetada cuando me enteré que parte del material de construcción de esas importantísimas ruinas arqueológicas fue usado para construir la Catedral, lo cual casi perdonas apenas entras a la imponente iglesia, aceptando que hay porqués que escapan completamente a nuestra comprensión.
Además de la altura de la Catedral, me sorprendió el enorme espacio destinado al coro, originalmente conformaban los monjes; asimismo, el tamaño del atril donde debió reposar el libro de partituras; en suma, me sentí como en un mundo abandonado por gigantes.
La casualidad -o causalidad- nos destinó a tomar un curioso tour por los techos y campanas de la Catedral, el cual les recomiendo altamente, dirigido por uno de los hombres que durante más de 20 años ejerció de campanero, en consecuencia, nuestro recorrido estuvo cargado de anécdotas y secretos del oficio.
Como apasionada de la danza, no podía dejar de visitar el imponente Palacio de Bellas Artes y el espectáculo del Ballet Folklórico, que valió la pena presenciar. Igualmente, visité el mirador de la Torre Latinoamérica, el Mercado de la Ciudadela, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, la Parroquia de Santa María de Guadalupe Capuchinas, la Capilla del Cerrito, el Parque Chapultepec, con su Zoológico, su cerro y el bello Castillo donde puedes imaginar la vida durante el virreinato.
Sin dudarlo, nos apuntamos también en el recorrido vespertino del Turibus, cumplimos la rigurosa visita nocturna a la Plaza Garibaldi, con sus mariachis esperando clientes en media calle; igualmente, el paseo nocturno a pie por la Colonia La Condesa, y para cerrar la noche, la fiesta de cumpleaños donde el agasajado recibió una serenata con Mariachis desde el balcón.
Es obligatorio mencionar la visita al Museo Antropológico, que disfrute muchísimo y repetiría, aunque me dejó también un sabor amargo, al preguntarme qué sería de nuestro continente si alguna de esas civilizaciones hubiera completado su florecimiento sin la influencia de otra cultura; pero, nada se compara a lo que experimente al visitar Teotihuacán.
Probablemente le ocurre a otros, pero juro que, al contemplar esas monumentales estructuras, me sentí inexplicablemente ligada a su pasado, como si conociera ese lugar de otra vida. Fácilmente imagine lo que experimentaron los españoles al ver por primera vez Teotihuacan. Miedo, sospecho que sintieron mucho miedo, pues una civilización que construye algo así no es inferior ni menos salvaje. Así, me enamore inmediatamente de las pirámides, de su glorioso pasado, en medio del sonido que emitían los instrumentos indígenas (pitos, flautas y otros) que los vendedores ambulantes ofrecen a los turistas.
México es y será, mi primer tequila antes de subir las pirámides, con el simpático taxista, la hermosa glorieta del Ángel, el Convento de Nuestra Señora del Carmen, la Plaza de las Tres Culturas, sus fantasmas, el inusitado y perfecto concepto de la librería-café, mi primera película (El Último Samurái) en una sala VIP, la obra con Adal Ramones (Sueños de un Seductor de Woody Allen), el fascinante Convento Desierto de los Leones, y el Convento de San Agustín de Acolman, que descubrimos de casualidad, cuando regresábamos de las pirámides.
¿Cómo olvidar el tour completo de Frida y Diego Rivera, de la mano de la mejor guía del mundo?, una niña -hija de la amiga de mi amiga-, más que entusiasmada con su proyecto escolar, que incluyó visitar la casa natal de Frida en Coyoacán, la Casa Rosa y Azul, cuyo innovador diseño me sorprendió, los murales de Rivera en el Palacio de Gobierno, y el Museo del Mural, proyecto que demuestra el empeño de los mexicanos por resguardar su patrimonio, al trasladar un enorme mural de Diego Rivera, amenazado por el terremoto del 85, construyendo una edificación a la medida para albergarlo.
Obviamente, después de ese recorrido, la película Frida y su banda sonora, tendrá siempre un significado especial para mí.
¿Cómo olvidar Acapulco?, la playa, los clavadistas, la avenida costera llena de vida por la noche, la escapada a Frogs, los petroglifos. Taxco, sus calles empinadas hasta el vértigo, las mil y una forma de vender plata, la impresionante fachada de su iglesia.
Cuernavaca y aquella fiesta diurna en el jardín, donde degusté los manjares que al momento, preparaban aquellos estudiantes del último año de la licenciatura en gastronomía, entre ellos, mi primer nopal guisado y el huitlacoche.
Por esos días, me aficioné a las aguas de Jamaica, a las cajetas, a las quesadillas, a las micheladas, porque a las rancheras ya era aficionada.
México es acercarnos al volcán, ese misterioso ser que exhala el aliento de la tierra, llegar a Puebla, visitar Xochimilco con sus adorables kioscos llenos de flores y plantas, aunque confieso que no subí a las trajineras, porque estaban dragando los canales-; la Pirámide de Cholula, su pasadizo subterráneo, las bellas iglesias, dos por cuadra o más, en especial, la de Nuestra Señora de los Remedios, construida sobre la pirámide, donde sentí cerca a Dios, las ventas de Talavera, el mercado, mi primera torta (emparedado) de carnitas.
