Ideas de pensadores "clásicos" en torno al APRENDIZAJE
Es justicia dentro del estudio histórico de la educación -como en otros campos del saber- agradecer las aportaciones teóricas de los grandes pensadores 'universales', a partir de cuyos profundos vuelcos de reflexión hacen eco de conocimientos –no sin miríadas de refinamientos prolíficos– sus homólogos del pensamiento de generaciones ulteriores.
Decimos que las aportaciones son 'teóricas' en la medida que han sido documentadas y que son de la autoría de llamados 'pensadores universales', puesto que la también tradición del recuento histórico universal sostenido insiste en llamarlos así, no obstante las muchas controversias generadas por el pensamiento periférico no europeo y su insistencia de focalizar semejante adjetivo ('universal') o de ampliar la lista de nombres.
Lo cierto es que, con independencia de tales disputas epistemológicas, el pensamiento de los personajes históricos a desarrollar en este escrito vale por sí solo: encuentra sus méritos por su propio contenido, más que por la divinización nominal de sus autores conferida por otros influyentes escritores de épocas más recientes.
En concreto, se trata de hablar sobre las aportaciones en torno a la educación realizadas por los clásicos filósofos Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro y Séneca; pensadores famosos que incursionaron sus reflexiones en varios campos del conocimiento a menudo sin obviar el de la educación. Se ofrecerán en estas líneas muestras sobre la concepción que cada uno tenía sobre el 'aprendizaje', desde el marco de conocimientos ajustado a su contexto histórico. Esto es así debido al crimen metodológico que implicaría condenar sus ideas en meced de aquellas ya súper-elaboradas, evolucionadas y desarrolladas a lo largo de siglos hasta las recientes décadas. Se procurará también en este ensayo contextualizar algunas de sus ideas, realzando su notoria vigencia, validez universal, ahistórica y compatibilidad con algunas teorías y pensamientos modernos.
Así pues, Sócrates, (470 a 399 a.E.C) famoso por su célebre frase “Solo sé que no sé nada” transmite en ella una inmensa verdad ontológica –no de niveles superficiales de reflexión– sobre las limitaciones físicas de nuestra capacidades humanas, sobre las cuales la educación debe enterarnos, en primer lugar, como también recompensar. Las complejas derivaciones de esta verdad (y paradójica frase) pueden llegar a niveles insospechados al punto de abanderar la consigna de la llamada “sociedad de la ignorancia” o del “desconocimiento”, importantes conceptos académicos desarrollados recientemente por autores como Brey e Iteranity y que reafirman científicamente la verdad pronunciada por el antiguo maestro.
Sócrates destacaba por su ocurrencia en sus métodos didácticos (así le llaman en los libros actuales) 'ironía' y 'mayéutica'; tipos de diálogos con firme fundamento en la oratoria. El primero hacía alago a su nombre (ironía) al tratar de hacer al sujeto consciente de su ignorancia que en principio entiende como conocimiento. El moderador que aplica la ironía procurará demostrar recepción y respeto por las respuestas dadas por el sujeto (que cree que son saberes reales), pero le formulará preguntas inteligentes que demostrarán la inconsistencia de tales respuestas. La suma y reiteración de todas las inconsistencias deberán hacer al sujeto consciente de su limitado o incorrecto saber, a menudo basado en prejuicios y trivialidades.
A su vez, la 'mayéutica' es similar: es un método de interrogación que se cree no es de la autoría de Sócrates, necesariamente, pero que sí fue magistralmente practicado por él. Consiste en interrogar al sujeto para que llegue mediante sus propias conclusiones al conocimiento. Hará esto con sus conclusiones lógicas sin recurrir a conocimientos externos conceptualizados. A diferencia de la ironía, la mayéutica busca cristalizar el conocimiento genuino intrínseco en el sujeto, que no consistirá en prejuicios.
