Apartamento 69 "Novela" III Parte

in #blog7 years ago

Más tarde, Gabriel y su padre salieron de su apartamento a conocer la ciudad y comprar algunas cosas que les hacían falta. Frente a la puerta del ascensor, se encontraron a Mariangel, quien llevaba consigo dos bolsas de comida para hacer el almuerzo.
—Hola, buenos días —la saludó Luciano antes de darle un beso en la mejilla—. ¿Cómo amaneciste hoy?
—Muy bien —dijo Mariangel—. ¿Adónde van?
—No creo que te importe —le contestó Gabriel, malhumorado.
—¿Qué te pasa, Gabriel? —Preguntó su padre—. ¿Cómo puedes decir eso?
—Déjalo, Luciano, él tiene razón; no es de mi incumbencia —dijo Mariangel apenada.
Gabriel tomó el ascensor, aprovechando que estaban distraídos y los dejó solos. Luciano se sentía muy incómodo pues su hijo se estaba pasando de malcriado. Antes de dejar a Mariangel le prometió que irían a su apartamento a almorzar, después que regresaran; ella, sonriendo, se fue a preparar la comida con el mayor de los gustos. Mientras salían en la camioneta vieron el montón de personas a lo lejos; no les pasaba por la mente lo que había ocurrido. Pensaron que podía ser cualquier cosa menos un asesinato. Cuando llegaron a un puesto de periódico, compraron uno y leyeron los sucesos del día. Luciano no podía creerlo; dos muertes tan misteriosas habían pasado un día tras otro. Gabriel lo leyó y se asombró, pero no se preocupó mucho; sin embargo, tenía en cuenta que los maleantes podían estar cerca. Una vez que llegaron a la alcabala, un guardia los detuvo. Luciano bajó el vidrio de la camioneta y lo saludó. El guardia, llamado Enrique Herrera, de treintaicuatro años de edad, de contextura robusta y piel oscura, se acercó a ellos y, mientras observaba todo lo que había dentro de la camioneta, le dijo al conductor:
—Es mejor que regrese a su casa; hasta nuevo aviso no dejaremos que nadie salga.
—Pero señor, nosotros necesitamos comprar algunas cosas —protestó Luciano—. Mi hijo comienza muy pronto las clases en la universidad y no tiene materiales.
—Lo siento mucho, señor, pero si le digo que regrese a su casa, no es porque sea un capricho —le dijo el guardia, mirándolo a los ojos—. Es una orden que todos deben acatar.

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Luciano, un poco enojado, tuvo que obedecer y regresar a su apartamento. Gabriel no paraba de reírse de cómo el guardia le había hablado a su padre y cómo se tuvo que quedar callado frente al oficial. Luciano sólo lo miraba con enojo, pero al momento se contagió y se comenzó a reír de sí mismo. Llegaron a los apartamentos, estacionaron la camioneta y se bajaron, dirigiéndose a un pequeño restaurante criollo. Tomaron una mesa y ordenaron unas arepas rellenas para desayunar; todavía se reían de lo ocurrido ya que nunca les había pasado algo así. Cuando Gabriel se levantó de la mesa y fue al mostrador para comprar algunas golosinas, se quedó embobado al ver a la chica que lo atendía, una joven llamada Honey. Ella trabajaba en ese restaurante desde que se vino del Zulia, unos meses atrás.
—Buenos días. ¿En qué puedo servirte? —le preguntó.
—Buenos días —le contestó Gabriel, mirándola fijamente—, sólo quiero un chocolate —y en voz baja agregó—: y te quiero a ti.
—Perdón. ¿Qué dijo?
—Un chocolate y… quiero un… —No sabía que decirle pero, al ver la vitrina, le contestó—: …chocolatín que tiene maní por dentro.
La joven se lo dio rápidamente y le dijo el precio. Gabriel pagó y ella le preguntó con una sonrisa dulce:
—¿Deseas algo más?
Gabriel se quedó pensando y colocó el chocolatín en la mesa.
—Espero que esto te siga endulzando la mañana —le dijo, muy picarón. La joven se sonrojó y se quedó mirándolo mientras se iba a la mesa.
—Parece que te gustó la señorita cajera —le dijo Luciano—. Si quieres la invitas a salir, yo te presto la camioneta.
—Papá, por favor, ¿no ves que no se puede salir a ningún lado hasta nuevo aviso? —le dijo Gabriel—. De paso, ¿cómo la voy a invitar a salir si ni siquiera la conozco?
—¡Jajajaja…! Pero si te gusta —dijo su padre—. Bueno, ven todos los días y así la conoces.
—No, papá —dijo Gabriel—. Ni siquiera la quiero conocer; es bonita pero nada más.
Luciano no siguió insistiendo en ello, pero sabía que sí le gustaba. Terminaron de desayunar, pagaron y se fueron a su apartamento a terminar de arreglar sus cosas. Horas más tardes después de haber pasó toda la mañana arreglando sus pertenencias, fueron a la casa de Mariangel y almorzaron todos juntos. Todo fue perfecto; Luciano hizo todo lo posible para no incomodar a su hijo, el cual no tenía cabeza para pensar en otra cosa sino en la jovencita del restaurante.
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Así pasaron los días: Gabriel todas las mañanas se levantaba a desayunar en el restaurante y siempre se quedaba mirándola; en esos momentos su padre aprovechaba para estar con Mariangel y así conocerla mejor.
Después de varios días, Gabriel se atrevió a invitarla a salir y ella, con una enorme sonrisa en su rostro, aceptó. Ese fue el día más feliz de Gabriel; como no podían salir de los apartamentos por orden de la policía, habían acordado verse a las ocho de la noche en el apartamento donde vivía ella, el cual quedaba en el tercer edificio.

Continuara.....

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