México es y será mi segunda vez en las pirámides, donde descubrí la de la Serpiente Emplumada, el Museo de Sitio y su impresionante maqueta, esa excavación techada que alberga frescos coloridos, donde ingresé sola y de la cual me corrió quizá un ser del Inframundo, esos tres simpáticos compatriotas -una chica y dos chicos-, residentes, buscando mejores oportunidades, cuyo acento reconocimos en pleno ascenso a la cúspide de la Pirámide del Sol, con quién compartimos y reímos.
También, es la fiesta del día del amor y la amistad, en aquel apartamento con balcón sobre la avenida, que imponía penalidad (llevar dos solteros) si ibas emparejado. La noche de farra en el antro de ambiente más grande que debe existir en el mundo, al que no queríamos entrar y del que después no queríamos salir, donde bailamos hasta que fue imposible alcanzar mi vuelo de vuelta a la realidad, decisión impulsiva que en nada afectó mi bolsillo, pues el combo acordó, por unanimidad, pagar la penalidad del boleto. Y si bien, cuenta la leyenda, que en la mañana me arrepentí, creo que más bien no podía creérmelo, menos mi madre que esperaba ansiosa por matarme (en sentido figurado), en Venezuela.
Como despedida, la Ciudad de México soy yo, contemplando otra vez su inmensidad desde el avión, de madrugada, sus luces infinitas, sus contrastes, sus horas pico, su adictiva mezcla, esa ciudad donde muchos compatriotas, trabajadores expatriados, formaban una familia unida por la lejanía.
Seguro olvido algo, mucho quizá, pero juro que nunca olvidaré volver para mostrarle a mis hijos las maravillas que vi, probé y experimenté, para descubrir otras incluso, para ser testigos de la especial energía que irradian los mexicanos, del amor incondicional por su país.
De más está decir, disfruté todos y cada uno de los sitios visitados, los olores, sabores, paisajes, la historia en cada piedra, pero mi mejor recuerdo, lo que más recomiendo es el gentilicio, su sencillez, su desprendimiento, esa bondad innata, que relacione tanto con la buena gente de mi país, ese admirable orgullo por sus raíces, el respeto por lo que los define como nación, esa alegría en medio de las peores desgracias.
Mi lista sigue creciendo.
Gracias a Laura, a Leo, a mis sobrinos y al hermoso país que los vio nacer; gracias a Gise, por darme una excusa, por invitarme, acogerme, por soportar mi sed de viajera; a Humphrey, a Mary, a Libia, a Antonino y sus amigos, por tantas aventuras; y, gracias también a ustedes, por leer.
Sin dudarlo, nos apuntamos también en el recorrido vespertino del Turibus, cumplimos la rigurosa visita nocturna a la Plaza Garibaldi, con sus mariachis esperando clientes en media calle; igualmente, el paseo nocturno a pie por la Colonia La Condesa, y para cerrar la noche, la fiesta de cumpleaños donde el agasajado recibió una serenata con Mariachis desde el balcón.
Es obligatorio mencionar la visita al Museo Antropológico, que disfrute muchísimo y repetiría, aunque me dejó también un sabor amargo, al preguntarme qué sería de nuestro continente si alguna de esas civilizaciones hubiera completado su florecimiento sin la influencia de otra cultura; pero, nada se compara a lo que experimente al visitar Teotihuacán.
Probablemente le ocurre a otros, pero juro que, al contemplar esas monumentales estructuras, me sentí inexplicablemente ligada a su pasado, como si conociera ese lugar de otra vida. Fácilmente imagine lo que experimentaron los españoles al ver por primera vez Teotihuacan. Miedo, sospecho que sintieron mucho miedo, pues una civilización que construye algo así no es inferior ni menos salvaje. Así, me enamore inmediatamente de las pirámides, de su glorioso pasado, en medio del sonido que emitían los instrumentos indígenas (pitos, flautas y otros) que los vendedores ambulantes ofrecen a los turistas.
México es y será, mi primer tequila antes de subir las pirámides, con el simpático taxista, la hermosa glorieta del Ángel, el Convento de Nuestra Señora del Carmen, la Plaza de las Tres Culturas, sus fantasmas, el inusitado y perfecto concepto de la librería-café, mi primera película (El Último Samurái) en una sala VIP, la obra con Adal Ramones (Sueños de un Seductor de Woody Allen), el fascinante Convento Desierto de los Leones, y el Convento de San Agustín de Acolman, que descubrimos de casualidad, cuando regresábamos de las pirámides.
¿Cómo olvidar el tour completo de Frida y Diego Rivera, de la mano de la mejor guía del mundo?, una niña -hija de la amiga de mi amiga-, más que entusiasmada con su proyecto escolar, que incluyó visitar la casa natal de Frida en Coyoacán, la Casa Rosa y Azul, cuyo innovador diseño me sorprendió, los murales de Rivera en el Palacio de Gobierno, y el Museo del Mural, proyecto que demuestra el empeño de los mexicanos por resguardar su patrimonio, al trasladar un enorme mural de Diego Rivera, amenazado por el terremoto del 85, construyendo una edificación a la medida para albergarlo.
