El derecho a negarse a hacer algo
Si hay intolerancia aquí, es por parte de aquellos que quieren forzar a un hombre a elegir entre sus creencias religiosas y su sustento diario. ~Roger Pilon
Se reaviva la controversia sobre la negativa de pasteleros a hacer pasteles para bodas gays, pues atentaría contra sus convicciones religiosas. El caso está en conocimiento de la corte suprema americana. [1]
Hoy en día la libertad religiosa, que debería ser venerada como la decana de las libertades, es vista como el “pariente pobre” de los derechos humanos: tolerada como reliquia de un pasado oscuro, incómodamente aceptada. Pero sólo si se trata del cristianismo. Si se trata del islam, todas las facilidades se le presentarán, so pena de ser declarados islamófobos. Curioso que no haya un término similar para atacar al cristianismo, ¿eh?, que lleva recibiendo embates sin piedad —muchos muy merecidos— desde la ilustración.
Fácil es respetar teóricamente la libertad de religión. Más difícil es respetar las creencias estúpidas que tienen tantos, ¡o que tantos creen que tenemos!
Seguro esto último es más difícil de aceptar: que muchos no respetan nuestras creencias. Las creen ridículas, primitivas, estúpidas. Pero mientras no se viole el principio de no-agresión; mientras el “irrespetuoso” no inicie un ataque directo contra nuestra vida/propiedad/libertad, hay que respetar esa falta de respeto.
Dicho eso, recordemos que a nadie le gusta el sarcasmo. Y el sarcasmo suele ir vacío de ideas, de buen gusto, de buenos modales. ¿Para qué usarlo?
Para facilitar el respeto a la libertad, propongo dos ideas de sentido común:
1. Las ideas de una religión obligan a quien las tiene, y a nadie más;
2. En lo que no pueda resolverse con el principio anterior, aplicar el principio de no-agresión.
Veamos un ejemplo práctico.
Entérese qué es el “espanto”. Yo no lo sabía.
Este anuncio está publicado en mi barrio.
Si yo tuviera un negocio de impresión en vinilo, probablemente me negaría a imprimirle ese letrero de propaganda a alguien que “levanta espantos”. Me parece que lucra de la ignorancia ajena. Engaña a sus clientes. Preferiría perder una venta, a ayudar a que se difundan ideas atrasapueblo.
Pero, ¿qué sé yo? Clientes tiene. Clientes que creen en él, y consideran que presta un servicio valioso, estando dispuestos a darle dinero por ello:
Como ven en esta borrosa imagen tomada días después desde lejos, tiene clientes. Pobres niños, ¿cómo será el proceso de “quitarles el espanto”?
La cuestión es: si yo me negara a imprimirle ese anuncio, seguro encontrará docenas de establecimientos dispuestos a hacérselo. No le he causado más que un pequeño contratiempo. ¿Lo he discriminado? Sí, pues considero que miente a sus clientes, que los engaña, y me niego a ayudarle a ello. Pero mis ideas no le impiden conseguir su propósito, que —aunque me parezca odioso— no contraviene las leyes y sus clientes lo buscan voluntariamente.
Difícilmente podría el supuesto “sanador” afirmar que le he causado daños permanentes, o que ha “sufrido” por mi discriminación y odio.
De la misma manera, los clientes encontraron otro pastelero que los atendió con gusto. Tienen todo el derecho de opinar que el sr. Phillips es una persona cerrada, obcecada; que su negativa representa un anacronismo. ¡Caray! Yo sí les hubiera hecho un pastel: son dos adultos celebrando su unión consensual.
Lo que no puedo compartir, es que pretendan emplear el monopolio de violencia para obligarlo a hacer un acto que él repudia. Se mandaron a hacer un pastel en otra pastelería, y ahora desean violencia retaliatoria.
Al hacerlo, están iniciando el uso de violencia, lo cual viola el principio de no agresión. [2]
¿Debería un potencial cliente “curador de espanto” poder acudir a la justicia para obligarme a hacerle un anuncio que repudio en conciencia, o por lo menos para “darme una lección” a través de una fuerte multa, o enriquecerse a través de una cuantiosa indemnización “por el sufrimiento que le he causado”? ¡Espero que su respuesta sea «¡no!».
Esta cuestión de “curar el espanto” para mí es clara: es una estafa, un engaño. Pero miles de personas discrepan. ¿Para qué meter al monopolio de violencia en el debate de ideas? Zanjará el asunto con violencia, y alguien siempre quedará insatisfecho, porque ha sido vencido, no convencido.
En redes alguien comparaba este asunto con el racismo: «si alguien se opusiera a hacer un pastel a alguien por ser negro, ¿cambiarías de opinión?».
En general me parece una pésima “solución” al problema del racismo la violencia estatal. O cualquier otro problema social que no constituya un crimen. Así que por principio me opongo a ella. Pero aquí la cuestión no es igual: el color de la piel no es un “acto” humano, no se elige; mientras que la conducta homosexual sí, y en la ortodoxia cristiana es considerado pecado.
Mal podría haber libertad religiosa si alguien se viera obligado a actuar en contra de lo que considera sus convicciones religiosas.