Sobre este filósofo pueden contarse muchas más cosas: Sócrates influyó notablemente en los jóvenes de su época al punto de ser tal situación excusa colateral para que los tribunales de entonces lo acusaran de 'pervertir a los jóvenes con sus ideas'. Y hablando de jóvenes: entre sus notables discípulos destacó Platón (427 al 347 a.E.C.), quien recopiló y plasmó el pensamiento de su maestro en su obra Apología de Sócrates. Platón también se abrió paso entre los prominentes filósofos de la Grecia helenística, dejando muchas obras que lo demuestran, como República y Las Leyes; textos clásicos donde muestra sus contribuciones a la educación, como la práctica de la Gimnasia y la Música, como disciplinas por excelencia. A él se le atribuye la recomendación de separar a los aprendices en función de sus edades, es decir, por generaciones, como también la influyente idea de que la educación del hombre debe ser conducida por personas para tales fines, que en su época (como ahora) se conocían como 'pedagogos', y no siempre por los padres.
En el libro VII de Las Leyes, Platón muestra que considera al niño como el “animal más difícil de educar”, en mérito de su latente y potencial capacidad de razón la cual no cultivada se convierte en fuente insolencias. Sugiere que el niño sea ‘rodeado’ desde tierna edad de ‘preceptores’ y ‘pedagogos’ que le instruyan en toda clase de ‘disciplinas’. De aquí se extrae una importante lección sobre la necesidad de apreciar el carácter interdisciplinario que caracterizaba a los sabios y ciudadanos de la antigüedad, con persistencia en los períodos conocidos como ‘renacimiento’ y parte de la modernidad’, para luego sufrir una debacle hacia la especialización del conocimiento y la separación de las humanidades de las ciencias; signos característico del posmodernismo.
Igualmente Platón introdujo nociones importantes respecto a la interpretación, inteligibilidad y cognoscibilidad del conocimiento, desde su marco de filosofía y pre-ciencia metafísica. En esto es conocida su 'Alegoría de la caverna' (conocida también como 'Mito de la caverna'): una ocurrente forma de complejizar los asuntos respecto a la naturaleza del conocimiento y nuestra relación con él. Entendía que nuestro aprendizaje de las cosas podría tratarse de un aproximado a una realidad únicamente alcanzable mediante la razón, no sólo lo que nuestra percepción y sentidos nos inducen.
El tercer miembro de la tríada de filósofos griegos es Aristóteles (384 a.E.C al 322 a.E.C.), discípulo de Platón y maestro del conquistador Alejandro Magno. Se le atribuye un meritorio lugar dentro de los intelectuales (e inteligentes) más influyentes del mundo occidental, no sin razones para ello. En su célebre obra Política (libro octavo, I), Aristóteles pone de manifiesto el norte de la educación hacia la formación de la ‘ciudadanía’. Expone que “El entrenamiento en los asuntos de la comunidad debe ser comunitario también.”, lo cual es piedra angular no sólo en su discurso político respecto el ejercicio de los derechos políticos del ciudadano, sino también el contenido de corresponsabilidad humanitaria y comunitaria que implica tal vida ciudadana. Continúa:
“Al mismo tiempo, hay que considerar que ninguno de los ciudadanos se pertenece a sí mismo, sino todos a la ciudad, pues cada uno es parte de ella”.
Con la efectiva certeza de que las frases del filósofo griego no están fuera de contexto cabría preguntarse qué pensaría Aristóteles en cuanto al auge del individualismo moderno y cómo recibiría el surgimiento y posterior satanización comunicacional del pensamiento comunista. Y es que estos asuntos son también intereses orgánicos, moleculares, constitutivos de la práctica y fenómeno educativo. Las consideraciones de Aristóteles en su Política son de corte educacional: lo hace pensando en la formación de la ciudadanía. La educación es, por tanto, para él una actividad humanizadora, social y política.
También es sabido que a Aristóteles se le atribuye coautoría en la fundación de la institución escolar: solía dictar clases en una escuela en Atenas que se denominó 'Liceo', sobre amplios temas. Cedía su preferencia por el estudio de la gramática, las matemáticas, la retórica y la dialéctica, disciplinas de corte intelectual que apuntarían no solo al conocimiento instrumental, sino como bases para la conformación de un pensamiento filosófico y postura ciudadana capacitada. Un último detalle mencionable sobre la concepción del aprendizaje de Aristóteles se resume en la metáfora de 'tabulas rasas', una expresión utilizada por él, por otros contemporáneos y otros más recientes –incluso John Locke y algunos conductistas. La idea que transmite esta metáfora está en controversia actualmente, pues no necesariamente aludía en Aristóteles a la ignorancia preconcebida del sujeto, sino a asuntos más estilizados del alma.