Obviamente, después de ese recorrido, la película Frida y su banda sonora, tendrá siempre un significado especial para mí.
¿Cómo olvidar Acapulco?, la playa, los clavadistas, la avenida costera llena de vida por la noche, la escapada a Frogs, los petroglifos. Taxco, sus calles empinadas hasta el vértigo, las mil y una forma de vender plata, la impresionante fachada de su iglesia.
Cuernavaca y aquella fiesta diurna en el jardín, donde degusté los manjares que al momento, preparaban aquellos estudiantes del último año de la licenciatura en gastronomía, entre ellos, mi primer nopal guisado y el huitlacoche.
Por esos días, me aficioné a las aguas de Jamaica, a las cajetas, a las quesadillas, a las micheladas, porque a las rancheras ya era aficionada.
México es acercarnos al volcán, ese misterioso ser que exhala el aliento de la tierra, llegar a Puebla, visitar Xochimilco con sus adorables kioscos llenos de flores y plantas, aunque confieso que no subí a las trajineras, porque estaban dragando los canales-; la Pirámide de Cholula, su pasadizo subterráneo, las bellas iglesias, dos por cuadra o más, en especial, la de Nuestra Señora de los Remedios, construida sobre la pirámide, donde sentí cerca a Dios, las ventas de Talavera, el mercado, mi primera torta (emparedado) de carnitas.
México es y será mi segunda vez en las pirámides, donde descubrí la de la Serpiente Emplumada, el Museo de Sitio y su impresionante maqueta, esa excavación techada que alberga frescos coloridos, donde ingresé sola y de la cual me corrió quizá un ser del Inframundo, esos tres simpáticos compatriotas -una chica y dos chicos-, residentes, buscando mejores oportunidades, cuyo acento reconocimos en pleno ascenso a la cúspide de la Pirámide del Sol, con quién compartimos y reímos.
También, es la fiesta del día del amor y la amistad, en aquel apartamento con balcón sobre la avenida, que imponía penalidad (llevar dos solteros) si ibas emparejado. La noche de farra en el antro de ambiente más grande que debe existir en el mundo, al que no queríamos entrar y del que después no queríamos salir, donde bailamos hasta que fue imposible alcanzar mi vuelo de vuelta a la realidad, decisión impulsiva que en nada afectó mi bolsillo, pues el combo acordó, por unanimidad, pagar la penalidad del boleto. Y si bien, cuenta la leyenda, que en la mañana me arrepentí, creo que más bien no podía creérmelo, menos mi madre que esperaba ansiosa por matarme (en sentido figurado), en Venezuela.
Como despedida, la Ciudad de México soy yo, contemplando otra vez su inmensidad desde el avión, de madrugada, sus luces infinitas, sus contrastes, sus horas pico, su adictiva mezcla, esa ciudad donde muchos compatriotas, trabajadores expatriados, formaban una familia unida por la lejanía.
Seguro olvido algo, mucho quizá, pero juro que nunca olvidaré volver para mostrarle a mis hijos las maravillas que vi, probé y experimenté, para descubrir otras incluso, para ser testigos de la especial energía que irradian los mexicanos, del amor incondicional por su país.
De más está decir, disfruté todos y cada uno de los sitios visitados, los olores, sabores, paisajes, la historia en cada piedra, pero mi mejor recuerdo, lo que más recomiendo es el gentilicio, su sencillez, su desprendimiento, esa bondad innata, que relacione tanto con la buena gente de mi país, ese admirable orgullo por sus raíces, el respeto por lo que los define como nación, esa alegría en medio de las peores desgracias.
Mi lista sigue creciendo.
Gracias a Laura, a Leo, a mis sobrinos y al hermoso país que los vio nacer; gracias a Gise, por darme una excusa, por invitarme, acogerme, por soportar mi sed de viajera; a Humphrey, a Mary, a Libia, a Antonino y sus amigos, por tantas aventuras; y, gracias también a ustedes, por leer.
Hola Ileana, que bueno conseguirte por aca!
Que interesante post, me gustaria poder viajar pronto!
Hola Aleidy, encantada de coincidir por acá también. De mi último viaje a México, hace ya catorce años, así que estoy como tú, con muchisimas ganas de viajar otra vez.
Me alegra que hayas tenido tan buenas experiencias en mi país. Es un país hermoso, tanto que disfrutar y vivir en él.
Si, en mi experiencia como visitante (ahora devota), una tierra digna de conocer y admirar
Me ha encantado tu Post,
estoy muy enamorado de mi país
Gracias totales! Tengo más imágenes, más recuerdos, más detalles e infinito amor.
Las esperaré con entusiasmo
Te comparto un post que hice y ya casi termina su periodo de actividad. Me apena pedir votos, pero es un Post de calidad y me da Más pena que pase de noche.
Ojalá te guste.
https://steemit.com/life/@asdrubal/viernes-de-comedia-les-presento-mi-stanup-iorakesako