Quizás, dejar volar su imaginación, estimular su mente para alterar su percepción. O tal vez, dilucidar mediante la inocencia (y/o perversión) una perspectiva oculta para el admirador. Quizás es convertirse en arte involuntariamente, sin pensarlo, solo existiendo. De esa forma se colmaría con brío el espíritu del artista, permitiéndole adentrarse en las profundidades de sus sentidos.

Dudas y más dudas se forman dentro de la musa. Como un río, fluyen hasta un lago donde se acumulan tiernas y brillantes. Se entrelazan como tela, formando una red de misterio fascinante.

Ella lo mira a través de su verbo pasional e introspectivo. Él la observa a través de su poesía vehemente. Surcan las aguas del deseo, nadando libremente pero en canales paralelos, rozando sus manos en ocasiones. Durante tales instantes, sus almas iluminan los alrededores. Las miradas se cruzan, porque ambos divisan el mismo camino y allí la creatividad se desborda. Las formas cambian, se distorsiona el espacio, las desventuras pierden su influencia. Hasta ellos, como individuos dejan de existir, se vuelven uno: una letra, un camino, una forma, un poema, una luz. El agua se tiñe con los colores del arcoiris. Los electrones excitados de cada uno de sus átomos emiten diversas longitudes de onda al saltar entre orbitales, por la gran cantidad de energía circundante.

De pronto, notan que ya no están en el lago; se sublimaron y ahora exploran el cielo, su cielo. Vuelan juntos atravesando tal vastedad, adaptándose a las alturas. Pasan a ser nubes esponjosas que dejan a la luz crepuscular acariciar sus cuerpos tostados con delicados pétalos colorados. Se transforman en aromas, lugares y recuerdos, inundando a otros de asombro y ferviente admiración.

Luego de vivir ese dichoso espectáculo, vuelven a su realidad. El dios y la musa deben permanecer separados; la explosión de sus sentidos no es suficiente. Las responsabilidades no existen cuando ocurre el toque mágico pero sí en sus respectivos mundos. No pueden olvidarse de su entorno, sin embargo pueden abstraerse un minuto para recordar la belleza del éxtasis del otro.