Otro exponente de la filosofía griega es Epicuro de Samos (aprox. 341 a.E.C a 270 a.E.C), un prolífico escritor que dejó numerosos tratados de física, otros 300 manuscritos y muchas otras obras. Se conoce que fundó una escuela en Atenas que denominó 'Jardín' donde dictó clases hasta su muerte. Hizo carrera filosófica, inaugurando un nuevo movimiento diferenciado del estoicismo: el epicureísmo que bien es conocido por sus inclinaciones hacia el hedonismo como forma de vida, esto es, la búsqueda del placer y felicidad como criterio primero. A partir de aquí sus puntos de vista respecto al tratamiento mental de los sentimientos (que para otros quiere decir 'aprendizaje'): para él, la 'sensación' es la base para todo el conocimiento y esta se produce por la acción de los cuerpos sobre nuestros sentidos. El sujeto reacciona ante tales sensaciones, conformando los sentimientos debido al placer o dolor asociado a tales sensaciones, cuyas reiteraciones grabarán en la memoria lo que denominó 'ideas generales'. Según Epicuro, se constituye así el fundamento de la moral, que como en su caso, suscribe como primer precepto la búsqueda del placer.
Finalmente, se encuentra Séneca (4 a.E.C a 65 E.C) un notable político, filósofo, escritor y orador romano, natural de Córdoba, que vivió durante la última etapa de la Roma imperial durante el gobierno del emperador Nerón y otros. Hizo carrera política como Senador, Pretor y Cuestor (tipos de magistrados) oficios que requerían gran preparación académica, intelectual y habilidades de oratoria. De hecho, sobre esto último escribió 'Oratorum et rhetorum sententiae, divisiones, colores', obra conocida como 'Controversias' y 'Suasorias', donde en siete prefacios habla sobre la disciplina de la oratoria y sus exigencias. Aquí destaca la concepción de Séneca sobre el aprendizaje: para la elocuencia debía existir una cierta condición previa llamada Ingenium, cierta predestinación (posteriormente conocida como vocación o disposición talentosa natural del aprendiz para tal conocimiento), que luego será refinada con el adiestramiento ('ars'), es decir, el arte, la técnica.
Con su célebre frase “Aprendemos para la vida y no para la escuela”, Séneca da por sentado su inclinación hacia la concepción del aprendizaje de y para la productividad. García Arturo, inspector de Educación, en su análisis “La Educación para Séneca” publicado en la Comunidad de Aprendizaje 'Educar.org' explica cómo los filósofos contemporáneos de Séneca solían interesarse en la práctica de la oratoria debido a la estética y el placer que produce discutir y argumentar, lo cual contrariaba Séneca al proponer el ejercicio de la oratoria y la educación como asuntos prácticos para la capacitación de las personas en oficios y en la formación de la ciudadanía.
En conclusión, podrían redactarse ensayos independientes sobre las aportaciones en materia de educación de cada filósofo suscrito en este texto. Son muchas y ya está hecho. Interesa saber que forman parte de nuestro acervo histórico universal y que han tenido su momento de plena vigencia. Algunas interpretaciones persisten y permanecen inmanentes del entendimiento general del fenómeno educativo, como por ejemplo, en mi opinión, la limitación natural pero también perfectibilidad de nuestro aprendizaje. Sócrates nos recordará irreductiblemente en el tiempo que los campos del no-saber serán siempre mayores a aquellos que sí manejamos y que la ignorancia es parte determinante de nuestro conocimiento. No por nada estaba completamente seguro de sólo saber cuán ignorante es. Así como esta verdad es perenne otras sufren la condena histórica del olvido, como la categoría de la tabula rasa. Difícilmente algún pedagogo actual se tome seriamente sostener como precepto la absoluta ignorancia del sujeto y los niños.
Es cuestión y de justicia y ya se ha hecho. La historia no borrará de sus páginas las aportaciones de semejantes precursores de la teoría de la educación de antaño.
Ensayo realizado por Oniel Revilla, 2018.
Fuentes de archivos utilizados:
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