Pero como dijimos, las convicciones religiosas han de comprometer a quien las tiene, y no a otros; mal podrían los creyentes pretender usar el poder estatal para prohibir a todos los pasteleros hacer una torta a una pareja gay; no deberían tampoco los gays pretender imponer su cristianismo no ortodoxo, o ausencia de creencias, a los creyentes.
Mejor que cada cual encuentre quién sirva a sus necesidades de manera voluntaria, y tendremos una sociedad más pacífica. ¡Nada de “mi religión te lo prohíbe”!
Por supuesto, queda a salvo el derecho a expresar libremente el pensamiento de que una negativa a hacer un pastel es algo retrógrado, anacrónico, etc. Asimismo los religiosos tienen el derecho de expresar sus convicciones y tratar de convertir a otros a sus creencias. ¡Suerte!
En serio, ¿no les parece algo fascista recurrir al poder estatal para zanjar cuestiones disputadas? ¿No les parece un recurso fácil y perezoso, para ahorrarse el trabajo de convencer y vender las ideas?
Como recuerda Mr. Pilon, citado al principio de este artículo: «El pastelero no invocó al estado para que sancione a los clientes gays. Y estaba dispuesto a venderles cualquiera de los pasteles que ya estaban listos. Sólo se negó a hacerles un pastel con un diseño particular, pues opinaba que lo involucraría en una ceremonia que contradecía sus convicciones religiosas. Si hay intolerancia aquí, es por parte de aquellos que quieren forzar a un hombre a elegir entre sus creencias religiosas y su sustento diario». [3]
Por último, pastelerías musulmanas también se negaron a hacer ese pastel para una boda gay, pero el realizador del video no demandó a nadie:
¿No cree que es mejor mantener la libertad de asociación o de no-asociación, estimado lector?
Como recuerda Walter Olson, «emplear multas que pueden arruinar a una persona, para sancionar conductas que no han arruinado a nadie, es un problema social; peor aún si toma forma de ley ... El asunto de fondo, es castigar el crimental. Con multas que se aproximen a los daños reales (es decir, alrededor de $0), el juicio a la pastelería perdería mucho de su poder intimidatorio... Si se permiten multas opresivas, que no te sorprenda si se usan para oprimir. [4]
Como comentaba alguien, «vaya manera de comenzar un matrimonio...».
En un caso parecido, una pastelera musulmana sí está dispuesta incluso a hacer «un pastel con el rostro de Donald Trump ... negocios son negocios. [Los clientes] no vienen a hacer amigos, vienen por un servicio, y deberían recibir ese servicio». [5]
¡Bien por ella y su apertura! Pero resulta que una cliente se enteró que la pastelera era musulmana, y canceló la orden.
¿Qué hay que hacer en este caso, según la policía de lo políticamente correcto? ¿Obligar a la cliente a pagar y consumir por el producto, “para evitar discriminar a una minoría”?
Realmente se cree que ésa la forma más eficaz de luchar contra la discriminación? ¿No se genera así más resentimiento (y futura discriminación)?
Con preguntas como ésta uno nota que la agenda no es de “generar progreso”, sino de dar rienda suelta a velado odio y resentimiento.
«Aló, ¿panadería musulmana? Me gustaría ordenar una torta con la caricatura de Mahoma... Sí, están obligados a hacerla... Y pónganle un poco de tocino».
Sabido es que para los musulmanes el cerdo es animal impuro y representar a Mahoma es sacrilegio.
Una floristería “progresiva” se niega a brindar servicio a quienes se nieguen a denunciar el racismo, nazismo y nacionalismo blanco. [5] Dejando de lado la cuestión de definir quién ha de ser calificado como tal, ¿no es valioso que a los negocios “progres” se les reconozca el derecho de negar el servicio? ¿No debiera ser un derecho de todos, no sólo de los “progres”?
Que quede claro que dicho negocio no sólo quiere evitar que “racistas y nazis” lo frecuenten: el dueño sólo quiere servir a quienes piensen como él y sean activistas: «si no estás dispuesto a alzar tu voz claramente, no te queremos como cliente». ¡Moderados, abstenerse! ¿No deberíamos reconocerle ese derecho a todos los comerciantes, no sólo a quienes adhieran a la agenda progre?
Como comentaba otro, «quien va a lloriquear al gobierno es porque tiene una agenda que trata de imponer a la sociedad».
Notas
[1]: Un interesante resumen del caso se encuentra en Wikipedia: Masterpiece Cakeshop v. Colorado Civil Rights Commission. Un caso anterior —que puede servir de precedente, al menos para efectos de generar opinión— fue el de la pastelería Sweet Cakes by Melissa, en el cual la pastelera perdió y fue obligada a pagar una multa. [volver]
[2]: Véase El liberalismo, práctico y actual. Como dije entonces, «no hemos de reprimir conductas ajenas que no implican necesariamente una agresión contra nosotros, aunque nos desagraden». [volver]
[3]: Véase Will the Supreme Court restore religious liberty?. [volver]
[4]: V. Oregon appeals court upholds $135,000 cake fine. [Volver]
[5]: V. A Woman Cancelled Her Cake Order Because She Found Out the Baker Was Muslim. [Volver]
[6]: V. Chicago flower shop refuses to do business with bigots. [Volver]
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